Esto es que allá por
la primavera tomé del monte tres varas de encina y las planté en dos tiestos.
Pretendía sustituir a las que en agosto del 2011 se fueron por los calores y un
descuido mío, aunque fuera a instancias de parte -al decir documentada- de que
las estaba aguachirlando. No se pudrieron; se secaron.
El caso es que día
tras día me acercaba a los tres palos y trataba de encontrar por dónde su piel
se abriría en brotes nuevos de vida.
Por fin una lo hizo,
y aquí di fe de aquel evento. Fue el 15 de mayo.
Terminó mayo y llegó
junio. Y la vara brotada crecía, pero las otras dos no reaccionaban. Me cubrí
las espaldas ante el verano y aproveché un desecho de una repoblación
recientemente realizada en el pinar, y me traje una plantita que estaba en las
últimas, porque nadie la regaba. La puse junto al palo inerte, y dejé éste para
que sirviera de apoyo a la recién llegada. No seguí el consejo de quien me
sugirió que lo quitara, porque estaba muerto y bien muerto.
Julio y agosto, y mis
cuidados y atenciones, lograron hacer de la pequeña encina trasplantada del
pinar a mi maceta esta hermosura, que no quiero comparar con sus hermanas allá
en el campo porque no habría color. De aquellas están sobreviviendo hasta ahora
sólo un escaso diez por ciento. Demasiado duro este verano, mucho calor y nada
de agua.
Ha llegado septiembre
y no he menguado en mis atenciones; pero no en mi afán observador. He dado por
hecho que había lo que a simple vista se veía. Pero no.
Tan es así, que hoy,
día 9, domingo para más inri, compruebo sorprendido que el palo que supuse seco
y muerto, está vivito y coleando. No he saltado y gritado de contento porque ha
sido justo al entrar en el templo para la eucaristía y había demasiado personal a la puerta. En su lugar he cogido la máquina para inmortalizar el momento y poder
dejar aquí constancia.
Definitivamente nunca
hay que rendirse. Siempre hay lugar para la sorpresa. La paciencia tarde o
temprano recompensa. Y de los consejos ajenos tomar sólo aquellos que no cierren
puertas ni impidan volver sobre los pasos dados. Si hubiera suprimido aquel palo, ahora no
tendría esta encina, y yo estaría arrepintiéndome.
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