Mi interés por los profetas de la Biblia lo inoculó
un hombre que fumaba en pipa y murió antes de tiempo; jesuita y profesor en
Comillas, tiene dedicada una calle en Aguilar de Campóo, Palencia. Luego, una
mujer me lo acrecentó con su forma de leer e interpretar el Libro, descubriendo
en las pequeñeces de los grandes relatos la acción misteriosa/cercana del Dios
creador y amador. Así pues, les debo a ambos, Goyo Ruiz y Dolores Aleixandre,
una “cierta manía” a tamizar hechos y situaciones por las que paso, o que me
sobrepasan, con las personas y los escritos de los profetas de la Biblia.
No es que me haya especializado en el profetismo de
Israel, qué más hubiera deseado. En realidad no lo soy en nada. Así que… pobre
seguro. Pero con frecuencia me descubro adosando a-reflexivamente a
determinadas circunstancias el perfil o las características de alguna o de
varias figuras del amplio colectivo profético. Lo que para mí es una suerte de
riqueza.
De esta manera, no se me ocurre otra cosa que pensar
de quienes están a la contra de Francisco papa por su exhortación apostólica postsinodal
La alegría del amor que algo tienen de Jonás, el extraño profeta al que se lo tragó
una ballena. Tres días, con sus noches, pasó en la panza del enorme pez, los
mismos días con sus correspondientes noches que ese conjunto de personas que
ahora airean sus controvertidas e inquisitoriales preguntas a Francisco
deberían pasar en silencio meditativo y “obsequioso”.
Pero esto solo es una recomendación que les
sugeriría; su actitud y sus intenciones necesitan a mi modo de ver algo más
contundente. Esos cardenales, obispos y gentes de iglesia que aparecen en los
medios firmando escritos públicos, en forma de carta o de manifiesto, en los
que se pone en duda o directamente se acusa al obispo de Roma de contravenir la
doctrina de la Iglesia Católica, están tocados por lo que yo llamaría el
“síndrome de Jonás”.
La expresión “la señal de Jonás” es utilizada por
Jesús en los evangelios en una confrontación abierta con quienes le exigen una
señal del cielo para demostrar la autoridad de su misión. Ante ellos dice:
«Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más
signo que el del profeta Jonás». Mateo (12, 39; 16, 4) y Lucas (8, 29), los evangelistas que la transmiten
prácticamente al pie de la letra, parecen no coincidir en lo que signifique
teniendo en cuenta sus diferentes conclusiones. Sigue siendo para los
investigadores un misterio a desentrañar, aunque supongo que andarán muy cerca
de dar con el quid del asunto.
“Síndrome de Jonás” es una expresión que utilizó el
papa Francisco en su homilía durante la Eucaristía del
14 de octubre de 2013 en la casa Santa Marta. Según sus propias palabras: “Hay una grave enfermedad que amenaza hoy a los cristianos, el «síndrome
de Jonás», aquello que hace sentirse perfectos y limpios como recién salidos de
la tintorería, al contrario de aquellos a quienes juzgamos pecadores y por lo
tanto condenados a arreglárselas solos, sin nuestra ayuda. Jesús en cambio
recuerda que para salvarnos es necesario seguir el «signo de Jonás», o sea, la
misericordia del Señor”.
Jonás se negaba a ser el instrumento de Dios que
comunicara la misericordia a los paganos. Por eso huyó. Dios revela que su
misericordia y salvación no está ligada ni al arrepentimiento ni a la
penitencia de nadie. Por eso no le importa parecer que se desdice o se
contradice. Al fin y al cabo nos conoce de sobra a los seres humanos y sabe
cómo solemos tergiversar sus cosas.
En fin, que la lección está ahí, bien clarita, para
quien quiera aprenderla. Y yo, ahora, me limito a poner en antecedentes a quien
se considere lego en la materia y quisiera más información.
El libro de Jonás
es una pequeña historia que se narra en la Sagrada Escritura con este título,
que está colocado entre los doce llamados profetas menores, –detrás de Abdías y
antes que Miqueas–, y que es muy breve, pero muy enjundioso.
El resumen podría ser según Vincent Mora en
Cuadernos Bíblicos nº 36 de la editorial Verbo Divino:
Una película bien llevada
En cuatro capítulos cortos, el libro de Jonás nos
cuenta la historia seguida de un tal Jonás, a vueltas con una misión divina.
Este relato se descompone con bastante facilidad en
seis episodios:
Primer episodio: la huida de Jonás (1, 1-3)
Jonás es un judío de Palestina a quien un buen día
Dios envía a predicar a Nínive. En el mensaje que Jonás tiene que llevar a
Nínive se adivina una amenaza mal disimulada. Por eso Jonás tiene pocas ganas
de ir a predicar a Nínive. Toma la dirección opuesta y se embarca hacia Tarsis.
Pero ¿es posible escaparse tan fácilmente de Dios?
Segundo episodio: la tempestad (1, 4-16)
Dios provoca una tempestad. El barco de Jonás se ve
en peligro; los marineros se agitan, mientras que Jonás duerme en la bodega.
Pero se descubre al culpable. Jonás confiesa su religión y señala el remedio
para salir del paso: que lo echen al mar. Los marineros intentan primero
zafarse del asunto. Es inútil. Se ponen entonces en manos del Dios de Jonás y
Jonás se ve arrojado al mar.
¿Misión terminada? ¡No!
Tercer episodio: salvamento de Jonás (2, 1-11)
Apenas cae al agua Jonás, Dios hace que un pez
gigantesco se trague a su profeta; el monstruo lo lleva tres días con sus
noches en su vientre -¡tiempo que aprovecha Jonás para componer un salmo!- y
finalmente lo vomita en la playa (2, 11),
Hemos vuelto al punto de partida. ¿Misión fallida? ¡No!
El film continúa. La misión de Jonás tiene que realizarse.
Comienza la segunda parte.
Cuarto episodio: misión renovada (3, 1-4)
La palabra de Dios se dirige de nuevo a Jonás y esta
vez Jonás obedece.
Quinto episodio: episodio central (3, 5-10)
¡Liturgia penitencial en Nínive! Jonás cumple su
misión y se produce lo increíble: Nínive se convierte con la esperanza de que
Dios retire su amenaza.
Sexto episodio: de hecho Dios retira su amenaza y
provoca el enfado de Jonás (4, 1-11)
Analicemos de cerca este cuadro final. En primer
plano, un Jonás enfadado (¿o un Jonás deprimido?). A Jonás no le gusta que Dios
sea misericordioso y bueno con Nínive, la ciudad irreligiosa e inhumana.
Lo admirable es que Dios acepta dar explicaciones.
Gradualmente: primero con una parábola en acción y luego con unas palabras.
Pues bien, Dios no recuerda el pecado ni la penitencia de los Ninivitas, sino
sólo la multitud de niños y de animales que pueblan Nínive.
Si Jonás mostró un poco de interés por un efímero
ricino que no le ha costado ningún esfuerzo, ¿cómo no va a cuidarse Dios de
tantos seres vivos y mostrarse solícito con ellos? Jonás no responde. Le toca
responder al lector.
Y si aún, persona amable que me visitas, tienes
tiempo y ganas, continúa…
y
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