Si se independizan, ¿dónde van a irse a vivir?



Esta pregunta me obsesiona de un tiempo a esta parte. Servidor se ha independizado dos veces en la vida. La primera fue cuando, recién ordenado, me destinaron como párroco encargado de dos pueblos. La casa rectoral de uno de ellos estaba disponible; la otra, simplemente no existía, tal vez se derrumbó o fue enajenada. Así que tuve que vestirla por dentro y hacer allí ni nido vivencial. Duró casi dos años aquella independencia. Luego continuó en otra parte, y para allá tuve que llevarme mi macuto y los pertrechos, que cabían en el simca1000.
Pasados unos años fui recibido en otra casa, y formé cuasi familia. Era “la comuna”. Y no tuve que hacer el nido, porque ya existía; sólo fue acomodarme y acostumbrarme a rutinas, pensares y sentires. Tampoco fue eterno. Y la vida me forzó a emigrar.
Así que hube de aceptar una independencia nueva; no buscada ni querida, simplemente consecuente. No había nido porque ni paredes, ni ventanas, ni por supuesto puerta. Con el tiempo y una caña y con la ayuda de vecinos y vecinas al final aquello se ha venido convirtiendo en más o menos un hogar. Lo quiero como propio, aunque bien sé que no lo es.
Por eso cuando me sobresaltan unos y otras diciendo que quieren independizarse, me entran temblores por lo que me imagino que va a costarles hacerse con un lugar y lograr que se incorpore a sus vidas, habida cuenta de que hasta que no entren en él, será totalmente ajeno, extraño e inhóspito.
Si la primera vez emigré de la casa paterna, con todo lo que de desarraigo lleva consigo; la segunda vez salí de una casa llena de afectos, sueños y realidades poco a poco conseguidas contra vientos y mareas, más allá de los lazos de la sangre y la parentela. De ambas me llevé sólo lo estrictamente personal. Mi cama allí quedó. Lo mismo que mis cubiertos, mis llaves, mi dirección de correos, mi número telefónico…
Ahora oigo que quieren la independencia. ¿Se quieren marchar de casa? ¿Tienen ya dónde vivir? ¿Abandonarán su tierra? ¿Qué otro cielo quieren tener donde sujetar sus estrellas? ¿Qué harán de su historia, se la van a inventar a partir de cero o como continuación?
No sé qué querrán llevarse, tampoco qué podremos hacer los demás con todo lo que vayan a dejar, si es que está deshabitado. En casa de mis padres mi habitación pasó a ser el cuarto de los huéspedes; y en el otro sitio donde moré, el almacén. Ese espacio vacío que quedará cuando lo abandonen, ¿se convertirá en parque natural o en campo de maniobras militares, en lugar de peregrinación o en el nuevo puerto de Aragón y Castilla en el Mediterráneo?
Dicen que tienen su idioma, que eso les define y con eso les basta. Y yo me he quedado asustado, porque ese idioma no es sólo suyo, también nos pertenece en parte. ¿Nos van a privar de él? ¿Con quién hablaremos entonces en esa lengua de tan hondas raíces hispanas?
No sé qué me pasa desde que he oído que se van, que no quieren seguir en casa, que ansían la libertad, que no les importa cómo pero que ya no aguantan más. No sé si estoy disgustado, triste o me habita un principio de corajudo cabreo.
Por experiencia sé que aquí de nada valen amenazas. Más aún, lejos de desanimar, reafirman. Así que yo no me opondré, dejaré que abran la puerta, no les impediré salir, permitiré que carguen con todo lo que quieran y puedan… No pienso cerrar la puerta, la dejaré permanente de par en par.
Si se van por fin, que sepan que pueden volver cuando quieran. Que se abriguen por la noche y que lleven siempre encima el móvil con el número de casa, por si les hiciera falta.

1 comentario:

  1. ¡¡¡Lo que algunos hacen para cubrir sus vergüenzas!!! ¿podría haberlo hecho peor el honorable Mas? ¡cómo se puede tener tanto morro! Lo único que me chirría es que una persona tan razonable y lista como la monja argentina españolizada (ahora no me viene su nombre) lo defienda con tanto ahínco. En fin, yo ya sé lo que haría con los que quieren irse del territorio español: un recorte por la línea de puntos que corresponda, unos cuantos flotadores y, hala, mar adentro hasta un lugar donde se sientan lo suficientemente lejos del resto de la península que no les quede ni un sólo resquemor y que se apañen, oye, que ya son mayorcitos, o eso creen ellos. Lo mismo con los del cantábrico, allá p'arriba del mar del norte deben estar como dios. Asunto zanjado y todos contentos, ¿no?.

    Besos

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