Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco,
de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que
le decía:
-«Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?».
-«¿Quién eres, Señor?».
-«Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en
la ciudad y se te dirá lo que debes hacer».
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de
espanto; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y,
aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le
hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo
en una visión:
-«Ananías».
-«Aquí estoy, Señor».
-«Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas
por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un hombre
llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista».
-«Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos
males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con poderes de
los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre».
-«Vete, pues, éste me es un instrumento de elección que lleve
mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. 16Yo le mostraré todo lo que tendrá que
padecer por mi nombre».
-«Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se
te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas
lleno del Espíritu Santo».
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San Pedro y San Pablo. Pablo Rabiella y Díez de Aux (s. XVII), Museo de Zaragoza |
Pablo sin embargo es
lo que está bien simbolizado en tantas portadas de iglesias, en retablos y en
la imaginería religiosa en general: el par de Pedro, la otra columna, el vector
del todo necesario para hacer de algo surgido en un lugar de límites muy
estrechos y encorsetado por normas religiosas rígidas hasta lo imposible, un
mensaje abierto y dirigido a toda la humanidad de entonces y de siempre.
San Pablo merece todo
reconocimiento, y verse libre de cualquier sospecha, duda o tergiversación.
Este largo texto que
añado, de Xabier Pikaza Ibarrondo, tomado de su blog, expone sin pasión y con
claridad quién fue el Apóstol Pablo y su trayectoria vital, creyente y
misionera.
Pablo es el hombre mejor
conocido de la iglesia (y quizá de toda la historia judía y romana, entre el 30
y 64 d. C.). Se llamaba Saúl o Saulo, como el primer rey israelita; pero más
tarde tomó un sobrenombre latino «Pablo» (Paulus, el Pequeño) con el que se le
conoce. Algunos le toman como un impostor fanático, inventor del cristianismo
organizado con una iglesia propia, en línea de poder (en contra de Jesús).
Otros le oponen a Pedro y a los representantes de la iglesia jerárquica romana,
tomándole como defensor de una libertad puramente individual e interior (en
línea con el subjetivismo moderno). Pero él no fue ni una cosa ni otra, sino
que fue un judío radical que siguió siendo radical al hacerse cristiano.
Fue un judío fariseo (Flp 3, 5) y así conoció y persiguió la misión de
los cristianos helenistas de Damasco que, a su juicio, destruían la cohesión
"nacional" (legal) del pueblo y negaban la autoridad de Dios, al
identificar a su Hijo-Mesías con un crucificado. Convertido en testigo/apóstol
del Dios de Jesús y de su gracia salvadora, Pablo irá fundando por oriente
comunidades de cristianos mesiánicos y apocalípticos, enraizados en la
tradición de las promesas de Israel, pero separados de la autoridad legal del
judaísmo, como indicaremos. Fue un creador de Iglesia, pero se mantuvo siempre
en comunión con Pedro y Santiago. Estos son los diez momentos básicos de su
vida cristiana.
(1) Hasta el año 33. Cristiano
antes de serlo.
El problema de Pablo: identidad judía, universalidad humana. Pablo era, al
mismo tiempo, un judío helenista (de cultura griega) y muy nacionalista (de
línea farisea). Había nacido en Tarso de Cilicia y vivía en Damasco, donde
conoció y persiguió a la comunidad cristiana helenista que allí había surgido.
Su conocimiento de los cristianos debió ser personal y profundo, de primera
mano. Sólo así se entiende el hecho de perseguirles. «Yo podría confiar en la
carne. Si alguno cree tener de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al
octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos;
en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en
cuanto a la justicia de la ley, irreprensible». (Flp 3, 4-6). No parecía tener
problemas de conciencia, podía haberse mantenido en el judaísmo, cuya «carne»
(ley nacional) había querido defender al perseguir a los cristianos. Pero en el
fondo de esa seguridad se escondía una inseguridad más grande, que se expresaba
en la misma violencia con que perseguía a la iglesia. ¿Por qué perseguía a los
cristianos? Porque pensaba que ellos rompían la identidad judía, al mezclar
desde un oscuro Jesús crucificado a judíos y gentiles. Tenía miedo de perder la
identidad judía.
(2) Año 33. Encuentro con Jesús, experiencia
pascual.
Probablemente persiguió a Jesús porque había en él (y en los cristianos) algo
que le atraía: Cómo ser judío siendo universal. Perseguía a los cristianos
porque había en ellos algo que le faltaba: Ser universal siendo judío, abrirse
a todos los hombres desde la propia tradición de su pueblo. El problema no
tenía “solución racional”, en un plano de pura discusión filosófica, política o
religiosa. Hacía falta una “revelación” más alta. Ese fue su descubrimiento del
“evangelio”, de la buena noticia de la fraternidad universal: «Quiero que
sepáis, hermanos, que mi evangelio no es de origen humano. Pues no lo recibí de
humanos…, sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído mi conducta
antigua en el judaísmo… Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de
mi madre… quiso revelarme a su Hijo para que lo anuncie a los gentiles…» (cf.
Gal 1, 11-15). Pablo perseguía a los cristianos “helenistas” de Damasco, porque
ellos habían “abierto” el judaísmo a los gentiles. Perseguía, en el fondo, su
“misión”, su apertura mesiánica, que rompía los confines de la Ley del judaísmo
fariseo que él quería defender. En ese sentido, el problema de la “misión”, es
decir, de la apertura de Israel a los gentiles y de amplitud universal del
mensaje bíblico se encuentra presente en la vida de Pablo antes de su
conversión y de su misión posterior cristiana. En su conversión hay dos
aspectos básicos:
(a) La visión del Cristo crucificado (un Cristo
rechazado por el Israel oficial, un Cristo maldito por la Ley).
(b) La superación de un Israel
de la “carne”, es decir, de la Ley Revelación. Pablo no es apóstol por «mandato
eclesial», sino directamente por llamada y decisión de Cristo (cf Gal 1, 1).
Este elemento de inmediatez forma parte de toda vocación y ministerio: sólo
puede ser ministro de la iglesia alguien que «ha visto a Jesús» y ha recibido
su tarea. En su origen cristiano, Pablo se sabe y siente directamente avalado y
enviado por Cristo a quien ha conocido “directamente” (el Cristo a quien él
perseguía) a través de su experiencia de Damasco. «Pero las cosas que para mí
eran ganancia, las he considerado pérdida a causa de Cristo. Y aun más:
Considero como pérdida todas las cosas, en comparación con lo incomparable que
es conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por su causa lo he perdido todo y lo tengo
por basura, a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él; sin pretender una
justicia mía, derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la
justicia que proviene de Dios por la fe» (Flp 3, 7-9).
(3) Años 33-35. Primera
misión. El “mundo árabe”. Pablo conocía bien el cristianismo de los helenistas:
lo conocía como un riesgo para el judaísmo legal de la rama farisea. Según eso,
él sabía quien era Jesús, desde la perspectiva de los misioneros helenistas a
quienes él perseguía. Por eso, tras convertirse, no tiene que ir a “aprender”
quién es Jesús y qué es la Iglesia, porque ya lo conoce. En ese contexto se
sitúan los tres años de lo que podemos llamar su misión árabe. «Pero cuando el
Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre… quiso revelarme a su Hijo
para que lo anuncie entre los gentiles, no consulté con carne y sangre, ni subí
a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y
regresé otra vez a Damasco» (Gal 1, 17). Todo nos permite suponer que actúa
como miembro de la Iglesia de Damasco y que realiza una misión en la Siria
nabatea (Arabia). Los tres primeros años de Pablo como cristiano están
vinculados a esa “misión en Arabia”, centrada en la Damasco nabateo-helenista…
o en su entorno, en la zona que va de la Decápolis a Palmira. No debió tener
mucho éxito. Acabó con la huida de Damasco. «En Damasco, el gobernador bajo el
rey Aretas guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; pero fui
descolgado del muro por una ventana en una canasta, y escapé de sus manos» (2
Cor 11, 32-33). Deberíamos conocer mejor lo que significa esa “misión en
Arabia”, que terminó con una huída sin retorno. ¿Fue una especie de vuelta al
desierto, como quisieron algunas tradiciones proféticas, que hablan del nuevo
Israel que nace del desierto (Oseas)? ¿Una esperanza apocalíptica? (Juan
Bautista empezó en el desierto, lo mismo que Jesús: ¿puede situarse en esa
línea el primer evangelio de Pablo?)
(4) Año 35. Primera subida a
Jerusalén.
«Sólo en un segundo momento, pasados tres años, subí a Jerusalén para conversar
con Cefas y estuve con él quince días. Pero no vi a ningún otro de los
apóstoles, sino a Santiago, el hermano del Señor» (Gal 1, 18-19). Ha empezado
su misión desde Damasco, quizá en la zona de Oriente, pero, en un momento dado
ciertamente quiere contrastar su experiencia con Cefas (=Pedro, Piedra),
referencia central de la iglesia; pero no pide que le ordenen (que le hagan
presbítero u obispo, en el sentido posterior de la palabra), sino que le acepten
en la comunión de los que viven y anuncian el evangelio, lo mismo que a Pedro,
lo mismo que a Santiago. No va para someterse, ni siquiera para «encontrar la
raíz de la Iglesia en Jerusalén» (lugar de Pascua). Va para “conversar”
(historêsai), para situar su visión de la Iglesia a lado de la visión y camino
de Pedro y Santiago. Ya desde aquí se entiende la Iglesia en forma de comunión
de iglesias y de comunión de “líderes”.
(5) Años 35-48. Segunda
misión, desde Antioquía, con Bernabé. Pablo ha ido a Jerusalén para “conversar” con
Pedro (y con Santiago), pero no queda allí. ¿Por qué? Quizá porque aquella no
es su “iglesia”. No forma parte de la misión de la costa (como Pedro) ni de
Samaría (como Felipe), sino que se hace miembro de la Iglesia de Antioquía, de
la que se siente solidario. Ésta es la “segunda misión”, de la que Pablo no nos
habla nada… Son para él catorce años de silencio misionero, que ha sido
“cubierto” por el libro de los Hechos 13-14. En este tiempo, Pablo asume la
misión de los “helenistas”, tal como ha sido aceptada también por Bernabé, otro
“helenista” de Chipre, afincado primero en Jerusalén y luego en Antioquía. Éste
es el tiempo de misión desde Antioquía, la primera iglesia “cristiana” en el
sentido posterior de la palabra. Ésta es por tanto la “misión de Bernabé y de
Pablo”, ambos actúan como apóstoles de la Iglesia de Antioquía, desde una
perspectiva de cristianismo helenista, creando Iglesias universales, desde el
judaísmo, pero “liberadas de la ley judía”, abiertas a judíos y gentiles.
(6) Años 48/49.
“Concilio de Jerusalén”, comunión discutida. «Después, tras catorce
años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. Subí por
revelación y les presenté el evangelio que predico entre los gentiles, pero en
privado a los que tenían reputación, para cerciorarme de que no corría ni había
corrido en vano… por unos falsos hermanos que se habían introducido para
vigilar nuestra libertad en Cristo Jesús… Y al reconocer la gracia que se me
había dado, Santiago, Cefas y Juan, considerados columnas, nos dieron a mí y a
Bernabé la derecha, en señal de comunión, para que nosotros (fuéramos) a los
gentiles y ellos a los circuncisos; sólo que recordáramos a los pobres, cosa
que nos apresuramos a cumplir» (Gal 2, 1-10; cf. Hech 15). Pablo y Bernabé se
reúnen en Jerusalén con Santiago (líder de aquella Iglesia) y con Pedro (que
había dejado aquella iglesia en torno al año 44 y que debe haber vuelto por un
tiempo o para la reunión). Bernabé y Pablo aparecen unidos como representantes de
la “misión a los gentiles”. Frente a ellos y con ella está el “trío” de las
iglesias más vinculadas a la ley judía: la de Santiago, la de Pedro y la de
Juan, las tras columnas…. Se trata de una comunión discutida. El problema de la
unidad y diversidad de las iglesias no se resuelve desde arriba, con un tipo de
imposiciones jerárquicas, ni de Pedro (ni de Santiago, que aparece como la
autoridad más alta, el primer “papa”), sino a través de un ejercicio de diálogo
laborioso, paciente. Este es el gesto básico de la comunión: darse la mano,
reconociendo juntos a Cristo, reconociéndose unidos en la gran tarea.
(7) Años 48/49. Disputa no
resuelta. Iglesia petrina, iglesia paulina. Tras el llamado Concilio “los
problemas siguen”. Bernabé y Pablo vuelven a Antioquía… Pero un tiempo después,
entre el 49/50 d. C. viene también Pedro, como representante de la iglesia
originaria. «Pero cuando Cefas vino a Antioquía, le resistí a la cara, porque
era censurable. Pues antes de venir algunos de Santiago, comía con los gentiles,
pero cuando vinieron, empezó a retraerse y apartarse, pues temía a los
circuncisos. Y el resto de los judíos se unieron en su hipocresía, incluso
Bernabé… Pero cuando vi que no andaban con rectitud según la verdad del
evangelio, dije a Pedro ante todos: Si tú, judío, vives como gentil ¿cómo
obligas a los gentiles a judaizar?» (Gal 2, 11-14). De manera ejemplar, el fin
del relato no es un “idilio” de iglesia que tiene resueltos sus problemas, sino
un camino abierto con nuevas disputas: la unidad eclesial no es algo que se
logra por la fuerza o que se impone desde arriba, sino un camino paciente y
creador, en medio de las dificultades de un camino donde unos y otros parecen
tener la razón. Por un momento, queda a un lado Santiago (en Jerusalén). Pedro y
Pablo salen y se encuentran en Antioquía, centro y foco de la primera gran
misión cristiana. Ambos mantienen sus diferencias, sin perder la comunión de
base, como supone Pablo (cf. 1 Cor 1, 12; 3, 22; 9, 5) y el proceso ulterior de
la iglesia. Todos (Pablo, Pedro-Bernabé, el mismo Santiago) aceptan la misión a
los gentiles, sin necesidad de circuncidar a convertidos, pero se distinguen en
la forma de expresar y realizar la comunión entre cristianos de origen judío y
gentil. En este contexto, junto a la “experiencia judeocristiana estricta” de
Santiago (que despliega una iglesia estrictamente judía, en Jerusalén), podemos
hablar de dos misiones: de una misión paulina (con unidad plena entre judíos y
paganos, sin obligación de ley judía) y otra petrina, que conserva ciertos
elementos de la ley judía, en ritos de unidad y comida.
(8)
Años 49-57. La tercera misión de Pablo, misión universal. Éstos son los años de la
misión paulina propiamente dicha. Ocho o nueve años que van a cambiar la
historia de la iglesia. (1) Pedro queda en Antioquía, asumiendo la misión
anterior de los helenistas y del mismo Pablo y Bernabé, haciendo un camino de
iglesia “más prudente”: quiere mantener ciertos ritos de los judeo-cristianos,
un tipo de vinculación con el judaísmo de la ley; desde ese fondo avanzará gran
parte de la iglesia posterior, como suponen Mc y Mt, Jn y el mismo Apocalipsis.
(2) Pablo rompe incluso con el mismo Bernabé, que ha sido hasta ahora su
hermano mayor y compañero, de manera que siguen caminos diferentes (cf. Hech
15, 36-41, aunque las “razones” que aquí se dan no son las definitivas). Pablo
asume y realiza su misión él sólo, con los suyos… Estos son los años de su
madurez, años en los que va creando su grandes iglesias, desde Éfeso hasta
Corinto, pasando por Galacia y Tesalónica. Son los años de sus cartas
auténticas: 1 Tes, 1 y 2 Cor, Gal, Flp, Rom… Ésta es su tercera misión, su
misión definitiva, la única que conocemos de verdad. Pablo va creando
comunidades… esperando que llegue el final de los tiempos; pues bien, desde la
experiencia de la llegada de ese fin (para todos los hombres), él va creando
las comunidades en las que se vinculan ya judíos y gentiles. La misma
experiencia de la llegada del fin de los tiempos abre un espacio de
“universalidad”, una nueva experiencia de humanidad.
(9) Años 57-59. Pablo Preso.
Tercera subida a Jerusalén. En torno al año 57 Pablo decide venir a Roma, para
pasar al occidente, para que de esa forma el Evangelio se extienda por todo el
mundo conocido. Había comenzando en Arabia (oriente); quiere llegar a Hispania
(occidente), para que así pueda llegar el Cristo. Pero antes quiere volver a
Jerusalén por tercera vez, llevando la “colecta” que ha recogido en todo el
oriente, para mantener de esa manera su unidad con la primera iglesia. El tema
de esta “colecta” y de su anuncio de la subida a Jerusalén, para reconocer el
origen “judío” concreto de la Iglesia está presente en todas las últimas cartas
de Pablo, desde Gal 2, 10 hasta 2 Cor 8-9 y Rom 15-16. Sabemos que subió a
Jerusalén, con dinero para la iglesia madre, pero ya no conocemos de primera
mano lo que allí sucedió, sólo lo que cuenta Hechos (Hech 21-26). Todo nos
permite suponer que el encuentro final de Pablo con Santiago pudo ser
“dramático”. El caso es que a Pablo le hacen prisionero precisamente en
Jerusalén, como a Jesús, por querer mantener la raíz jerosolimitana de su
evangelio universal.
(10) Años 60-63. Prisión en
Roma, martirio. No
sabemos exactamente como fueron las cosas. El relato de Hech 27-28 resulta en
principio fiable. Pablo fue llevado prisionero a Roma, para ser juzgado. Es muy
posible que fuera juzgado y condenado… Es posible que en su condena
intervinieran no sólo las autoridades romanas y las acusaciones de algunos
“judíos de Jerusalén”… sino también los celos y divisiones de otros grupos
cristianos de Roma (como parece suponer 1 Clemente). No parece que pudiera
cumplir su sueño de llegar al occidente (Hispania), como dice en Rom 15. Había
cumplido su misión, había llegado su hora. Posiblemente fue martirizado en Roma
en los mismos años que Pedro, que también llegó a la capital del imperio. En
esos mismos años asesinaron a Santiago, en Jerusalén. Había terminado la
primera etapa de la vida de la iglesia.