Termina abril

 
Termina abril, el mes que más que gusta. No sólo porque en él me nacieron y bautizaron. Sobre todo porque es el tiempo en que todo parece renacer. Tras un invierno largo, frío y tenebroso, irrumpe el nuevo ciclo de la vida restallando a borbotones por todos los poros del cuerpo, el mío, y de la tierra, de todos.
He dado una vueltecita por los lugares que frecuento en internet y he visto de todo. La primavera la sangre altera, no hay más que mirar. Está el patio un tanto movidito, en lo político, en lo social, en lo deportivo, en lo religioso. Así es la vida. Llegará el verano y la calma, o el sol que todo lo aplana, reinará; eso espero.
De momento hay ruido. Mucho.
Acabo de recibir en el buzón parroquial dos emails del Patriarcado Católico Bizantino(?) clamando apostasía ante la inminente beatificación del Papa Juan Pablo II. Mientras tanto, en Roma preparan la llegada de un millón y medio de peregrinos, dictadores incluidos.
Barça y Madrid se enzarzan, en tanto que Mouriño bocifera lo que le parece.
El PNV se niega a no sé qué si el gobierno no hace tampoco sé qué.
Hoy el despacho parroquial de Caritas ha estado hasta la bandera. No hay trabajo, no hay comida. Y la solidaridad caritativa llega a lo que llega…
Mientras tanto, al sol, el parque infantil del barrio estaba llenito de nenes y mamás/papás, entretenidos. Estos eran los que menos ruido hacían, y eso que no se contenían, qué va.
Y en algunos blogs de temática religiosa se insultan y se condenan mutua y recíprocamente, o se agasajan y se aplauden, según. La razón, que no consiguen ponerse de acuerdo en cómo entender y explicar eso de la resurrección de Jesús al tercer día. Nada nuevo. Que si es un dato histórico, que si eso no puede ser, que si es magia potasia, que sólo es cuestión de fe y corresponde a lo más personal e indemostrable, que si la realidad transformada…
Voy a tratar de acabar este mes romo de sólo treinta días en paz conmigo mismo, y espero que también con el resto de la humanidad. Con Moly, Berto y Gumi estoy en paz, lo he comprobado. Me lo acaban de decir.
Pero no puedo sino turbarme un poco al recordar unas palabras de San Pablo, el Saulo desmontado del caballo misteriosamente, que en un follón parecido soltó esta retahíla de palabras nada tranquilizadora:
«Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados a Cristo -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.»
Aquellos locos que al grito de «¡Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Pedro!» vivían en estrecha comunión, siendo la admiración por cómo se amaban, en realidad eran mal considerados por sus vecinos, tenidos como criminales subversivos contra el estado romano y perseguidos a muerte hasta que un emperador vio negocio redondo y los domesticó.
Y así estamos, tan mansos y faltos de mordiente que, incluso con manifestaciones multitudinarias y todos los focos de los medios del mundo mundial enchufándonos, no nos libra nadie de aquello que dice el libro del Apocalipsis: «Eres sólo tibio; ni caliente ni frío. Por eso voy a vomitarte de mi boca. »
¡Ay, qué pena que se acabe abril!

Debatiendo en la Universidad

LA OTRA IGLESIA DE LA TRANSICIÓN, A DEBATE EN LA UNIVERSIDAD
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Publicado el martes, 26 abril 2011

LA OTRA IGLESIA DE LA TRANSICIÓN, A DEBATE EN LA UNIVERSIDAD


A la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, el Colectivo contra el Olvido y la Asociación Memoria de la Transición proponen un nuevo debate en la Universidad de Valladolid sobre la otra Iglesia de la Transición democrática. El debate tendrá lugar el 28 de abril, a las 8 de la tarde, en el Aula Mergelina de la Facultad de Derecho.

Si la jerarquía eclesiástica estuvo ligada al franquismo durante los 40 años de la dictadura, en los últimos años del régimen de Franco y en el período constituyente, se hizo más visible el compromiso social de una Iglesia distinta.

Tras el Concilio Vaticano II y durante el mandato del cardenal Tarancón como Presidente de la Conferencia Episcopal española, la presencia de la Iglesia en los barrios, el apoyo de algunas parroquias a las demandas democráticas y a las reivindicaciones de los trabajadores, llevaron a pie de calle a los curas obreros y a las religiosas que se implicaron en el movimiento vecinal.

Para ofrecer su versión de primera mano de lo que ocurrió en aquellos años, en los que la ultraderecha resumía su rechazo frontal al giro democrático y social de la Iglesia con la consigna “Tarancón al paredón”, el Colectivo contra el Olvido y la Asociación Memoria de la Tansición han buscado el testimonio del teólogo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III.

Junto a él, intervendrán Manuel González, excura obrero y exteniente de alcalde de Valladolid con Tomás Rodríguez Bolaños; Gonzalo Blanco, también excura obrero y editor; y la religiosa Elena de la Fuente, vinculada al movimiento vecinal.

Como es habitual en las actividades programadas por el Colectivo contra el Olvido y la Asociación Memoria de la Transición, después de las intervenciones de los ponentes, habrá un debate abierto a la participación del público.

 
 
Vino Asun a invitarme, tras informarme de lo que tenían programado desde su departamento de Historia. Ya le dije que el asunto me resultaba interesante, pero que no podría asistir; problema de incompatibilidad de horario.
Pero sí ha estado gente conocida, y sé cómo se ha desarrollado.
A tantos años vista, habría sido conveniente contar con más personas de las que aún viven, aunque ya no están muchas que fueron decisivas entonces en esta ciudad.
El título no me pareció, ni ahora tampoco, demasiado afortunado; no había otra, era la misma y única Iglesia. El programa en principio sí lo era, con una salvedad: había una ausencia muy determinante, en una provincia con un pasado rural suficientemente significativo.
Bien representados los diversos grupos que residieron en barrios, yo echo en falta a quienes desde los pueblos animaron, acompañaron e incluso soportaron el peso de una transición que también fue rural. Y puedo asegurar que desde allá era bastante complicado dar la cara y mantener con coherencia el tipo.
Recuerdo cuando un amiguete se me acercó, estando yo en el pueblo, a pedirme nombres de personas buenas y honradas, sin importarle su ideología. Querían ofrecerles el amparo de unas siglas políticas ante las primeras elecciones democráticas. Entonces más que ahora eran dos mundos, el urbano y el rural, apenas relacionados y conectados; en lo político y en lo eclesial. Y quizás en el aspecto eclesiástico estuvieron en aquellos años mejor atendidos los pueblos que desde las instancias civiles.
Según me han informado, tampoco estoy muy conforme con el apelativo “taranconiano” que se le ha colgado en el debate a la Iglesia de los años setenta. Es cierto que el cardenal Enrique y Tarancón, Arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, la lideró la Iglesia española -por decirlo de alguna manera-, aunque a mí me gusta más decir que fue el catalizador y la voz que habló en nombre de otras muchas personas que desde provincias, y desde la misma capital del reino, hicieron lo suyo por hacer posible la Transición.
La Transición no la hizo la Iglesia de España, pero sin la Iglesia no estaríamos ahora como estamos. Lo tengo muy claro.

Cuando los sueños tardan en hacerse realidad. ¡Todo, o casi todo, llega!

 
Me he equivocado de fecha y he asistido a una no inauguración. Pero no quiero que esto quede así, vacío y sin sentido, por culpa de mi mala cabeza y mi falta de organización. ¿Qué me costaría llevar al día una agenda como dios manda? Puesto que no soy capaz de hacerlo, tengo que purgar. Lo hago poniendo esto otro, y , si mereciera la pena aquello, en su momento lo colocaré aquí.
Pronto hará dos años que di cuenta del parque infantil con que el excelentísimo ayuntamiento de mi ciudad había equipado a este barrio en el que habito. Fue en plenas fiestas vecinales. Y entonces rendí honores a la persona que se lo trabajó: Concha. Se lo merecía.
 
Aquello salió en los papeles, y desde entonces está siendo disfrutado por la chillería y por los papás y las mamás, que ya no tienen que ir peregrinando a otros barrios para que sus vástagos y vástagas realicen juegos acrobáticos y se balanceen en columpios ajenos (¿vale si digo también columpias ajenas? No lo tengo nada claro).

De vuelta de la no inauguración, he pasado junto al mini campo deportivo que acaban de instalar en mi barrio y me he dicho: ahora voy y lo aprovecho, que no sea tiempo perdido.
El caso es que desde hace apenas unos días, y ahora sin ostentación ni fotos, acabamos de estrenar una cancha deportiva. Salvo a primera hora, el resto del día está frecuentado por mozos recios y menos, que juegan a la pelo en sus diversas modalidades, que para todo vale esta pista: baloncesto, balompié, balonmano, balontiro… incluso balontropezón.

Es una auténtica gozada que algo que soñamos hace más de treinta años, sea realidad. Si entonces no pudimos tenerlo para nosotros, que al menos ahora lo tengan para ellos. Es la herencia que dejamos.
Con eso no hacemos otra cosa que repetir la historia: unos llevan los trabajos, otros recogen los frutos. ¡Vida!

En el camino nos encontramos…

 
Uno de los textos del Nuevo Testamento con los que más disfruto es el relato evangélico que narra la experiencia que dos discípulos de Jesús, que volvían a casa con todas sus banderas rotas, vivieron por el camino. Iban a una aldea llamada Emaús. Hoy, precisamente, se proclama este texto, Lucas 24,13-35.
Algún camino he recorrido en mi vida, y puede que en algo se hayan parecido al que recorrieron estos dos buenos elementos. Ahora ya soy más sedentario, aunque mis botas para caminar están siempre listas y a mano.
Pero mira tú por cuanto este cuadro me observa desde la pared cuando duermo, cuando leo en la cama, cuando sueño despierto o cuando dormido, pienso.
"Los peregrinos de Emaús". LEON LHERMITTE. (French 1844-1925)


Esto de los relatos tiene su qué. Casi todo lo que sé lo he oído, lo he escuchado, lo he leído, lo he rumiado, lo he aprendido. Pero algunas cosas, pocas es verdad, ya no las tengo por recibidas; las he tomado directamente, he tenido esa suerte de encontrármelas, y han hecho que el relato perdiera su primacía.
Es el caso, por ejemplo, de aquello que le pasó a un tal Saulo, cuando dicen que le tiraron del caballo. Si le ocurrió o no, para mí ya no es problema. A mí sí me han tirado, y con eso ya me basta.
Parafraseando a Andrés Torres Queiruga, también yo me pegaría unos pases de valé si alguien viniera diciendo que se ha encontrado una tumba del siglo I y en ella están los huesos de Jesús. Para estar vivo y ser el Viviente, no necesita llevarse encima tanta morralla. ¡Qué falta le hace a Quien da vida llevar en el bolsillo reliquias muertas! Si dijo «Ésta es mi sangre derramada por vosotros» ¡cómo va a esperar que nosotros la embotellemos esperando se licúe ante nuestros ojos! 
¡Qué importante es estar en camino, o al menos dispuesto a volver a él! Salirse del camino, dejar de caminar, es como renunciar; suena a derrota.
No seré yo quien diga que echar raíces paraliza; pero cuántas veces ambas cosas van juntas, y la una lleva a la otra, de forma recíproca y por perifrástica. Conozco quien lo ha hecho, enraizarse y seguir en activo, y de forma paradigmática; pero no abunda.
Aquí dejo el relato apañado por estos hermanos, María y José Ignacio López Vigil, copiado del libro con el que vengo mareando desde hace una temporada:
Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 2, págs. 1012-1019]




POR EL CAMINO DE EMAÚS

Aquel primer día de la semana, los vecinos de Jerusalén, a pesar de la fiesta del Sábado, se despertaron tristes, perplejos, sin terminar de creerse lo que había ocurrido el viernes en la colina del Gólgota. En casi todas las casas de la ciudad se hablaba aún de aquello y de la suerte mala de Jesús, el profeta de Nazaret, asesinado por los gobernantes de la capital. Nosotros estábamos escondidos por miedo a los guardias que seguían vigilando las calles. Desde la primera hora, nuestro sobresalto fue mayor cuando Pedro y las mujeres llegaron diciendo que el sepulcro estaba vacío y que habían visto a Jesús.

Marcos - Bueno, acabemos de una vez. ¿Ustedes piensan regresar a Galilea o se van a quedar aquí?
Santiago - No sabemos, Marcos.
Pedro - ¡Sí sabemos, Santiago! Nos quedamos. Aquí están pasando cosas muy raras. ¡Hasta que no se aclaren, de aquí no se mueve nadie!
Marcos - Pedro, óyeme bien lo que te digo: ¡tranquilízate!
Pedro - Te oigo, Marcos, y estoy tranquilo. Digo lo que he visto. ¡Y aunque me arranques la lengua, los dientes y el galillo lo seguiré diciendo: ¡Jesús está vivo! Pero, ¿es que no comprenden lo que ha pasado, cabezas de alcornoque? ¡Los de arriba no se salieron con la suya! ¡Dios ya le dio la vuelta a la torta! Era lo prometido: los pobres, que éramos siempre los últimos, somos los primeros, ¡y los muertos están vivos! ¡Ya llegó el Reino de Dios! ¡Yo lo he visto!
Marcos - Bueno, bueno, bueno. Siento lo que te pasa, tirapiedras, de veras. Parece que no hay remedio.
Magdalena - Y doña María y yo tampoco tenemos remedio, ¿eh? ¡Vamos, ábranse el coco de una vez! ¡No estamos diciendo mentiras!
Santiago - ¡No! ¡Están diciendo locuras, que es peor! ¡Y si seguimos así, todos acabaremos viendo angelitos!
Marcos - Está bien, no se vayan a Galilea. Hagan lo que quieran, pero aquí ya queda poco que comer. Voy a comprarles algo. A ver si con un buen plato de garbanzos la cabeza se les pone otra vez sobre los hombros. ¡Vuelvo pronto! ¡Tranquen bien la puerta y no le abran a nadie!

Cerca del acueducto, junto al mercado chico, Marcos se encontró con Cleofás, un viejo amigo suyo. Cleofás era médico.(1) Su nariz ganchuda se doblaba sobre el bigote y un turbante de muchos colores le cubría la calva. En el barrio de Ofel eran muy famosas sus hábiles manos de curandero.

Cleofás - ¿Qué es de tu vida, Marcos, granuja? ¡Cuánto tiempo sin verte el pelo!
Marcos - ¡Caramba, Cleofás, matasanos, digo yo lo mismo! Pero, con lo de estos días… Supiste, ¿no?
Cleofás - Querrás decir lo de Jesús.
Marcos - ¿Y qué más? Ya sabes que soy un buen amigo de los que andaban con él. Esto ha sido muy duro, la verdad.
Cleofás - Parece como si Dios se hubiera olvidado de nosotros. Por acá, la gente está que no levanta cabeza, no hablan de otra cosa.
Marcos - Pues si vieras a los amigos de Jesús…
Cleofás - Destrozados, ¿verdad?
Marcos - No. Locos. Tres de ellos, de remate. La madre, una muchacha de Magdala y Pedro, el que yo más conozco. Trastornados. Imagínate, dicen que lo han visto esta mañana y que han hablado con él.
Cleofás - Pobre gente. Con un golpe así…
Marcos - Deberías venir a casa, Cleofás. Tú sabes de yerbas y de emplastos. Están muy mal, créeme. Eso, ¿por qué no vienes hoy a comer con nosotros?

Cleofás aceptó enseguida la invitación. A media mañana, Marcos se apareció con su amigo, el médico, que se sentó a la mesa con nosotros.

Cleofás - Muy sabrosos estos garbanzos… ¡Hum!
Magdalena - Las cocineras estamos aquí, doctor Cleofás. Doña María y yo los preparamos. Los demás lloriqueando y nosotros ¡tralará, tralarí! ¡Y ya ve qué buenos quedaron!
Marcos - ¿Te das cuenta? Las dos más animadas que un par de cascabeles. ¿Qué te parece? ¿Completamente locas, verdad?
Cleofás - Un poco exaltadas, sí. Creo que lo mejor sería un cocimiento de belladona en ayunas y después dormir mucho.
Marcos - Y a Pedro, ¿1o mismo?
Pedro - ¡Yo no necesito nada, Marcos! ¡Te estoy oyendo! Trajiste a Cleofás para que nos curara, pero ninguno de nosotros tres está loco. ¡Tengo la cabeza en su sitio! ¡Y los ojos y las orejas también! ¡Hemos visto a Jesús! Hablamos con él. Sí, sí, yo no sé cómo Dios habrá hecho una cosa así, ¡pero la hizo! ¿Por qué no lo quieren creer?
Magdalena - Déjalos, narizón. Ya tendrán que limpiarse los mocos y tragarse las lágrimas cuando ellos mismos lo vean. Déjalos, déjalos…
Cleofás - Bueno, amigos, me alegro de haberlos conocido. Pero, ahora, se hace tarde y tengo que irme.
Marcos - Pero, ¿cómo? ¿Tan pronto? ¿A dónde diablos vas tú ahora?
Cleofás - Aquí cerquita, a la aldea de Emaús.(2) Tengo que resolver un asunto.
Marcos - Pues no te vayas solo y resuelves dos. ¿No está en Emaús la fuente esa de las aguas que hierven? Dicen que esa agua lo mismo te cura los granos que las fiebres negras. ¿Por qué no te llevas contigo a Pedro? A ver si se le pasa este empecinamiento.
Pedro - ¡Déjame en paz, Marcos! Yo he dicho que no pongo un pie fuera de esta casa. Vete tú y échate de cabeza a la fuente, a ver si se te ablanda, ¡descreído!
Marcos - Pues mira, que no es mala idea. Si, sí, me voy. Te acompaño, Cleofás. Tanta penumbra y tanta historia me tienen ya mareado. Por el camino me despejaré un poco. Anda, vámonos.

Cuando Marcos y su amigo Cleofás salieron, cerramos la puerta con tres cerrojos. Terminando de comer, Pedro y las mujeres volvieron a contarnos lo que habían visto, lo que habían oído. Nosotros, aburridos del mismo cuento, no nos creíamos nada de aquello.

Pasaron varias horas. Era ya oscuro y habíamos encendido un par de lamparitas cuando la puerta del sótano se vino abajo por los golpes.

Cleofás - ¡Eh, eh, ábrannos! ¡Ábrannos!
Marcos - ¡Pedro! ¡Juan! ¡Abran la puerta!
Santiago - ¡Recuernos, quién viene a estas horas!
Magdalena - Parece la voz de Marcos, ¿no oyes?
Pedro - Abre tú, Santiago. Con cuidado. Puede ser una trampa.

Cuando mi hermano abrió la puerta, Marcos y Cleofás, empujándola, entraron como un torbellino. Venían empapados en sudor y saltando de alegría.

Marcos - ¡Tenían razón ustedes! ¡Lo hemos visto! ¡Lo hemos visto éste y yo!
Pedro - ¡Ajajá! Ahora, ¿verdad? ¡Tráeles la belladona a estos dos, María!
Santiago - Pero, ¿qué cosa es esto? ¿Una jaula de locos? ¿Cómo es posible que un doctor como usted…?
Magdalena - Cállate la boca, Santiago, que hablen ellos. A ver, ¿cómo fue? ¿Dónde fue? ¡Digan!
Cleofás - ¡Escuchen! Nosotros salimos para Emaús por el camino de Jaffa. Íbamos conversando. Como no teníamos prisa…

Cleofás - Es terrible, Marcos. Pobre gente, pero no es para menos. En toda mi vida he visto yo una injusticia mayor que el juicio que le hicieron al nazareno. Es para volverse locos y más.
Marcos - ¿Sabes? Yo conocía a Jesús hacía ya más de un año. Qué tipo, Cleofás. De ésos que los catas a la primera. Un hombre de una pieza. Yo le decía a Pedro: si no es el Mesías, está muy cerca.(3) Dios estaba con él, Cleofás. Y los pobres de este país también. Era de los nuestros.
Cleofás - No tenía que haber muerto. Ya ves, lo que son las cosas: la hierba mala no se muere y a los que sirven, nos los quitan enseguida.
Marcos - Este pueblo está dejado de la mano de Dios. No se puede esperanzar uno con nada, caramba.

Marcos - Y así, conversando y conversando, llegamos a la altura de Gabaón. Y en una de las vueltas del sendero, vemos a un paisano que también iba con su bastón de camino.
Cleofás - Se nos arrimó y enseguida se metió en la conversación. Dice el paisano: Van ustedes con cara tristona. ¿Qué? ¿Les pasa algo? Yo me dije para mí: Maldita sea, ¿y este curioso de dónde sale ahora? ¿Quién le manda meterse donde no lo llaman?
Marcos - Le dije que íbamos hablando de Jesús. Y el paisano, así como lo oyen, que no sabía nada de lo que había pasado aquí el viernes.

Marcos - Pues serás tú el único peregrino que ha estado en Jerusalén y no se ha enterado.
Cleofás - Sí, hombre, lo de Jesús. ¿Cómo no vas a saberlo? Si desde el día del alboroto en el templo no se ha hablado de otra cosa en la ciudad.
Marcos - Era un profeta. O más que profeta, uno ya no sabe bien ni lo que era. Hizo cosas grandes y habló bien duro. Sin pelos en la lengua, ¿comprendes? El galileo se enfrentaba lo mismo con Pilato que con el gordo Caifás. ¡Y les cantaba hasta los catorce improperios! Nosotros creíamos que Dios iba a hacer justicia por su mano, esperábamos que él iba a liberar a Israel de todos estos pillos que nos gobiernan.
Cleofás - Pero las cosas salieron al revés. Ni llegó el Reino de Dios ni pasó nada. Lo mataron como a todos los que dicen la verdad. Y ahora, a seguir tirando con el yugo en la nuca. ¡Siempre es lo mismo!

Marcos - Y el paisano aquel callado, escuchándonos con interés. Parecía buena persona. El caso es que por contar, le contamos hasta lo del zipizape de ustedes las mujeres esta mañana y lo de Pedro, todo eso… Y que nosotros no nos creíamos nada, como es natural.
Cleofás - Y entonces fue cuando nos dijo que éramos unos idiotas, con la cabeza más dura que un callo. La verdad, yo me molesté bastante. Me dije: Pero, ¡qué tipo más atrevido! ¡Que vaya a meterse con su suegra si quiere!
Marcos - Y ahí mismo el paisano se destapó y toda la saliva que había guardado escuchándonos, se la gastó hablando de una ensarta de cosas de las Escrituras. Se las sabía al derecho y al revés.
Cleofás - Amigos, nos dijo cosas grandes, de ésas que no se olvidan. Nos dijo que los que luchan por la justicia mueren, pero que su muerte Dios no la echa en saco roto, que ellos son como semillas que se hunden en la tierra y nacen de nuevo, llenas de frutos. Nos repetía que no estuviéramos tristes porque jamás ni nunca la muerte tiene la última palabra.
Marcos - Y decía también que todo esto había sido como la Pascua en Egipto, cuando Moisés. Que el Mesías había tenido que atravesar el Mar Rojo de la sangre para poder entrar en la tierra prometida. Que nos secáramos las lágrimas, que el Reino de Dios ya había empezado. Bueno, yo no sé repetírselas, pero aquel paisano decía las cosas de una manera que te ponía la carne de gallina.
Cleofás - Eran palabras que te entraban para adentro como brasas.
Marcos - Pero lo mejor viene ahora. Resulta que cuando llegamos a Emaús…

Cleofás - Oye, tú, ¿te vas ya?
Marcos - Podías quedarte con nosotros. Fíjate, ya se está haciendo tarde, es casi de noche. Quédate aquí, hombre, hay sitio para los tres.

Cleofás - ¡Qué ganas teníamos de que se quedara! Y se quedó. Y nos sentamos a cenar allá, en la taberna de Samuel. Nosotros cada vez más entusiasmados con la conversación…
Marcos - Y entonces, cuando estamos comiendo, el paisano agarra un pan, hace la bendición, lo parte y nos da un pedazo a cada uno.(4) Compañeros, igualito que el jueves por la noche, cuando cenamos la Pascua juntos aquí mismo, igualito, igualito. ¡Era él! ¡Era Jesús! ¡Estoy seguro, compañeros!
Magdalena - ¿Lo ven? Es lo que yo digo, ¡que el moreno está vivo! ¡Que no se lo tragó la tierra!
Cleofás - ¡Sí, amigos, parece mentira, pero es la purísima verdad, la purisísima! ¡Jesús está vivo! ¡Sí, lo hemos visto! ¡Y esto hay que gritarlo a los cuatro vientos! ¡Que lo sepan todos! ¡Que se entere todo el mundo! ¡Que Jesús está vivo!

¡Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión!
¡Grita con voz fuerte, alegre mensajero para Jerusalén!
¡Grita sin miedo,
di a las ciudades de Judá: !Ahí está nuestro Dios!
¡Ya viene para consolar a todos los que lloran,
para cambiar nuestra ceniza en corona,
el traje de luto en vestido de fiesta,
nuestro desaliento en cantos de victoria!



Marcos 15,12-13; Lucas 24,13-35.


Comentarios

1. En Jerusalén, como en todas las ciudades y aldeas de Israel, había médicos. Eran considerados artesanos. Se ocupaban sobre todo de medicina externa: vendajes, emplastos, ungüentos. Los conocimientos sobre el funcionamiento del cuerpo eran mínimos. Como la medicina tenía aún mucho que ver con remedios mágicos, a veces se tenía cierta prevención contra los médicos, considerándolos charlatanes o gente interesada en aprovecharse de los demás.

2. Emaús era un aldea a unos 30 kilómetros de Jerusalén, en la Sefelá, extensión amplia de terreno llano, situada entre los montes de Judá y las llanuras costeras. Durante la guerrilla de Judas Macabeo fue lugar de acampada de los israelitas (1 Macabeos 3, 57). Actualmente no se sabe con exactitud dónde estuvo la Emaús del evangelio. En una pequeña aldea árabe, El-Qubeibeh, hay una iglesia que recuerda el relato de Emaús. En la aldea se conservan restos de una calzada romana del tiempo de Jesús.

3. La esperanza del Mesías que durante siglos había alentado al pueblo de Israel fue concretándose de distintas maneras con el tiempo. Después de la resurrección de Jesús, los discípulos reconocieron en él al Mesías esperado. La vida y la muerte de Jesús les mostró que él se identificaba con el Siervo de la Justicia del que ya había hablado el profeta Isaías (Isaías 42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-9; 53, 1-12), más que con el rey triunfador, el personaje celestial misterioso o el profeta vengativo que otros habían imaginado. Cuando las primeras comunidades cristianas reconocieron en Jesús al Mesías, comenzaron a llamarlo también “Cristo”, es decir, el Ungido de Dios, su Enviado, su Bendito. De los cuatro evangelios, es el de Mateo el que más marca el carácter mesiánico de Jesús, por ser un texto dirigido especialmente a los lectores judíos.

4. En varias ocasiones los discípulos reconocieron a Jesús al partir el pan. En Israel nunca se partía el pan con cuchillo. Y todas las comidas se iniciaban con el gesto de partir el pan, que hacía el que presidía la mesa. Jesús debió haber tenido una forma particular de hacerlo cuando comía con sus compañeros, por la que ellos lo identificaban y reconocían.

Ocupando la calle, que es mía

 
La cosa de hoy trata de mi barrio y de coches, o sea, de cómo y donde dejarlos parados y que no estorben. En suma, de la falta de aparcamiento.
Viene de lejos este asunto, porque este barrio nació entre majuelos, olivares y patatales. Digo yo que también había maizales, zanahoriales, lechugares y tomatales, porque por esta parte de la ciudad el terreno se presta para huertas.
Alguien parceló su finca, vendió los trozos y apenas dejó calles, porque ni falta casi que hacían. El que más, una mula, o una bicicleta. El resto, unos ratos a pie, y otros andando. Autobuses entonces por aquí, no se conocían.
Llegó la modernidad, y la automoción. Ahora casi de media tres vehículos a motor por casa. Total, que no hay donde dejar los autos.
Soñaron los vecinos con que al urbanizarse el contorno, la zona exterior pudiera servir de aparcamiento extra para el barrio, pero dijo el Ayuntamiento que nones, que jardines con césped, que agua tenemos de sobra, y que aceras también bien anchas, para que pasee el personal.
Así que tenemos un déficit muy superior. 
Servidor se hace el ingenioso, y entre el patio jardín parroquial y los chirimbolos en la calle, consigue que los cultos de postín tengan algún alivio. Pero cuando viene el mogollón, es decir, llega la chiquillada a catequesis y sus papás y mamás, -porque los abuelos suelen venir andando-, van a estacionar sus vehículos, se encuentran con el guardia de barrio que les dice que no se puede, que es peatonal y que ahí no.
Al tal guardia no le importa si pongo o no chirimbolos, como tampoco le importa si aparcan delante de la iglesia para irse a tomar un cafelito; y eso a pesar de las señales que ha colocado su propio jefe. Dice que lo importante es dialogar, y que él no está ni para poner multas ni para llamar a la grúa.
Pero sí estuvo muy atento este invierno, cuando empezaron a llegar vecinos a sus casas nuevas en la plaza que dicen porticada, aunque ni tenga columnas, ni pórticos, ni sea propiamente plaza. Para él es zona peatonal y si alguien quiere acercarse a su puerta para descargar una lavadora, su presencia sola ya asusta y aventa esos malos pensamientos.

No obstante en la parte contraria, y justo detrás de la iglesia, hay una hilera de coches que llevan ahí parados, qué digo, clavados al suelo, la friolera de dos años. ¡Dos años!
«Israel, oye, esos coches…» «No me digas nada, "Miguél"». [Porque para él yo sólo tengo mi primer nombre y con carga en la e, que eso marca distancia.] «Ya lo sé. Pero conozco a esas personas, y están pasando un mal momento. Está todo controlado».
Y no consigo más de él.
Como estoy hasta las narices de que sólo llame la atención a quienes vienen a la iglesia, a lo que sea; o a la puerta del colegio público, cuando los padres van apretados de tiempo por llegar bien al trabajo; y porque si llamo a la oficina municipal de reclamaciones me remiten a mi policía de barrio, hoy hago esta denuncia en mi propio blog, donde además me reservo el derecho al pataleo.
Ahí están los vehículos de la discordia. Ya digo llevan dos años sin moverse, y ocupando espacio donde en momentos especiales es necesario.


Este camión pertenece a la empresa que ajardinó la zona. Aparcado ahí desde entonces, sirvió en su momento para guardar las herramientas propias de los menesteres que en aquel tiempo se desarrollaron. Vacío, no sé si porque devolvieron al almacén los utensilios o porque los robaron, ya no hace ninguna función, salvo estar parado. Y ocupar espacio público.


Este otro lleva menos tiempo, pero a juzgar por la mancha en el suelo, ni gasofa ni aceite tiene en su motor. Ignoro a quien pertenece, ni me importa. Pero sospecho que el guardia sí. Pero se calla.

 
Y este último es para sacarlo en internet. No sólo se falta una rueda delantera. Además carece de matrícula anterior. Y es tal la inmovilidad prolongada que soporta que bajo su hermosa estructura está creciendo la hierba, y eso que hay cemento.

 
Ninguno de estos tres se ha movido del sitio en todo este tiempo, dos años, repito. Ninguno ha pasado la ITV. Ignoro si pagan rodaje. Y estoy por asegurar que tampoco tienen seguro a terceros. Ni falta que les hace. Ya lo pagamos los demás.

Si contamino, a mí qué.

 
En uno de los rincones de mi parroquia, junto al río, existía desde tiempos antiguos la fábrica de levaduras. Anteriormente hubo allí una alcoholera, que fue lo que dio nombre a la vía pública que paralela al Pisuerga la recorre toda, de norte a sur.
En un momento dado, puede que haga veinte años, obligaron a depurar las aguas residuales, que hasta entonces vertían directamente al río. A tal efecto, dirigieron el tubamen de sus residuos hacia los límites con la vecina Simancas, y justo en la misma raya levantaron estos dos cilindros de tamaño natural.
La conducción subterránea de tal aliviadero cortó por lo seco todos los manantiales, o bastantes, y corrientes de agua freáticas que alimentaban estos campos. Consecuencia: la mayor parte de las fincas de esta zona quedaron inservibles. Que se lo pregunten, por ejemplo, a Ignacio y Laura, que desde entonces son emigrantes, porque sin campo no saben vivir, no son personas. O a Ele y Mariano, que las flores que trajinan ahora son de importanción, porque propias, ya imposible.
Ahora, el ayuntamiento ha convenido con la empresa cambiar de aires, y llevar la planta de producción a otra parte. En esas tareas están, demoliendo y saneando los terrenos para que puedan ser construibles y habitables.
La fábrica ya está finiquitada. Esta foto es de hace unos días, y así iba a demolición.

A día de hoy ya no queda piedra sobre piedra. Ahora falta por tirar al suelo la planta depuradora.
El otro día, al salir con mis amigos cánidos, descubrí que el cilindro más pequeño ya no existía, era un escombro.
Hoy se ha despertado el sol contemplando como al cilindro grande le estaban quitando la capa de pintura o lo que sea que lo recubre por el exterior. Grandes máquinas y grúas rodeaban el cimborrio.
De pronto, una humareda bestial ocupó gran parte del cielo. Accidente o no, el caso es que alguien habrá pensado que quemando la sustancia la cosa se aligeraba en el tiempo.
El resultado es como se ve.
Como no tenía máquina a mano, tomo una foto de Internet que más o menos expresa lo que yo vi.
A continuación, pasado un rato, sonaron bocinas y alarmas. Supongo que alguien avisó, y los bomberos se pusieron en acción.
Esto es lo que ha sido. Quien contamina, no se para en barras. Total qué más da si nuestro aire está un poco más sucio. Y a las patatas que por aquí están brotando, una vez fritas, quién va a pensar en lo que les ha caído encima.
El futuro campo de golf nacerá, sin duda alguna, y sea como sea, parecerá un oasis. Ya se encargarán de que así sea, dinero no va faltar.
Pues eso, que da un gustirrinín algunos días levantarse de la cama…

Cosas de un lunes de Pascua


La capilla estaba engalada, a la vista está. Porque es Pascua y también porque hoy, o sea ayer, íbamos a presentar a los niños y niñas que harán su primera comunión este año. Flores no faltaron, la gente se encargó de ello.
Estuvo abarrotado el recinto, y la celebración fue una auténtica fiesta. No estábamos todos los que teníamos que estar; la culpa, del calendario; este año viene poco aparente. Quienes estuvimos sí que éramos. ¡Vaya que sí! Y añadimos al contexto más cosas: una mochila de colores, repleta de ilusiones, proyectos y afanes; una cruz con cadenas, que es lo que hay; flores de jardín particular hecho comunal por decisión de la señora Pilar Vecino, buena mujer y mejor vecina; y para completar el pan del sudor trabajado y el vino de la alegría festiva. Que para eso estamos en la Pascua.
El valle estaba espléndido, Carlota atendió a mi llamada y eso que le grité desde lejos, y Gumi y Berto se portaron como siempre, siempre que haya conejos por las proximidades; o sea, desaparecidos. Al final, como no querían quedarse en tierra ajena, aterrizaron. A esos no les apetece dormir fuera de casa, no hay la menor duda.
Preparando una caracolada. Algunos ya están a punto, a otros aún les falta. En su momento, todos darán la talla. Entre tanto, en el arca pasan el rato y van entrando en sazón.
Este año es bueno en caracoles. Y ¡hay que ver cuánto gustan por aquí! Ya me han pedido prestada la literna de acampada para salir de noche de imaginaria. Ya les he dicho: ahí la tenéis, pero no me traigáis caracoles, que si no es con mucho chorizo, jamón y otras menudencias, a mí no me saben a nada…




Tal día como hoy, hace un año, Ramón salió de casa por última vez para el bautizo de Nines y Blanca. Mantuvo el tipo hasta el final. 

Y también, hace ya ni me acuerdo, en Portugal los claveles se rebelaron a los sones de Grândola, Vila Morena. La música es lo que tiene, puede sorprender.

♫♫♫Tu, turututú,turututú…♫♫♫

♫♫♫ ♫♫♫ ♫♫♫
Por orden de Aquel que está sentado
en el trono, se hace saber a todos
los peregrinos de la tierra:

Hoy, al despuntar el alba, se abrió
el sepulcro de Jesús.
Rodó la piedra y los guardias huyeron espantados.
Se revisó el interior y todo
estaba en orden.

¡¡¡JESÚS HA RESUCITADO!!!

En vista de la cual
se funda hoy el país de la alegría.

Para inscribirse, basta ser feliz,
valiente y libre.
Sepan los tristes que la semilla
de la alegría
está en casa de los pobres.
Allí podrán encontrarla.
Sepan los tímidos que su mejor cura
es correr riesgos, confiando
en el que murió y resucitó.
Sepan los esclavos que la libertad
se consigue vendiéndolo todo y
dándolo a los pobres.
♫♫♫ ♫♫♫ ♫♫♫


¡¡FELIZ PASCUA FLORIDA!!

El primer día de la semana


EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA

Magdalena - ¡Ea, Susana, arriba!
Susana - Ya voy, ya voy.
Magdalena - ¡Salomé!
Salomé - ¡Psst! No hagas bulla, Magdalena, vas a despertar a los hombres.
Magdalena - Bah, no se preocupe, éstos no se mueven ni con un terremoto. Mírelos cómo están, durmiendo tan tranquilos.
Marcos - ¿Quién dijo que los hombres duermen?
Salomé - Marcos, ¿qué haces tú levantado tan temprano?
Marcos - Eso les pregunto yo a ustedes. Las estrellas todavía están fuera. Tienen tiempo de echarse otra cabezada.
Salomé - Lo que tenemos que hacer es ir al sepulcro a lavar el cuerpo y terminar de amortajarlo.
Marcos - Pero ¿Pedro no me dijo que regresaban hoy mismo a Galilea y que querían salir a primera hora?
Magdalena - Por eso hemos madrugado tanto.
Salomé - Escucha, Marcos, cuando se despierten, diles que vayan recogiendo los trastos para ponernos enseguida de camino. Que nosotras volvemos pronto. ¿Tenemos todo?
Susana - Aquí está la mirra y los perfumes. Toallas, sábanas limpias…
Magdalena - Oiga, Susana, ¿y dónde está doña María?
Marcos - Ésa se levantó antes que ustedes. La vi salir hace un rato.
Salomé - ¿Y a dónde fue?
Marcos - Pues, la verdad, yo no le pregunté.
Susana - ¿A dónde va ir María si no es al sepulcro a llorar?  ¡Ay, Dios mío, cuánto está sufriendo, la pobre!
Salomé - Vamos, Susana, que se nos va a hacer tarde. No perdamos tiempo.

El primer día de la semana, cuando todavía estaba oscuro, mi madre Salomé, Susana y la Magdalena, salieron con prisa llevando los perfumes que se usan para ungir a los muertos. Querían terminar de lavar y embalsamar el cuerpo de Jesús. El viernes no habían tenido tiempo de hacerlo y el sábado, como era día de descanso, estaba prohibido.

Susana - Le hubiéramos dicho a Marcos que nos acompañara. O haber despertado a alguno de los hombres…
Salomé - ¿Para qué, Susana?
Susana - Para que nos rueden la piedra. Nosotras no tenemos fuerzas para empujarla.

Las callejas de Jerusalén estaban desiertas. Aún no asomaba el sol y los vecinos de la ciudad de David, después de la fiesta grande del sábado, dormían a pierna suelta. Las mujeres atravesaron el barrio de Sión, salieron fuera de las murallas por la Puerta del Ángulo, echaron a andar por el camino de arena que lleva al Gólgota.

Susana - Parece mentira todo esto.
Salomé - Todo se acabó, Susana. Todo se acabó. Resignación y nada más.
Magdalena - Yo nunca me resignaré. ¡Nunca! Él era lo que más quería en esta vida. ¿Cómo me voy a resignar a que se lo coman los gusanos, cómo?
Salomé - Vamos, Magdalena, muchacha, tranquilízate Claro que te resignarás. ¿Qué otro remedio queda?

Bordearon el Gólgota, sembrado de palos negros y ensangrentados, donde un par de días antes habían derramado tantas lágrimas. Detrás de la macabra colina, junto a las fosas comunes, había algunas cuevas. Entre ellas, la de José de Arimatea, que había servido como sepulcro para enterrar a Jesús.

Susana - ¿No era ésta, Salomé?
Salomé - No, aquella de más allá. Vengan… ¡Caramba!
Magdalena - ¿ Qué pasa?
Salomé - O yo estoy viendo mal o la piedra está rodada.
Susana -¿No se lo dije? Que María se nos había adelantado.
Magdalena - Pero, ¿quién le habrá ayudado a correr la piedra, entonces?

Las tres mujeres se acercaron a la entrada de la cueva. La piedra, redonda y fría, estaba corrida hacia un lado.

Susana - ¡María! Eh, María, estás ahí abajo, ¿verdad? ¡María!
Magdalena - No responde nadie…
Salomé - Estará llorando junto al cuerpo. La pobre, quedó tan destrozada.
Susana - Es natural. Su único hijo y acabar así… Yo es que cuando lo pienso… ¡Ay, qué desgracia tan grande ha sido ésta, qué desgracia!
Salomé - Susana, por Dios, no comiences otra vez. Ni tú tampoco, Magdalena. Lo que pasó, pasó, y no hay que darle más vueltas. Vengan, vamos a bajar y consolamos un poco a María y nos ponemos a trabajar.
Magdalena - No, no, yo no puedo entrar, yo no puedo volver a verlo.
Salomé - Magdalena, muchacha, hay que ser fuerte. Tenemos que cumplir este último deber. Jesús hizo tanto por nosotros… Se merece que, por lo menos, lo enterremos bien. Vamos, prende la lámpara y entremos.

Encendieron una lámpara de aceite. Con las túnicas arremangadas y agachándose para no tropezar, fueron bajando por los estrechos y húmedos peldaños hasta el fondo de la gruta.

Susana - ¡María! Oigan, aquí no está María…
Salomé - ¿Cómo que no?
Magdalena - ¡Ay! ¡Ay, por Dios bendito, miren!

La Magdalena acercó la lámpara a la tarima de piedra donde el viernes, antes de ponerse el sol, ellas mismas habían dejado el cadáver de Jesús envuelto apresuradamente en unas sábanas.

Salomé - Pero, ¿dónde está el…? ¡Alumbra bien, Magdalena!
Magdalena - ¡No está aquí! ¡Miren! ¡Se lo han robado! ¡Maldita sea, se lo han robado!
Susana - Pero, ¿será posible que en este país ni a los muertos los dejen descansar?
Magdalena - ¡Ay, caramba, ay Dios mío, ay gran poder de Dios y gran desgracia del hombre, ay!
Salomé - ¡Tranquilízate, Magdalena, muchacha!
Magdalena - Pero, ¿cómo me voy a tranquilizar? ¡Se lo han llevado y no sé dónde lo han puesto!
Susana - ¿Quién habrá hecho esta maldad? ¿Quién puede querer hacernos este daño?
Salomé - ¡Seguramente los soldados de Pilato profanaron la tumba, lo sacaron y lo tiraron en la fosa común, como a un perro! Eso es lo que ha pasado.
Susana - No puede ser, Salomé. ¡Fue el mismo Pilato el que dio el permiso para enterrarlo aquí!
Salomé - Pues entonces el Caifás ése y su pandilla que querrán clavarlo otra vez en la cruz como escarmiento a los peregrinos, para que lo vean colgado cuando salgan de la ciudad. No es la primera vez que lo hacen.
Susana - ¡Ay, qué cosa tan horrible, no sigas hablando! Me siento mareada.
Salomé - Y yo siento unos escalofríos por atrás… ¡Ea, vámonos de aquí!

Las tres mujeres salieron a todo correr de la cueva del sepulcro. Estaban pálidas, blancas como las sábanas que llevaban en las manos.

Susana - ¡Uff! Y ahora, ¿qué hacemos?
Salomé - Ir corriendo a decírselo a los hombres. Tienen que saberlo.
Magdalena - ¡Ay, que me va a dar, ay que me da, ay que yo no puedo, ay Dios, ay que tengo una tenaza aquí en el pecho, ay!
Susana - Magdalena, deja ahora los lamentos y vamos corriendo a avisarle a Pedro y a los demás.
Salomé - Déjala, Susana, déjala que llore. Ven, vamos nosotras. Y tú, Magdalena, quédate aquí con la mirra y los perfumes. Volveremos enseguida.

Susana y Salomé regresaron corriendo a la casa de Marcos, donde todos los del grupo nos escondíamos desde el viernes. María, la de Magdala, con la frente pegada a la piedra redonda del sepulcro, se quedó llorando sin consuelo.

Susana -¡Marcos! ¡Pedro! ¡Despiértense!
Salomé - ¡Se han llevado el cuerpo de Jesús y no sabemos dónde está!
Pedro - ¿Que lo han qué?
Susana - ¿Estás sordo, tirapiedras? ¡Que lo han robado!
Pedro - ¡Pero eso no puede ser!
Salomé - ¡Pues sí es! ¡La cueva está vacía y la piedra corrida!
Santiago - ¡Juan, Felipe, Natanael, tranquen las puertas enseguida y cierren las ventanas! ¡Estamos en peligro!
Marcos - Y ustedes, par de gritonas, ¿alguien las vio llegar hasta aquí?
Susana - ¡Ay, mi hijo, Marcos, yo no sé, no me angustien más!
Santiago - ¡Tenemos que irnos cuanto antes a Galilea! ¡Si nos atrapan, nos colgarán a todos de un palo!

En ese momento, tocaron a la puerta…

Pedro - ¡Maldición! Nos han descubierto. ¡Estamos perdidos!
Magdalena - ¡Abran, abran, abran!
Susana - ¡No seas cobarde, Pedro! Es la Magdalena, ¿no la oyes? ¡Corre y ábrele la puerta!

María, la de Magdala, entró en el sótano donde nos escondíamos con las manos en la cabeza y los ojos desorbitados.

Magdalena - ¡Ay! ¡Ay!
Pedro - Pero, ¿qué diablos le pasa a ésta ahora?
Santiago - ¡Cierren esa puerta, caramba!
Magdalena - ¡Ay! ¡Ay!
Susana - Pero, muchacha, por los ángeles del cielo, habla pronto que ya tengo el corazón en la boca.
Santiago - ¡Habla de una vez, aspavientosa! ¿Qué pasa? ¿Te vienen  siguiendo?
Magdalena - ¡Sí!
Santiago - ¿Que te vienen siguiendo? ¿Viste a los soldados? ¿A los de Pilato? ¿La policía de Herodes? ¡Maldita sea, habla! ¿Quién te viene siguiendo?
Salomé - Déjala que tome resuello, Santiago. ¿No ves que se le traba la lengua?
Santiago - Pues que se le destrabe pronto. Habla, condenada, ¿a quién demonios viste?
Magdalena - ¡A él!
Pedro - ¿Quién es él?
Magdalena - ¡Él!
Pedro - ¡Por la rabadilla de Moisés, ¿a quién has visto?
Magdalena - ¡A Jesús!
Marcos - ¿Cómo? ¿Encontraron ya el cadáver?
Magdalena - ¡No! ¡Lo he visto vivo!
Todos - ¿A quién?
Magdalena - ¡A Jesús! ¡Al moreno! ¡Acabo de verlo!
Santiago - Pero, ¿qué disparate estás diciendo?
Magdalena - Acabo de hablar con Jesús. Era él, estoy segura.
Salomé - Ya lo dije yo, esta muchacha no ha comido nada desde el viernes y…
Magdalena - ¡Lo he visto con este par de ojos igual que los estoy viendo a ustedes!
Susana - Claro que sí, mi hija, claro que sí. Ven, anda, tómate un caldito. Serénate un poco.
Magdalena - ¡Era él! ¡Era Jesús! Hablé con él hace un momento…
Pedro - Échale fresco, Susana.
Salomé - La pobre, ha llorado mucho.
Susana - Así le pasó a tía Domitila cuando murió el tío. Le dio como un frenesí y hablaba hasta de noche. Ven, Magdalena, recuéstate un poco y descansa.
Magdalena - No, no, voy a acostarme. Déjenme contarles lo que me ha pasado, ¡caramba!
Marcos - Eso, que hable, que hable, que así se desahoga. Después dormirá mejor.
Susana - A ver, mi hija, cuéntanos lo que pasó.
Magdalena - Yo estaba allí, junto al hoyo de la tumba cuando ustedes se fueron, y lloraba, y lloraba, y ya tenía los ojos como un tomate de tanto llorar, y de pronto siento unos pasos detrás de mí, y levanto la cabeza y me doy la vuelta… Yo tenía tantas lágrimas que lo veía todo borroso. Y pensé que era el tipo ése que cuida el lugar y le digo: Oiga, paisano, si usted se lo llevó, dígame dónde diablos lo tiene escondido y yo voy a buscarlo. Y entonces… ¡entonces!
Susana - ¿Qué pasó entonces, mi hija?
Magdalena - Que él me dijo: ¡María! Me llamó por mi nombre, ¿entienden? Y yo me quedé espantada. ¡Era él! ¡Estoy segura! ¿Quién podía ser si hablaba como él, si se reía igual que él?
Marcos - Vamos, Susana, dale el caldo o prepárale un emplasto para enfriarle la mollera.
Magdalena - ¡No, no, tienen que creerme! Él me dijo: ¡María!(1) Y yo le dije: ¡Moreno! ¡Y me tiré a sus pies!
Marcos - Y él te habrá dicho: Suéltame, que me estás haciendo cosquillas. ¿No es eso?
Magdalena - Él me dijo: Corre, corre y avísales a mis hermanos, ¡a ustedes, caramba! ¡Diles que si van a Galilea, los espero allá! ¡Y si se quedan aquí, también! Que me verán pronto.
Santiago - ¡En fin, que el guardián del cementerio le ha pegado un susto de muerte a la ramerita!
Magdalena - No, no. Yo lo he visto.(2) He hablado con Jesús antes de venir acá. Susana, Salomé, ustedes fueron conmigo, ustedes vieron aquello vacío, tienen que creerme. ¡Ay, miren, ahí está!

Una sombra pasó rápidamente por el tragaluz del sótano. Todos nos sobresaltamos y la Magdalena se lanzó a abrir la puerta. Pero quien entró fue María, la madre de Jesús.

Susana - María, al fin llegas, caramba. ¿Dónde estabas metida?

María no dijo una palabra. Se quedó mirándonos con los ojos radiantes de alegría. Creo que nunca en toda mi vida he visto una mirada tan feliz como aquella.

Susana - Comadre María, ¿qué te pasa? ¿De dónde vienes? ¡María!

Con la boca abierta, sin movernos, todos estábamos pendientes de los labios de aquella campesina, morena y bajita, que era la madre de Jesús. Entonces la Magdalena se acercó a ella, la miró mucho, se hundió en sus ojos negros, tan negros como el pañuelo de luto que le cubría la cabeza.

Magdalena - Doña María, usted también lo vio, ¿verdad? ¿Verdad que sí?
María - ¡Sí, sí, sí! ¡Lo he visto! ¡He visto a mi hijo! ¡Lo he visto!

Todavía había estrellas en el cielo. Todavía Jerusalén dormía custodiada por el ojo redondo y blanco de la luna de Nisán. Todavía era de noche, pero muy pronto iba a amanecer.

¡Despierta, despierta, levántate, Jerusalén!
Tú que bebiste la copa del dolor.
Mira: Dios te quita esa copa de las manos,
y ya no volverás a beberla. ¡Despierta, despierta!
¡Vístete ropas de fiesta, Jerusalén, Ciudad Santa!
¡Sacúdete el polvo, levántate, rompe las cadenas de tu cuello!
¡Levántate, Jerusalén,
resplandece,
que está llegando tu luz
y la gloria del Señor amanece sobre ti!

Mateo 28,1-10; Marcos 16,1-11; Lucas 24,1-11; Juan 20,1-2 y 11-18.

Comentarios

1. El más primitivo de los relatos de la resurrección de Jesús es el de la “aparición a las mujeres”. En el evangelio de Juan, esas mujeres son una sola, la Magdalena. Coherente con el resto del evangelio, también en la hora de la resurrección, «los últimos son los primeros». Y fue una prostituta la primera en experimentar que Jesús estaba vivo, y la primera en testificar esta experiencia. En Israel las mujeres no servían para testigas en los juicios, pues se las tenía, sin más, por mentirosas y enredadoras. Los evangelios son audaces al presentar a una mujer, que además era una ramera, como la primera en atestiguar la resurrección. Así, la subversión de valores que caracterizó la vida y el mensaje de Jesús se prolonga después de su muerte.

2. Toda la fe cristiana se apoya en un hecho que ha sido transmitido desde hace dos mil años, inicialmente por el primer grupo de amigos de Jesús. Ellos dijeron haber visto a Jesús resucitado. A partir de aquel grupo de pescadores y gente pobre y sencilla fue pasando de generación en generación la noticia de que a Jesús de Nazaret, que fue asesinado, Dios lo levantó de entre los muertos, para así dar sentido a la historia de la humanidad. En el primer siglo cristiano Pablo dijo a las comunidades de Corinto que si Cristo no hubiera resucitado toda la fe cristiana era hueca (1 Corintios 15, 12-24). A la fe en la resurrección de Jesús se llegó por la palabra de sus primeros discípulos, conservada en el texto de los evangelios.

Según el testimonio de los primeros cristianos, Jesús no se levantó a sí mismo de la muerte, no se resucitó a sí mismo. La resurrección no fue anunciada como un milagro que Jesús habría hecho sobre su propio cuerpo para devolverse la vida. Las  primeras fórmulas cristianas sintetizan cómo entendieron la nueva fe los discípulos: Dios resucitó a Jesús y hay testigos de este acontecimiento (Hechos 3, 15). En la muerte de Jesús, asesinado injustamente, los primeros cristianos vieron el triunfo definitivo de la justicia que ya había anunciado Jesús. Y entendieron que, por la resurrección, Dios había acreditado a Jesús como Señor y Mesías y había revelado que la vida era el destino final de la historia humana.

Los primeros discípulos hablaron de la resurrección de Jesús como de un hecho histórico. No de una alucinación en las mentes de algunos o de una imaginación fruto del loco deseo de que Jesús siguiera vivo. Hablaron de un acontecimiento ocurrido realmente en la historia. Pero la historia no puede dar cuenta del hecho directamente, sino únicamente de la experiencia que comunicaron aquellos hombres y mujeres. A partir de aquel domingo, ellos dijeron haber experimentado que Jesús estaba vivo de una forma definitiva, que no se trataba de un simple revivir para volver a morir después (Romanos 6, 9). Esta experiencia, difícil de comprender exactamente, la defendieron no sólo con su palabra sino con su vida y con las actitudes que a partir de entonces fueron tomando las primeras comunidades cristianas: pusieron los bienes de todos en común, continuaron la obra de Jesús, dieron la vida por esa fe.

Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 2, págs. 994-1003]

 «Id a decir a sus discípulos y a Pedro
que va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis.
Mirad que os lo dije.»
(Marcos 16, 7)