“La muerte de Santo Tomás Becket”. Albert Pierre Dawant (1852-1923). Museo de Fécamp, Francia
No supe razonar por qué dentro de la octava de
Navidad se celebra a este santo que, a primera vista, no encuentra fácil encaje
en esta fecha, 29 de diciembre. Así lo dije, y me pesa no conocer, no saber, no
poder justificar ni razonarlo.
Este noble inglés, devenido en arzobispo de
Canterbury y Lord canciller de Inglaterra, murió asesinado por instigación del
rey Enrique II de Inglaterra en las escaleras de la catedral durante el rezo de
Vísperas.
T. S. Eliot lo inmortalizó en la literatura con la
publicación en 1935 de su drama Asesinato
en la catedral. Y Richard Burton lo sublimó, encarnándolo junto a Peter
O’Toole, en el celuloide de 1964 Becket
o El honor de Dios, dirigido por Peter Glenville.
Pero ya era inmortal desde que lo asesinaron. Europa
entera se sublevó aquel año de 1170 ante la noticia de su muerte,
reverenciándolo como mártir y estableciendo lugares de culto por diversos
países y lugares. A tal punto se llegó que en 1173 fue canonizado por el papa
Alejandro III, y en 1174 Enrique II tuvo que hacer penitencia pública ante la
tumba del mártir, su enemigo.
Defensor de los derechos de Dios ante o frente a los
abusos del rey me parece excesivo. Sí tenía visos de absoluto aquel rey que
rescató viejos derechos y los enmarcó en sus Constituciones. Becket también
defendía su parcela, la Iglesia, de la que era arzobispo, y no le faltaba
altivez.
¿Dónde está el punto que necesito? El Derecho
Canónico está muy bien como norma jurídica de la Iglesia, pero carece de la
seducción que se requiere para dar la vida por él. No me vale, pues, este
argumento. Mucho más empatizante resulta el derecho del Pueblo que movía al
obispo Romero, de nuestros días, contra la oligarquía moderna.
En enfrentamiento entre los dos altos personajes,
—que aún recuerdo de Burton y O’Toole—, llevó al papa Alejandro III a
intervenir exigiéndoles hacer las paces. ¿Sería su obediencia la razón de su
santidad?
O ¿fue lo que tuvo visos de conversión en la persona
de Thomas, que de valido del rey y noble de hábitos palaciegos transmutó en líder
eclesiástico de vida austera y penitente?
Las frases que la tradición le atribuye cuando le
estaban asesinando “Una iglesia no debe
convertirse en un castillo”, “En tus manos, Oh Señor, encomiendo mi espíritu” y
“Muero voluntariamente por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia”,
junto a la pila de milagros que se le atribuyeron inmediatamente, parecieron entonces
razones suficientes.
Pues, que así sea.
Martirio de Santo Tomás Becket, esculpido en una clave de bóveda de la nave central de la catedral de Exeter, Península Cornualles.
Y ¿lo de la fecha? Muy simple, murió un 29 de
diciembre. Nadie se molestó en buscar otra fecha teniendo esta tan a mano.
Ha pasado un año entero y las cosas continúan igual.
Igual que siempre. A pesar de que el tiempo pasa, o corre, nada parece cambiar
en este mundo, en el que hay tiempo para todo, o casi, hasta para colgarle a
uno el monigote consabido, propio del día que celebramos. Pero ya nadie lo
hace, no se estila.
Sí se estila la inocencia, no la natural, la
adquirida. Se vende a buen precio en el mercado de cosas usadas. Unos se la
quitan de encima para no parecer lo que son, y otros tratan de hacerse con
ella, como sea, incluso apelando al tribunal de Estrasburgo, para ser
considerados aunque no se lo merezcan.
Pues, eso, que la inocencia ya no es lo que siempre
fue. Al menos lo que yo suponía que era. La princesa Laia, por ejemplo, a mí me
dio el pego y resultó una mujer de armas tomar. Podemos, otro ejemplo, no me lo
dio, o eso pienso; veré con el tiempo si llevo o no algo pinchado en la
espalda.
De otras cosas puedo decir que va según los barrios;
a los madrileños les incomoda no poder usar el coche, y en mi ciudad que se siga
hablando de soterramiento. A los dos españoles, el vizcaíno Mikel Zuloaga y la
navarra Begoña Huarte,detenidos por
ayudar a ocho refugiados les quieren aplicar delito de trata de personas, como
si fueran esclavistas; y al gobierno de Rajoy nadie le mete en presidio por dar
palabra de aceptar quince mil, y hacer recibido sólo novecientos.
Pero que a una persona “inocente” se le prive de su
derecho al voto cuando en este país cualquier culpable de lo que sea lo
mantiene, es un monigote con bigote en nuestra espalda que canta lo que somos.
¡Ay si mi tía abuela Carmen, “Mona”, levantara la
cabeza! ¡Nadie me acunó como ella! En su inocente regazo encontraba mi pequeñez
el punto justo para dormitar totalmente confiado. Nadie mejor que ella para
consultarle mi voto en la próxima consulta electoral.
¡Chis! Que no se entere ningún tribunal español, que
son capaces de llamarme a examen.
No vamos a hacer caso de quienes dicen que eso ya no
está de moda, que son tradiciones que se mantienen por intereses espurios, que
nadie ya entiende el espíritu navideño, que son unas fiestas que sacan lo peor
y hasta dan tristeza. No vamos a tener en cuenta esas opiniones, no importa si
tienen o no razón en lo que afirman. Sabemos que hay guerras, y personas
muertas de hambre, y gentes huyendo del mal que sufren. No estamos en la inopia
y, aunque nos fastidia, suponemos que el mundo va a seguir girando y girando;
las guerras y las injusticias no se acabarán; la enfermedad y el dolor no
abandonarán su ataque; nuestros esfuerzos por mejorar siempre serán
insuficientes y a duras penas arañaremos a esta vida pequeños trocitos de
felicidad.
A pesar de todo, esta noche nos juntaremos para
cantar villancicos. Nos sale del cuerpo festejar que un niño nos nace que es
maravilla de las maravillas; su risa es la risa de Dios; sus pucheros son
también pucheros de Dios; sus manitas son como las nuestras, y patalea
juguetonamente con sus piernas que mueve un corazón tal que el nuestro.
Cantaremos villancicos a este niño que es el niño
Manuel, el Emmanuel. Dicen que nació en Belén. Esta noche vamos a decirle hola
porque también nace entre nosotros, aunque como todo nacimiento no tiene fijada
la hora.
Le esperaremos, si hace falta, pero una vez recibido
no le dejaremos en su cuna, nos lo llevaremos con nosotros para que sea urbi et
orbe la gloria de Dios en la tierra, la paz de todos los corazones, la
felicidad del ser humano y el amigo que quiere jugar con nosotros, porque
jugando se pasa muy bien.
Sí, esta noche cantaremos villancicos ante el Niño
de Belén.
Mi interés por los profetas de la Biblia lo inoculó
un hombre que fumaba en pipa y murió antes de tiempo; jesuita y profesor en
Comillas, tiene dedicada una calle en Aguilar de Campóo, Palencia. Luego, una
mujer me lo acrecentó con su forma de leer e interpretar el Libro, descubriendo
en las pequeñeces de los grandes relatos la acción misteriosa/cercana del Dios
creador y amador. Así pues, les debo a ambos, Goyo Ruiz y Dolores Aleixandre,
una “cierta manía” a tamizar hechos y situaciones por las que paso, o que me
sobrepasan, con las personas y los escritos de los profetas de la Biblia.
No es que me haya especializado en el profetismo de
Israel, qué más hubiera deseado. En realidad no lo soy en nada. Así que… pobre
seguro. Pero con frecuencia me descubro adosando a-reflexivamente a
determinadas circunstancias el perfil o las características de alguna o de
varias figuras del amplio colectivo profético. Lo que para mí es una suerte de
riqueza.
De esta manera, no se me ocurre otra cosa que pensar
de quienes están a la contra de Francisco papa por su exhortación apostólica postsinodal
La alegría del amor que algo tienen de Jonás, el extraño profeta al que se lo tragó
una ballena. Tres días, con sus noches, pasó en la panza del enorme pez, los
mismos días con sus correspondientes noches que ese conjunto de personas que
ahora airean sus controvertidas e inquisitoriales preguntas a Francisco
deberían pasar en silencio meditativo y “obsequioso”.
Pero esto solo es una recomendación que les
sugeriría; su actitud y sus intenciones necesitan a mi modo de ver algo más
contundente. Esos cardenales, obispos y gentes de iglesia que aparecen en los
medios firmando escritos públicos, en forma de carta o de manifiesto, en los
que se pone en duda o directamente se acusa al obispo de Roma de contravenir la
doctrina de la Iglesia Católica, están tocados por lo que yo llamaría el
“síndrome de Jonás”.
La expresión “la señal de Jonás” es utilizada por
Jesús en los evangelios en una confrontación abierta con quienes le exigen una
señal del cielo para demostrar la autoridad de su misión. Ante ellos dice:
«Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más
signo que el del profeta Jonás». Mateo (12, 39; 16, 4) y Lucas (8, 29), los evangelistas que la transmiten
prácticamente al pie de la letra, parecen no coincidir en lo que signifique
teniendo en cuenta sus diferentes conclusiones. Sigue siendo para los
investigadores un misterio a desentrañar, aunque supongo que andarán muy cerca
de dar con el quid del asunto.
“Síndrome de Jonás” es una expresión que utilizó el
papa Francisco en su homilía durante la Eucaristía del
14 de octubre de 2013 en la casa Santa Marta. Según sus propias palabras: “Hay una grave enfermedad que amenaza hoy a los cristianos, el «síndrome
de Jonás», aquello que hace sentirse perfectos y limpios como recién salidos de
la tintorería, al contrario de aquellos a quienes juzgamos pecadores y por lo
tanto condenados a arreglárselas solos, sin nuestra ayuda. Jesús en cambio
recuerda que para salvarnos es necesario seguir el «signo de Jonás», o sea, la
misericordia del Señor”.
Jonás se negaba a ser el instrumento de Dios que
comunicara la misericordia a los paganos. Por eso huyó. Dios revela que su
misericordia y salvación no está ligada ni al arrepentimiento ni a la
penitencia de nadie. Por eso no le importa parecer que se desdice o se
contradice. Al fin y al cabo nos conoce de sobra a los seres humanos y sabe
cómo solemos tergiversar sus cosas.
En fin, que la lección está ahí, bien clarita, para
quien quiera aprenderla. Y yo, ahora, me limito a poner en antecedentes a quien
se considere lego en la materia y quisiera más información.
El libro de Jonás
es una pequeña historia que se narra en la Sagrada Escritura con este título,
que está colocado entre los doce llamados profetas menores, –detrás de Abdías y
antes que Miqueas–, y que es muy breve, pero muy enjundioso.
El resumen podría ser según Vincent Mora en
Cuadernos Bíblicos nº 36 de la editorial Verbo Divino:
Una película bien llevada
En cuatro capítulos cortos, el libro de Jonás nos
cuenta la historia seguida de un tal Jonás, a vueltas con una misión divina.
Este relato se descompone con bastante facilidad en
seis episodios:
Primer episodio: la huida de Jonás (1, 1-3)
Jonás es un judío de Palestina a quien un buen día
Dios envía a predicar a Nínive. En el mensaje que Jonás tiene que llevar a
Nínive se adivina una amenaza mal disimulada. Por eso Jonás tiene pocas ganas
de ir a predicar a Nínive. Toma la dirección opuesta y se embarca hacia Tarsis.
Pero ¿es posible escaparse tan fácilmente de Dios?
Segundo episodio: la tempestad (1, 4-16)
Dios provoca una tempestad. El barco de Jonás se ve
en peligro; los marineros se agitan, mientras que Jonás duerme en la bodega.
Pero se descubre al culpable. Jonás confiesa su religión y señala el remedio
para salir del paso: que lo echen al mar. Los marineros intentan primero
zafarse del asunto. Es inútil. Se ponen entonces en manos del Dios de Jonás y
Jonás se ve arrojado al mar.
¿Misión terminada? ¡No!
Tercer episodio: salvamento de Jonás (2, 1-11)
Apenas cae al agua Jonás, Dios hace que un pez
gigantesco se trague a su profeta; el monstruo lo lleva tres días con sus
noches en su vientre -¡tiempo que aprovecha Jonás para componer un salmo!- y
finalmente lo vomita en la playa (2, 11),
Hemos vuelto al punto de partida. ¿Misión fallida? ¡No!
El film continúa. La misión de Jonás tiene que realizarse.
Comienza la segunda parte.
Cuarto episodio: misión renovada (3, 1-4)
La palabra de Dios se dirige de nuevo a Jonás y esta
vez Jonás obedece.
Quinto episodio: episodio central (3, 5-10)
¡Liturgia penitencial en Nínive! Jonás cumple su
misión y se produce lo increíble: Nínive se convierte con la esperanza de que
Dios retire su amenaza.
Sexto episodio: de hecho Dios retira su amenaza y
provoca el enfado de Jonás (4, 1-11)
Analicemos de cerca este cuadro final. En primer
plano, un Jonás enfadado (¿o un Jonás deprimido?). A Jonás no le gusta que Dios
sea misericordioso y bueno con Nínive, la ciudad irreligiosa e inhumana.
Lo admirable es que Dios acepta dar explicaciones.
Gradualmente: primero con una parábola en acción y luego con unas palabras.
Pues bien, Dios no recuerda el pecado ni la penitencia de los Ninivitas, sino
sólo la multitud de niños y de animales que pueblan Nínive.
Si Jonás mostró un poco de interés por un efímero
ricino que no le ha costado ningún esfuerzo, ¿cómo no va a cuidarse Dios de
tantos seres vivos y mostrarse solícito con ellos? Jonás no responde. Le toca
responder al lector.
Y si aún, persona amable que me visitas, tienes
tiempo y ganas, continúa…
Estimado
Paco: Ese título con el que encabezas tu columna en el Diario de Valladolid me
inquieta. Por lo que escribes, pero sobre todo por lo que lo provoca.
De
pequeño aprendí que con las cosas de comer no se juega; son demasiado serias;
tanto que entonces besábamos el pan tras recogerlo del suelo cuando se nos caía.
Mi padre, y como él otros muchos, nunca consintió caer o verse implicado en el
estraperlo, lucrarse de la necesidad ajena. En lo que estuvo en su mano,
siempre hubo un saco de harina para quien estuviera necesitado. En la mesa de
mi casa no se tiraba nada; todo tenía aprovechamiento. Aprendí a ser solidario
por caridad, por simples entrañas (tripas) de misericordia. Que ahora se
negocie con el hambre de otros no me las conmueven, me las crujen.
Si
entonces, aquel llamado “año del hambre”, y digan lo que quieran inquietantes
investigadores del pasado, Argentina se solidarizó con nuestro país enviándonos
medio millón de toneladas de trigo, la solidaridad entre paisanos también
existió, al menos en el mundo rural, y supervivimos gracias a ella.
No
quiero adentrarme a analizar cuándo y cómo se produjo el desajuste entre términos
tan plenos de sentido: justicia, solidaridad, caridad. Me parecen tan iguales y
equivalentes como las tres caras de la misma moneda: el mismo valor, el
supremo.
Que
sea noticiable que se da pan a las personas hambrientas, resulta hiriente a
quien recibe y a quien entrega, por los mismos motivos, porque la dignidad
humana se pone en un escaparate, en el mismo en el que salen las defraudadoras,
las evasoras, las corruptas, las insolidarias, las injustas, las faltas de
caridad.
Pero
entiendo que tú, como periodista, consideres que lo que no se dice no se sabe,
o al menos no se quiere reconocer. Y como profesional te preocupas de dar
notoriedad a lo que consideras importante. Está bien así. También has de
entender que esa misma publicidad puede zaherir, avergonzar, ¿humillar?
Como
soy cristiano tengo una referencia muy concreta: Jesús de Nazaret me indicó que
cuando diese limosna no tocara la campana ni lo hiciera en la plaza pública. Y
eso intentamos hacer: ni hinchar el pecho ni poner a nadie en un rollo.
Por
cierto, en el pueblo de mi madre, Villalón de Campos, existe un rollo preciosísimo,
donde colocaban a los malhechores para escarnio público.
Por
todo, y con todo, gracias, Paco.
TEXTO:
PACO
ALCÁNTARA
El
local parroquial adosado a la iglesia de la Virgen de Guadalupe, en el barrio
de las Villas, siempre tiene la puerta abierta. Es un singular autoservicio
para familias sin recursos económicos. Las cajas con leche, galletas, arroz y
aceite, entre una veintena de productos de primera necesidad y las estanterías
con ropa usada, perfectamente ordenadas, apenas dejan paso para transitar con
holgura por la nave. 38 toneladas de alimentos, 14 de leche, que merman a un
ritmo endiablado porque, desde finales de octubre, unas 400 personas, de 24
nacionalidades distintas, ya han recogido una buena parte para paliar esta
pandemia llamada pobreza. Aunque el día señalado para el reparto es el
viernes, Pilar Cortés advierte que, muchos, aún sienten pudor por mostrar su pobreza
en público. Prefieren acudir cuando este dispensario social, una pequeña isla
de solidaridad, se encuentra vacío, sin miradas supuestamente inquisidoras.
Esta
profesora jubilada, que abandonó una comunidad religiosa, hace 25 años, para
«hacer pequeñas cosas, y sentirme satisfecha por solucionar, cada día, un
pequeño problema de alguien», es la promotora de un grupo de voluntarios que
opera en esta parroquia. Un colectivo que se interesa por favorecer la
autopromoción personal, detectar necesidades, asistir a quien requiere ayuda y
«crear una conciencia colectiva bajo el prisma cristiano», aclara esta mujer
vitalista, que huye del protagonismo mediático.
La
última donación de un hotel de la provincia, treinta mantas, se repartió en
apenas tres días. «Hay gente que no tiene para pagar la calefacción, familias
que se hacinan en una habitación, compartiendo con otros, una vivienda con derecho
a cocina», cuenta mientras advierte, es verdad que ahora hay más trabajo,
«pero, es muy precario; a muchos, el salario no les llega a fin de mes», y
lanza una reflexión digna de memorizar, «hay una parte de la población que no
se percata que otra parte lo está pasando muy mal».
Aristóteles
ya nos alertó que la compasión es una cuestión de distancia. El dolor de los
que están demasiado cerca nos conmueve, mientras el de los que están demasiado
lejos nos resulta indiferente. Hemos convenido en entender como normal padecer
una ceguera emocional frente al sufrimiento lejano y resulta excepcionalmente
ejemplar que aún exista gente que experimenta como propio el dolor ajeno, por
remoto o anónimo que sea. Convertidos en consumidores televisivos, las miserias
que contemplamos en la pequeña pantalla nos hacen creernos a salvo y, como
señala Santiago Alba, «nos refuerzan la convicción de la existencia de una ley
natural que nos ha puesto a cubierto de la pobreza, la guerra, los terremotos
y las matanzas». Nos acercarnos al borde sin arriesgar nada, puede, incluso,
que con la sensación alegre de vernos como «unos superviviente». Seres
vacunados para no advertir como propio el dolor ajeno.
Sin
embargo, esa cercanía con la desdicha y la adversidad, le sugieren a esta
mujer, que ya peina canas, muchas preguntas, ¿cómo permanecer impasible cuando
conoces a una familia con cuatro miembros, que vive con apenas mil euros al
mes, tienen que pagar cerca de quinientos de alquiler y, el padre, a diario,
tiene que viajar en su coche unos 200 kilómetros para ir y volver de su puesto
de trabajo?, ¿Cómo no ayudar a gentes que administran 350 euros para todo un
mes, como único recurso, y que, por su edad, saben que no volverán a entrar en
el mundo laboral? Perdemos la condición de humanidad si damos la espalda a
estas situaciones tan dramáticas, dice Pilar.
Hace
años, en otra conversación, cuando le pregunté si lo suyo era caridad o existía
un trasfondo por denunciar las injusticias, me mostró un cartel que presidía
una de las paredes de su casa con esta leyenda, «cuando doy pan a un pobre
dicen que soy un santo, cuando pregunto por qué un pobre no tiene pan, me
llaman comunista». Un pensamiento del obispo brasileño Helder Cámara, uno de
los padres de la Teología de la liberación, que Pilar Cortés, hace suyo.
Acabo de encontrarme un poema cuyas palabras
encuentro plenas de sentido. Estaba leyendo a una escritora que disertaba sobre
el adviento como actitud permanente, cuando se la ocurre citar a “una
cantautora argentina” para apoyar su pensamiento. Picado por la curiosidad,
quise saber de quién se trataba. Y tras varias indagaciones, descubrí que la
cantautora era en realidad un señor ya fallecido, argentino sí, además de
obispo metodista y esforzado defensor de los derechos humanos.
Porque Él entró en el mundo y en
la historia
Porque Él quebró el silencio y la
agonía
Porque llenó la tierra de su
gloria
Porque fue luz en nuestra noche
fría.
Porque Él nació en un pesebre
oscuro
Porque vivió sembrando amor y vida
Porque partió los corazones duros
Y levantó las almas abatidas.
Por eso es que hoy tenemos
esperanza
Por eso es que hoy luchamos con
porfía
Por eso es que hoy miramos con
confianza
El porvenir en esta tierra mía.
Por eso es que hoy tenemos
esperanza
Por eso es que hoy luchamos con
porfía
Por eso es que hoy miramos con
confianza
El porvenir.
Porque atacó a ambiciosos
mercaderes
Y denunció maldad e hipocresía
Porque exaltó a los niños las
mujeres
Y rechazó a los que de orgullo
ardían.
Porque Él cargó la cruz de nuestras
penas
Y saboreó la hiel de nuestros
males
Porque aceptó sufrir nuestra
condena
Y así morir por todos los mortales
Porque una aurora vio su gran
victoria
Sobre la muerte, el miedo, las
mentiras
Ya nada puede detener su historia
Ni de su Reino eterno la venida.
José Federico Pagura (1923-2016),
argentino, obispo metodista y luchador por los derechos humanos.
El poema en cuestión, titulado Tenemos Esperanza está musicalizado como tango, y a lo que pude
comprobar lo cantan en todas las iglesias metodistas de Hispanoamérica.
Un poco harto de que gran parte del mundillo que
frecuento trate de si la Inmaculada sí, la Inmaculada no; de que si la culpa es
del dogma; o del pecado original; de una fiesta religiosa convertida también en
civil; de si es perjudicial para el sexo femenino; de que está pensado desde
una visión patriarcal y por lo tanto machista; de poner sobre María de Nazaret
mantos, joyas y coronas; o de quitárselas, que también.
En fin, un poco harto del barullo en que solemos
sepultar cosas importantes, haciéndolas imposibles. Harto, como digo
repitiéndome, me quedo con la corona de adviento de mi casa y con estas
palabras de Pagura, el autor para mí hasta ahora desconocido, del que he
encontrado este vídeo casero:
Y concluyo con estas palabras de fray Marcos que me
ha redondeado este 8 de diciembre:
“Si
descubrimos lo divino en Jesús y en María, ¿a qué estamos esperando para descubrirlo en
nosotros?”.
Como a ti el tiempo te da igual, porque ya estás por
encima de él, vengo a ofrecerte este pequeño regalo desandando en mi vida para
llegar al día en que festejarías tu llegada a este mundo hace 98 años. Escribo,
pues, a toro pasado, y publico cuando se me antoja.
Ha querido la suerte que me topara con un recorrido
completo y bello por el pueblo en el que naciste, Villalón de Campos. Buscaba
una foto del rollo, y di con todo lo demás.
Se trata de un reportaje de alguien que ha realizado
una visita a Villalón, tal vez porque le tocó en suerte, tal vez porque le picó
la curiosidad a partir de cierta noticia que le llegó. El caso es que parece
que se tomó su tiempo y dedicó lo suficiente para hacer una amplia, casi
completa, visita a tu pueblo. Muestra detalles y da explicaciones que no son
frecuentes en una simple jornada turística.
Me llama la atención, por otra parte, la casi
ausencia de animación. Una voz femenina, dos personas que pueden ser la misma,
y el ruido de fondo de los vehículos a motor destacan sobre un paisaje
deshabitado, casi un escenario vacío previo a la representación. Retrato fiel
de la mayoría de los pueblos de nuestra tierra de Campos, que otrora fueran
bulliciosos y variopintos en gentes de aquí y de allá.
La casa donde tú naciste ahí sigue, remozada. La
calle de tu abuelo, también, aunque confundido el nombre. San Miguel, San Juan,
el Rollo, la Rúa… Hay fuentes que no se parecen en nada a los caños de tu
infancia, y no tienen agua. Y una estatua, la Quesera, que te hace memoria.
Hubieras expuesto tus maravillosos quesos artesanos en el museo en que han
convertido las antiguas escuelas, si aquel viajante no hubiera comprometido
toda tu producción, para regocijo de papá que iba al mercado con toda la carga
vendida, holgar por la villa en lugar de exponer, comer opíparamente en la
fonda y volver a casa con la faltriquera henchida en el carro de varas.
Carros, eso es lo que falta. Y mujeres con cántaro
en la cadera. Y labriegos con pantalones de pana. Y niños y niñas jugando en la
plaza. Y el señor cura dirigiéndose a sus obligaciones, en sotana y con
dulleta, bonete en la cabeza y el libro de las horas en las manos.
Faltan otras muchas cosas más, que tú detectarás en
cuanto lo mires. Ya no mueven molino, como el agua que pasó. Es lo que tiene la
vida, que es demasiada corta y entraña demasiados cambios. Tantos que tu pueblo
no es el que yo conocí, mucho menos el que te vio nacer.
He envuelto todo ello en papel de fantasía y te lo
presento aquí, donde estoy, y ahora, día 11 de diciembre, nueve días después de
tu onomástica. Que esté situado en la fecha que aparece es simpleza
disculpable; no todas las placas informativas expresan la fecha de su
instalación, que llevó su tiempo. ¡Ay si se pusieran de acuerdo decididores,
grabadores e instaladores!
Mi rúbrica la pongo tras celebrar a nuestra Patrona,
la Virgen de Guadalupe, que ha querido el calendario que también la celebremos
antes de su día, el doce. A ella no le importa, lo mismo que a ti que te
escriba desde el futuro; el discurrir del tiempo algún día cesará, y entones
todos seremos mucho más jóvenes.
Como tú, que te conservas en mi memoria en la más preciosa
madurez. Besos para papá, y para ti lo que prefieras, beso o abrazo. A mí me es
indiferente.