Este es el titular
que me sobresaltó de mañana en la prensa nacional. Así que durante el paseo con
mis amiguitos estuve expresándoles mis inquietudes filosóficas. ¿Qué camino
lógico va de la verdad hacia la paz? ¿Es posible defender la verdad con la
violencia? ¿El amor, en cualquiera de sus expresiones, puede perturbar a la
verdad induciéndola a la mentira? Si así ocurriera, ¿podría decirse que el amor
promueve la mentira y por consiguiente está en el origen de la ruptura de la
paz? ¿Es a esto a lo que puede querer referirse s.s. Benedicto décimo sexto?
El Papa ha entregado
anticipadamente a los medios su Mensaje para la 46ª Jornada Mundial de la Paz,
el próximo día 1 de enero, y al parecer bastantes han entresacado la idea que
da lugar a ese titular.
La verdad sea dicha:
este tipo de mensajes llegan siempre a mis manos de una u otra manera, pero no
terminan de “llegarme” al corazón. Unas veces los leo como en diagonal, y
otras, las más, ni los miro. Pero en esta ocasión, y dado el sobresalto, me he
acercado al texto y me lo he manducado. A lo largo de este “largo escrito” -que
alguien ha llamado cuasi encíclica- el papa expresa lo que viene diciendo por
activa y por pasiva siempre que tiene ocasión. Ni más ni menos, la doctrina de
la Iglesia. Y por supuesto se queja de que la palabra matrimonio tenga un uso
ampliado de lo que tradicionalmente se ha venido entendiendo, es decir, la
unión marital de un hombre y una mujer. Utilizarla para otras uniones no le
parece correcto y afirma, eso sí lo hace con fuerza, que va en detrimento de la
dignidad de la familia tradicional, la de toda la vida. Estas son sus palabras
literales: «También la
estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión
de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto
de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad,
dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular
y su papel insustituible en la sociedad».
En un mismo paquete la defensa de la
vida desde el nacimiento hasta su fin natural y la unión matrimonial de hombre
y mujer, el documento remata este apartado con estas otras frases también al
pie de la letra: «Estos principios no son verdades de fe, ni una mera
derivación del derecho a la libertad religiosa. Están inscritos en la misma
naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a
toda la humanidad. La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter
confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su
afiliación religiosa. Esta acción se hace tanto más necesaria cuanto más se
niegan o no se comprenden estos principios, lo que es una ofensa a la verdad de
la persona humana, una herida grave inflingida a la justicia y a la paz».
Concluir, pues, que
para el Papa llamar matrimonio a la unión marital de personas del mismo sexo es
contrario a la verdad y menoscaba la justicia y la paz parece correcto. El
titular de esos periódicos no engaña. Pero tal y como está expresado no me
parece atinado.
La relación gay,
consista en lo que consista, tengo la suerte o la desgracia de que me pilla
lejana, y no sabría qué decir sobre ella. Pero, trasladando desde mi
experiencia personal a modo de extrapolación, no concibo que cualquier forma de
manifestarse el cariño, el amor, la cordialidad entendida como relación guiada
por sentimientos nacidos desde las propias entrañas entre seres vivos, humanos
o no, del mismo o de distinto sexo, sea susceptible de atentar contra la paz, y
por ilación todo lo lógica que se quiera, contra la verdad.
Si el problema es el
nombre o título que se le aplica, búsquese otro menos agresivo e igualmente
comprensivo y expresivo. Si se tratara de que esa realidad desestabiliza a
quienes ante ella y desde fuera de ella, por la razón que fuere, se sienten
ofendidos, heridos u oscurecidos… me temo que el problema no estaría en la
palabra y el concepto sino en los mismos que se confiesan perturbados.
Considero que el reconocimiento
de los derechos civiles a la realidad homosexual que toda sociedad libremente
se dicte no afecta ni atenta a la parte heterosexual de esa misma sociedad.
Iglesia y sociedad deberían preocuparse mucho más por educar; al fin y al cabo
creo que sólo se trata de esto.
Mucho más que este
tema, en el Mensaje del Papa brilla con luz propia su crítica al sistema
económico y político que ha desembocado en esta crisis. Aquí las palabras de
Benedicto XVI ganan en autoridad poniendo el dedo en la herida, pero augurando
un remedio certero:
«Construir el bien de la paz mediante un nuevo modelo de
desarrollo y de economía»
«5. Actualmente son muchos los que reconocen que es necesario un
nuevo modelo de desarrollo, así como una nueva visión de la economía. Tanto el
desarrollo integral, solidario y sostenible, como el bien común, exigen una
correcta escala de valores y bienes, que se pueden estructurar teniendo a Dios
como referencia última. No basta con disposiciones de muchos medios y una
amplia gama de opciones, aunque sean de apreciar. Tanto los múltiples bienes
necesarios para el desarrollo, como las opciones posibles deben ser usados
según la perspectiva de una vida buena, de una conducta recta que reconozca el
primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien
común. De otro modo, pierden su justa valencia, acabando por ensalzar nuevos
ídolos.
Para salir de la actual crisis financiera y económica –que tiene
como efecto un aumento de las desigualdades– se necesitan personas, grupos e
instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para
aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo
modelo económico. El que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la
maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y
egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a
las exigencias de la competitividad. Desde otra perspectiva, sin embargo, el
éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias
capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, puesto que un desarrollo
económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio
de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don. En concreto,
dentro de la actividad económica, el que trabaja por la paz se configura como
aquel que instaura con sus colaboradores y compañeros, con los clientes y los
usuarios, relaciones de lealtad y de reciprocidad. Realiza la actividad
económica por el bien común, vive su esfuerzo como algo que va más allá de su
propio interés, para beneficio de las generaciones presentes y futuras. Se
encuentra así trabajando no sólo para sí mismo, sino también para dar a los
demás un futuro y un trabajo digno.
En el ámbito económico, se necesitan, especialmente por parte de
los estados, políticas de desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del
progreso social y la universalización de un estado de derecho y democrático. Es
fundamental e imprescindible, además, la estructuración ética de los mercados
monetarios, financieros y comerciales; éstos han de ser estabilizados y mejor
coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres. La
solicitud de los muchos que trabajan por la paz se debe dirigir además –con una
mayor resolución respecto a lo que se ha hecho hasta ahora– a atender la crisis
alimentaria, mucho más grave que la financiera. La seguridad de los
aprovisionamientos de alimentos ha vuelto a ser un tema central en la agenda
política internacional, a causa de crisis relacionadas, entre otras cosas, con
las oscilaciones repentinas de los precios de las materias primas agrícolas,
los comportamientos irresponsables por parte de algunos agentes económicos y
con un insuficiente control por parte de los gobiernos y la comunidad
internacional. Para hacer frente a esta crisis, los que trabajan por la paz
están llamados a actuar juntos con espíritu de solidaridad, desde el ámbito
local al internacional, con el objetivo de poner a los agricultores, en particular
en las pequeñas realidades rurales, en condiciones de poder desarrollar su
actividad de modo digno y sostenible desde un punto de vista social, ambiental
y económico».
Particularmente
importantes me parecen los números 6 y 7 del Mensaje; merecen una lectura
pausada y atención, porque aportan soluciones. El documento manifiesta alguna validez para este momento que vivimos y, en mi opinión, el Papa Benedicto quiere
dar una lección magistral.
Así termina: «Como conclusión, aparece la necesidad de proponer y
promover una pedagogía de la paz. Ésta pide una rica vida interior, claros y
válidos referentes morales, actitudes y estilos de vida apropiados. En efecto,
las iniciativas por la paz contribuyen al bien común y crean interés por la paz
y educan para ella. Pensamientos, palabras y gestos de paz crean una mentalidad
y una cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es
necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con
benevolencia, más que con simple tolerancia. Es fundamental que se cree el
convencimiento de que hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las
propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar, de modo que los errores y las ofensas puedan ser
en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone
la difusión de una pedagogía del perdón».
¿Qué echo de menos en este Mensaje
papal? Lo que habitualmente suele faltar: la autocrítica y la petición de
perdón, el examen de conciencia y la propuesta de conversión. La Iglesia
también ha sido y sigue siendo en estos tiempos motivo de escándalo y causa
grave de perturbación de la paz por: el trato discriminatorio hacia la mujer,
por los abusos hacia niños, por los modos poco claros en el manejo del dinero, por
su connivencia con el poder, por el maltrato que dispensa a quienes dentro de
ella son relegados al silencio y privados de su libertad…
Lejos de parecerme una cuasi-encíclica
considero que se trata de un documento perfectamente prescindible. Se lo podía haber
ahorrado o, en su lugar, haberse mostrado más audaz.
Le falta credibilidad, en resumen. Diga lo que diga, sólo servirá para dar titulares altisonantes que, dependiendo del medio de comunicación de que se trate, irá en un sentido o en su contrario. El gran problema de la jerarquía de la ICAR es la falta de credibilidad. Si quiere atacar al capitalismo por las consecuencias que para los seres humanos, hijos de Dios, tiene su voracidad, que haga como hizo Jesús de Nazaret en el templo: saque el látigo y expúlselos del templo, pero en vez de esto les echa un rapapolvo suavecito para que no se ofendan. Pues vaya "merdé" (con perdón). No sé cómo tienen vergüenza de comparecer con semejantes cataplasmas con la que está cayendo. ¡Vaya morrazo!
ResponderEliminarBesos
Este tipo de mensajes se dan para que todo siga igual. Con ellos o sin ellos, la vida sigue.
ResponderEliminarBesos