Tarde empecé a escuchar a Leonard
Cohen. Tanto que casi me avergüenzo. Durante demasiado tiempo le conté en esa
izquierda divina de los intelectuales que sólo se dirigen a los cultos y
exquisitos, siempre alejados del pueblo.
Tuvo la culpa mi vecina, que me hizo
pararme y mirar, escuchar y degustar, repetir e insistir, saborear, sentir…
disfrutar y sufrir.
A partir de entonces Leonard Cohen
entró en el olimpo de mis dioses, todos de barro, con sudor en los sobacos, tan
humanos como yo, pero todos ellos adorables a pesar de sus excentricidades,
equivocaciones y pecados.
No hice nunca alarde de ellos,
pertenecían a mi más profunda intimidad, y en lo recoleto de mi habitación los
escuchaba con emoción, el corazón agradecido y los ojos húmedos de nostalgia.
Tal vez en Cohen admire su elegancia
reverente, su distancia calculada,
su poesía inalcanzable y la destreza con que ese sombrero le cubre sin
ocultarle.
No podrá ser jamás amigo mío; ¿seríamos
capaces de entendernos? Sin embargo, me reconforta escucharlo, sin entenderle tantas
veces… Decididamente siempre le tendré conmigo.
Es un honor estar
aquí esta noche, aunque quizá, como el gran maestro Riccardo Muti, no estoy
acostumbrado a estar ante un público sin una orquesta detrás. Haré lo que pueda
como solista. Anoche no logré dormir, pasé la noche en vela pensando en qué
podía decir hoy aquí. Después de comerme todas las chocolatinas y cacahuetes
del minibar garabateé unas pocas palabras pero dudo que haga falta referirse a
ellas. Obviamente, estoy muy emocionado por el reconocimiento de la fundación.
Pero he venido esta noche a expresar otro tipo de gratitud que espero poder
contar en tres o cuatro minutos.
Cuando estaba
haciendo el equipaje en Los Ángeles me sentía inquieto porque siempre he tenido
cierta ambigüedad sobre la poesía. Viene de un lugar que nadie controla, que
nadie conquista. Es decir, si supiera de dónde vienen las canciones las haría
con más frecuencia. Es difícil aceptar un premio por una actividad que en
realidad no controlo. Haciendo el equipaje para venir, cogí mi guitarra Conde,
hecha en España hace 40 años más o menos. La saqué de la caja y parecía hecha
de helio, muy ligera. Me la puse en la cara y la olí, está muy bien diseñada,
la fragancia de la madera viva. Sabemos que la madera nunca acaba de morir y
por eso olía el cedro, tan fresco, como si fuera el primer día, cuando compré
la guitarra hace 40 años. Y una voz parecía decirme: "Eres un hombre viejo
y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a quien la merece: el
suelo, la tierra, al pueblo que te ha dado tanto. Porque igual que un hombre no
es un DNI, una calificación de deuda tampoco es un país. Ustedes saben de mi
fuerte asociación con Federico García Lorca y puedo decir que mientras era
joven y adolescente no encontré una voz y solo cuando leí a Lorca, en una
traducción, encontré una voz que me dio permiso para descubrir mi propia voz,
para ubicar mi yo, un yo que aún no está terminado.
Al hacerme mayor supe
que las instrucciones venían con esa voz. ¿Y qué instrucciones eran esas? Nunca
lamentar. Y si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos tiene que ser
en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza. Así que ya tenía una
voz, pero no tenía el instrumento para expresarla. No tenía una canción. Y
ahora voy a contarles brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.
Yo era un guitarrista
indiferente. Solo me sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos,
bebía y cantaba, pero nunca me vi como un músico o un cantante. Un día, a
principios de los años sesenta, estaba de visita en casa de mi madre. Su casa
estaba cerca de un parque con una pista de tenis donde íbamos a ver jugar al
baloncesto. Era un lugar que conocía de mi infancia. Me paseé por allí y
encontré a un joven tocando una guitarra flamenca. Me encantó, estaba rodeado
de algunas chicas y me senté a escucharlo, me cautivaba, yo quería tocar así,
aunque sabía que nunca lo lograría.
Me acerqué a él y nos
entendimos medio en francés medio en inglés y pactamos unas clases en casa de
mi madre. Era un joven español. Al día siguiente se presentó. Me dijo:
"Déjame escucharte tocar algo". Lo hice y declaró que no tenía ni
idea. Él cogió la guitarra, la afinó, me la devolvió y dijo: "No suena
mal. Ahora tócala de nuevo". No cambió mucho. La cogió otra vez y me dijo:
"Te voy a enseñar unos acordes". Tocó una secuencia rápida de acordes
y luego me explicó dónde tenía que poner los dedos y me dijo otra vez:
"Ahora toca". Pero fue un desastre.
Al día siguiente,
empezamos de nuevo con esos seis acordes. Muchas canciones flamencas se basan
en ellos. Al tercer día la cosa mejoró. Aprendí los seis acordes. Al día
siguiente el guitarrista no volvió por casa. Dejó de venir. Como yo tenía el
número de la pensión donde se alojaba fui a buscarlo para ver que le había
pasado. Allí me contaron que aquel español se había suicidado, que se había
quitado la vida. Yo no sabía nada de él, de qué parte de España era, por qué
estaba en Montreal, por qué estaba en la pista de tenis, por qué se había
quitado la vida.
Sentí una enorme
tristeza. Nunca antes había contado esto en público. Esos seis acordes, esa
pauta de sonido, ha sido la base de todas mis canciones y de toda mi música y
quizá ahora puedan comenzar a entender la magnitud del agradecimiento que tengo
a este país. Todo lo que han encontrado favorable en mi obra viene de esta
historia que les acabo de contar. Toda mi obra está inspirada por esta tierra.
Así que gracias por celebrarla porque es suya, solo me han permitido poner mi
firma al final de la última página.
Discurso pronunciado por Leonard Cohen en la entrega de
los premios Príncipe de Asturias.
También yo usé guitarra, unos poquitos
acordes, casi nada de inspiración y muy pobres maneras, aunque muchas ganas de
expresarme con las letras y las melodías ajenas. Cada quien usa lo que tiene
para hacer hasta lo imposible por expresarse y que le entiendan los demás.
Leonard Cohen lo ha hecho con suficiencia manifiesta. Es un maestro. Ahora
descubro que además es humilde.
Miguel Angel, me ha gustado mucho que trajeras este discurso, que desde luego honra a mi admirado Cohen, como bien dices por su humildad.
ResponderEliminar¡Qué anecdota la de los acordes aprendidos de ese español!
Tenemos tú y yo algo en común, tambien unos cuantos acordes y una guitarra, al menos a mi me acompañó muchos años, en las fiestas, en las reuniones de amigos, en las marchas montañeras....muchas ganas de decir cosas en las composiciones...y como diria Serrat,en su canto a la guitarra (que tanto he cantado yo tambien)...."primero los amigos llegan cuando los amigos se van, solo queda una guitarra para acompañar...porque es una compañera que no engaña".., te invito a escucharla y si necesitas te la traduzco entera.
La guitarra
Deseo que sigas bien.
Preciosas palabras, son un regalo. Saludos y gracias por traerlas al blog.
ResponderEliminarCuántas cosas suceden en dos -tres- días sin ordenador. Menos mal que éste sigue siendo un sitio fresco. Necesito un par de días más para poner a funcionar el nuevo.
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