Así, escrito en
alemán, no creo que exista ser humano que no sepa qué significa. Figuraba en la
fachada, sobre la puerta de entrada, de todos o de casi todos los campos de
concentración que el tercer reich tuvo el detalle de sembrar por Europa,
conforme iba ocupando territorios y discriminando a sus pobladores. Los
seleccionados entraban allá.
En aquel caso arbeit
macht frei, el trabajo libera, era una gran mentira que señalaba dónde y cómo
se iba a cumplir la condena inapelable dictaba con o sin juicio, qué más daba,
sobre las personas consideradas excluibles para aquel sistema social, político
y económico.
La primera vez que
según me han dicho se escribió la palabra “trabajo” ya iba unida a condena, a
dolor, a esfuerzo, que para nada dicen bien de efecto liberador; pero está en
la Biblia, y tal vez es que haya que leerlo de alguna manera especial. Porque
luego aparece otras muchas veces en ese texto sagrado, y generalmente va
relacionada con la voluntad de Dios, con la dignidad del ser humano en cuanto
colaborador suyo, y con la honorabilidad, honradez y bonhomía de quien lo
realiza correctamente. El que no trabaja, el vago, es lo contrario, y resulta
muy poco de fiar.
Viene esto a cuenta
de que en un blog que leo asiduamente se relaciona esta frase, Arbeit macht
frei, con el dichoso rescate al que parece que estamos irremediablemente
condenados, pero que no termina de llegar. Si el otoño que se acerca resulta
como el verano que se acaba, presumo que nuestra angustia puede llegar a
hacerse tan insoportable que más desearíamos estar encadenados y en la sentina
de un buque negrero, pero ciertos y seguros de saber dónde estamos y hacia
dónde nos dirigen.
La incertidumbre es
mala compañía. No saber cómo vas a encarar el día que está a punto de amanecer,
si habrá algo que llevarse a la boca, si vas a seguir vivo o te vas a morir, o
sólo enfermar… El trabajo siempre ha dado estabilidad, que es una manera de
cortar con lo incierto, o al menos reducirlo para hacerlo asumible.
El trabajo, se ha
dicho, dignifica al ser humano. Y nadie sabe bien cuánto me gustaría que fuera
verdad, porque disfruto con mi trabajo, no me imagino mano sobre mano dejando
que el tiempo transcurra y que sean otros lo que curren. Incluso cuando estoy
con un profesional de lo que sea, meto baza aunque también meta la pata.
Pero advierto que a
mucha gente le escuece trabajar, se evade, se escurre, se escaquea. O lo hace
mal y hay que volver a repetirlo. O se aprovecha del derecho que a todos nos
asiste al trabajo para ponerse en una lista y gozar de ciertas ayudejas que se
dispensan por ese solo hecho.
También ocurre que el
trabajo mata; si no directamente, poco a poco. Claro que mucho mejor mata el
hambre, y eso es quizás por lo que si no queda otra que trabajar, se trabaja.
A estas alturas de
este escrito ya no sé si interesa que nos rescaten, que baje el paro o que
trabaje ruton. Porque llega nuestro rescatador con su máquina de hacer dinero
con sólo echar las cartas o soltar para que ruede la bola. Y los políticos
echan pecho por su hazaña, los propietarios del campo hacen sus cuentas de la
lechera, y los enladrilladores cavilan cuantas ventanas poner por habitación de
las mansiones que manden construir junto a los campos de golf que servirán de
relax en los momentos entre partida y partida, entre apuesta y apuesta… De los
que tienen pasta para dar y tomar bien guardada no comento; ya saben cómo prestarla,
y lo harán por un ajustado tanto por ciento. Tienen experiencia.
Ahora, para terminar,
me apetecería hablar de economía, pero no sé por dónde empezar ni para qué.
Relacionarla con trabajo no me supondría problema, algo podría hilvanar. Pero
¿qué decir si el asunto que ahora nos pesa es nada más ni nada menos que el
monetario? Las finanzas, that is the question, es la piedra de toque. No lo
bienes escasos y su administración, no la producción y el trabajo; no; la pela,
el puto euro, el patrón oro o los diamantes en bruto. Lo que no vale si no se
le asigna un valor, eso es lo decisivo.
Mecagüenlamarserena.
Y yo con estos pelos. Esto me ocurre por ponerme a escribir en una noche asfixiante,
mientras la tormenta se va sin descargar una gota ni aflojar una miaja la
calor.