El ser humano no se parece al ser
animal. Quiero decir, el llamado “racional” no coincide en demasiado con el
llamado “irracional”. Y que nadie me lo discuta, que el ejemplo lo tengo bien
claro dentro de mi casa.
Esta mañana, si no es por el
radiodespertador, que me hizo dar un respingo con no sé qué noticias sobre el
aumento de nuestras exportaciones de aceite de oliva, ¡viva somos el primer
país exportador del mundo!, no hay dios que me hiciera levantarme. La hora de
más, me cogió con ganas de más cama. No le ocurrió así a Moli, que ya estaba
sentada de culo en medio de mi cuarto, esperando que le abriera la puerta para
estirar sus patas por el patio comunal.
De Gumi no puedo decir lo mismo,
porque él duerme en otra casa; pero sé de buena tinta que desde las 6:30 horas
no paró de aullar, exigiendo su dosis de libertad campera.
Berto es de otra pasta, pero a buen
seguro que también algo dijo al respective.
Ya digo, a los humanos nos dicen que
cambiemos el reloj, y lo hacemos. Los “irracionales” tampoco dicen nada, pero
ni caso; para ellos el reloj no existe, y miden el tiempo según dios les da a
entender.
En otro orden de cosas, hoy teníamos
fiesta grande porque inaugurábamos la catequesis parroquial. A ojo de buen
cubero, y si no fuera domingo dentro de un puente cultural, hoy seríamos en
misa tropecientos mil; nada de pensar en que cupiéramos. Calculábamos que sería
media entrada. Empezamos siendo diez o doce; a los diez minutos ya no cabía un
alfiler. Se me dijo sé breve, que va a haber mucho niño. Palabra que lo
intenté, pero me salió una hora corrida, de reloj. Nadie respiró, incluso los
bebés estuvieron pacíficos. Y no me atrevería a decir que también atentos. A la
salida alguien decía que no creía que pudiera haber tanto gente joven en la
iglesia.
Dado el cambio horario, mi siesta ha
sido más esparramada que de costumbre. Y con la compañía de Berto que, en
cuanto me tumbo se adosa a mi espinazo y empieza a roncar, cuando desperté casi
era de noche. Ostras, ¿qué ha pasado, se ha apagado el sol? A las cinco de la
tarde ya el día se acababa, o sea que con ganas de volver a la cama.
Me espabilo la muermera ojeando un
ratejo por los blogs. Nada reseñable. En unos, mucho jijí, jajá; en otros, sapos
y culebras; y en bastantes, silencio administrativo que hoy no es día lectivo.
¡Qué cosas! Unos editan para hacer grupo; otros, para hacer grupo también, pero
a la inversa; y bastantes, para seguir solos o en silencio, que es más o menos
como predicar en el desierto.
Cojo la mochila y los demás pertrechos
y me dirijo a la piscina. Entro de noche, pues salgo de noche.
Caminando por la ciudad, en la calle San
Ildefonso nos encajonan los municipales y pasamos lentamente: control de
alcoholemia. ¿A esta hora? Pues sí, allí estaban midiendo el aliento a alguien.
Nadie rechista, y circulamos mansa, dócilmente.
Subo a ver al Jefe, que me lo
imaginaba subiéndose por las paredes con su encerramiento semanal forzado por
su rodilla reparada. Me lo encuentro en pijama y pantuflas, jugando con el
portátil a ver a su nieta en mil poses, y más tranquilo que el pupas en una
playa de levante. ¿No has salido? Me molestó un poco la rodilla esta mañana y
aunque me dijo el médico que ya podía apoyar, he pensado que es mejor esperar
al lunes.
Una visita que esperaba fuera tipo
consulta médica casi se convierte en alojamiento a pensión completa. Por fin
salgo, y es noche cerrada. La calle presenta el aspecto normal de una noche de
domingo. El lunes, con puente o sin él, es día de trabajo; hay que acostarse temprano.
Moli, Berto y Gumi no son objetos computables en las listas
ni del paro ni del curro, pero a esta hora ya están con pocas ganas de correr.
Mañana, será otro día, y ellos al fin y a la postre son felices pensionistas;
sin derecho a pensión por supuesto, pero con manutención a perpetuidad.
Ya digo, los humanos, con que haya fútbol,
el resto lo aguantamos. Los irracionales, si no hay campo, no hay quien los soporte.