Llevo todo el día dándole vueltas a este asunto, y llega la hora de cerrarlo, el día, y no he conseguido gran cosa.
Resulta que hoy pretendía escribir algo en este blog. Pero ha sido una jornada normal, es decir, plana, sin nada especial que reseñar. Y a punto de dar las 0:00 horas me encuentro con que no tengo nada que escribir.
Corto por lo sano y empiezo por lo que tengo más a mano.
He terminado de leer un folletito que me llegó ayer en el correo real, en el que un cartero en moto de color amarillo deposita cartas y revistas de las que se tocan y se huelen. Son pocas páginas, apenas 30, y las empecé anoche, entre las sábanas, y acabo de terminarlas antes de cenar.
Sí, la tesis que el autor mantiene es la misma que el título expresa: Jesús da miedo. Con un prólogo -Avisos para navegantes-, tres capítulos -Por qué Jesús seduce y molesta tanto, La llamada a una forma insólita de vida, Miedo a Jesús: un diagnóstico-, y una conclusión: «No temáis», a González Faus le basta para hacer un recorrido rápido pero suficientemente profundo sobre Jesús y su carácter subversivo respecto de cuanto sobre Dios es capaz el ser humano de construir.
En una primera conclusión, tras analizar algunos de los cambios que fuerza la existencia de Jesús sobre nuestras componendas, Faus constata, y con él todos los demás, que «Dios no es de los nuestros».
"Y Dios no es de los nuestros, por algo que expresaron muy gráficamente los primeros creyentes, mirando a Jesús: no tomó su divinidad como una razón para la propia dignidad, un fundamento para el propio poder y una riqueza para el propio provecho, al contrario, renunció a ella para presentarse con figura de esclavo y como un hombre cualquiera (Fil 2, 7ss). Por eso, aunque era el Hijo, aprendió en la dureza de su vida, lo más difícil de la condición humana (cf. Heb 5, 8). Pero precisamente en ese hecho de que la comunicación de Dios se hiciera fragilidad humana ("carne" en los términos semitas de la época), precisamente ahí «hemos visto la Gloria» de Dios (Jn 1, 14). Ahí está la gloria de Dios: no en nuestro incienso, nuestras sedas, nuestras capas pontificias de armiño y nuestras músicas (por bellas que puedan ser), ni mucho menos en que los llamados "príncipes de la Iglesia" se revistan con lencería femenina, sino en Su solidaridad increíble con lo menos aparente y lo más despreciado de la condición humana."
Los cambios que provoca Jesús a los que se refiere el autor, sólo citándolos a vuela pluma son:
- Dos palabras: Abba-Reino, para hablar de la parentalidad de Dios, que significa que Dios es amor, tomando el amor como lo contrario al poder.
- Dos protagonistas: enfermos y pobres-excluídos, a quienes declara dichosos porque Dios es de ellos.
- Dos conductas: curaciones y comidas, que tenían por comensales a los fronterizos de aquella sociedad, o se realizaban en circunstancias al margen o en abierta oposición a las normas y leyes establecidas, y que Jesús presentaba como señales de que el Reino de Dios estaba llegando (Mt 12, 28)
- Dos actitudes: exigir al de dentro-comprender al de fuera, apoyándose Jesús en "la noción de ´elección de Dios´ que, entendida bíblicamente, nunca es privilegio para uno mismo y ´destino manifiesto´, sino gratuidad, servicio y universalidad: llamada para los demás»: alegrarse con lo bueno de los demás y no cerrar los ojos a lo que debe ser corregido en nosotros, en lugar de esa autocomplacncia y desprecio hacia lo otro que, de entrada, nos caracteriza a todos.
- Dos palabras cambiadas: samaritano y fariseo que, invertidos sus significados, pasan a referirse respectivamente a lo mejor en humanidad que hay en nosotros y a lo peor que puede hacernos una religiosidad que manipula a Dios.
- Dos reacciones: seguimiento y conflictividad, las dos reacciones posibles ante este Jesús inmanejable. «Jesús desató un movimiento de seguidores que acabaron dando la vida por él y también implantanto en el mundo una revolución que no parecía llamada a triunfar, dada la ignorancia y el nivel social de sus primeros seguidores. Pero desató también una hostilidad que fue creciendo vertiginosamente hasta quitarle de en medio de la manera más humillante y violenta posible».
- Dos posibilidades: Dios es así o Jesús es un blasfemo. Jesús «¿era un blasfemo imperdonable o era la revelación misma de Dios? De modo que si Jesús era así, es porque revelaba a Dios y revelaba que Dios es un Dios de los pobres y que se escapa de todo intento de codificarlo religiosamente».
A partir del texto evangélico de Mt 16, 13-28, donde se pone en duda la divinidad de Jesucristo (y la identidad de Dios que ahí se revela), González Faus va a probar que lo que Jesús está ofreciendo es una concepción de la Divinidad no como triunfo, sino como entrega.
Y lo hace desde los tres esquemas bíblicos éxodo-tierra prometida, exilio-retorno y muerte-resurrección. Las tres parejas "tienen una base histórica. El binomio éxodo-tierra arranca de la dura realidad de un pueblo brutalmente oprimido. El binomio exilio-regreso nace de la experiencia histórica de un pueblo pecador. Y en perfecta sintonía con ello, el binomio muerte-Resurrección nace del seno de una historia concreta que fue la vida particular de aquel Hombre particular. La muerte de Jesús fue la consecuencia de su vida: no fue un malentendido circunstancial ni una necesidad de la justicia incomprensible de un sádico poder divino… Aquella muerte concreta… revela al Dios de Jesús".
¡Cómo no va a dar miedo Jesús, tan humano que se rompe, si el Dios que transparenta no es el omnipotente sino el omnimisericorde! «Jesús no revela más divinidad que la de su figura humana y ese es el escándalo de la encarnación de Dios». Y el bueno de Pedro, que afirmó su fe en Jesús: «Tú eres el Mesías», se ganó de Jesús -«Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar, tú piensas como los hombres, no como Dios», porque rechazaba el rostro humano del maestro, ansiando un cristo diluido entre nubes y poder.
Recordando la frase de Leonardo Boff, "Así de humano sólo puede serlo el mismo Dios" como resumen de la experiencia de muchos que convivieron con Jesús, Faus concluye: "Pero tanta calidad humana nos parece inaccesible, y más cuanto más y mejor nos conocemos: Jesús, el Jesús real, no el sustituido por un cristo sin rostro, nos convierte en imperativo lo que era la tentación de la serpiente: «ser como Dios». Pero la idea de Dios ha quedado vuelta del revés en esa promesa: porque se trata de ser «misericordiosos como el Padre celestial» (Lc 6, 36). [En palabras del evangelista Juan: «Dios es amor».] Y esto resulta seductor, pero también sobrecogedor para nuestra pequeñez."
«No temáis» es la última palabra. Lo que realmente produce vértigo es la humanidad de Jesús, aparentemente tan fácil, que comprendemos cuán difícil es sólo cuando tratamos de modelar la propia humanidad. "Aquí se besan otra vez la seducción y el vértigo. Y aquí precisamente somos remitidos a esa aventura de una entrega radical y confiada que llamamos fe. (…) Quizá pues sí que necesitamos volver una y otra vez sobre aquellas palabras que forman parte del discurso de despedida de Jesús en el cuarto evangelio: «tened confianza; yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33)."
Incluye José Ignacio González Faus, ya al final, un texto raro -«Hoy la Iglesia se ha convertido para muchos en el principal obstáculo para la fe. En ella sólo puede verse la lucha por el poder humano, el mezquino teatro de quienes con sus observaciones quieren absolutizar el cristianismo oficial y paralizar el verdadero espíritu del cristianismo». (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca, Sígueme 1970, pág. 301)- pero rabiosamente actual.