Ha pasado un año entero y las cosas continúan igual.
Igual que siempre. A pesar de que el tiempo pasa, o corre, nada parece cambiar
en este mundo, en el que hay tiempo para todo, o casi, hasta para colgarle a
uno el monigote consabido, propio del día que celebramos. Pero ya nadie lo
hace, no se estila.
Sí se estila la inocencia, no la natural, la
adquirida. Se vende a buen precio en el mercado de cosas usadas. Unos se la
quitan de encima para no parecer lo que son, y otros tratan de hacerse con
ella, como sea, incluso apelando al tribunal de Estrasburgo, para ser
considerados aunque no se lo merezcan.
Pues, eso, que la inocencia ya no es lo que siempre
fue. Al menos lo que yo suponía que era. La princesa Laia, por ejemplo, a mí me
dio el pego y resultó una mujer de armas tomar. Podemos, otro ejemplo, no me lo
dio, o eso pienso; veré con el tiempo si llevo o no algo pinchado en la
espalda.
De otras cosas puedo decir que va según los barrios;
a los madrileños les incomoda no poder usar el coche, y en mi ciudad que se siga
hablando de soterramiento. A los dos españoles, el vizcaíno Mikel Zuloaga y la
navarra Begoña Huarte, detenidos por
ayudar a ocho refugiados les quieren aplicar delito de trata de personas, como
si fueran esclavistas; y al gobierno de Rajoy nadie le mete en presidio por dar
palabra de aceptar quince mil, y hacer recibido sólo novecientos.
Pero que a una persona “inocente” se le prive de su
derecho al voto cuando en este país cualquier culpable de lo que sea lo
mantiene, es un monigote con bigote en nuestra espalda que canta lo que somos.
¡Ay si mi tía abuela Carmen, “Mona”, levantara la
cabeza! ¡Nadie me acunó como ella! En su inocente regazo encontraba mi pequeñez
el punto justo para dormitar totalmente confiado. Nadie mejor que ella para
consultarle mi voto en la próxima consulta electoral.
¡Chis! Que no se entere ningún tribunal español, que
son capaces de llamarme a examen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario