No tiene vuelta de hoja



Me lo decía muchas veces mi padre, cuando me veía tozudo y terco, no dando mi brazo a torcer, insistiendo a pesar de que lo que estaba pretendiendo no salía, no sólo a la de tres, es que ni siquiera a la de veinte.
Sí, a la de veinte. Así es un servidor. Algunas cosas las he insistido más de veinte veces, palabra. Comprendo que es demasiado, incluso para mí, pero así me nacieron o me hice; creo que a partes iguales.
Hoy no tengo sino que dar mi brazo por torcido y reconozco que es la última página, que no hay más. Se acabó. Han ganado.
Tras la última sentencia del TS sobre los asuntos “Garzón” no estoy cabreado; tampoco indignado. Paso. Así de simple y de sencillo. Me he convertido en un pasante. Por mí como si dicen misa(1) de ahora en adelante.
Tuve el honor de compartir pupitre con ilustres compañeros en clases dictadas por el reverendo padre José María Díaz Moreno SJ, en Derecho Canónico. Sí, canónico con ce. Pero aprendí allí Derecho por un tubo. Me explico, no memoricé cánones del DC ni artículos del Penal o del Civil. No. Aprendí que el Derecho está en sintonía con la Justicia, o no es. Y que el sentido común, el recto proceder, y la bonhomía eran la base de todo Derecho. De ahí a las leyes en concreto, no hay más que un dejarse ir, como quien se asoma tanto al gran tobogán que la misma inclinación y la suavidad de la pista le lleva en volandas más allá de los doscientos metros. Nótese que el record está en doscientos cuarenta y seis, que no es paja.
Luego me tocó acercarme al Civil, Laboral y Mercantil, y fui preparado para comprender que sea cual sea la circunstancia, el sentido común y el buen pensar, la bonhomía, te lleva en volandas y a derecho.
Sospechaba que el Derecho se puede aplicar torcidamente, y entonces pasa a ser simplemente derecho; la Ley, leyes; y la Justicia, justicia. (De ahí que mi padre también me dijera que en pleitos no me metiese, que ganara o perdiera, perdería siempre). Pero nunca esa duda llegó a anidar en mí respecto del más alto tribunal de la nación. Además me habían dicho que esa tan alta instancia no sólo cierra todas las veredas que hasta ella confluyen, es que incluso ella puede dictar jurisprudencia, que es como decir que no sólo aplica las leyes, las crea. Era tal mi reverencia hacia aquel más allá de mi pequeña realidad, que siempre confié en lo que dictase.
La vida, sin embargo, me ha ido bajando los humos; los personales míos y los ajenos.
Aquellos siete señorones(2), sentados en aquellos imponentes sitiales, medio metro por encima del resto de los mortales, hieráticos mientras se hablaba, se porfiaba, se acusaba, se defendía, se alegaba, se aportaban razonamientos… ahora me parecen siete pequeñas personas, que cuando han hablado se han reflejado a sí mismos; son tan humanos como yo. Se equivocan como yo. Se les puede engañar como a mí. Se dejan utilizar como me dejo utilizar yo. Ahora viene la pregunta: ¿seré yo capaz de prevaricar(3)? Ellos tengo por seguro que lo han hecho(4).
¡Me rindo!

(1) La expresión coloquial “como si dices misa” sirve, según el Diccionario de la Real Academia, para expresar el poco o nulo interés de lo que otra persona pueda decir o hacer.
(2) Seguí todo lo que pude de los dos juicios por la tele y online. Vista en perspectiva la Sala del Supremo, imponía allá al fondo la imagen de los siete magistrados jueces en el ejercicio de sus funciones.
(3) Prevaricar es cometer un delito consistente en dictar a sabiendas una resolución injusta una autoridad, un juez o un funcionario. Pero también, y en desuso, equivale a desvariar, es decir, delirar, decir locuras o despropósitos. Salirse del orden regular. Está claro que yo no puedo cometer el delito, porque no tengo el nivel adecuado; ni soy autoridad, ni juez ni funcionario. Pero desvariar…
(4) Mi seguridad es subjetiva, por supuesto. Pero he de añadir que no consigo entender cómo pudo darse unanimidad en la sentencia condenatoria, no sólo porque en la sociedad el sentir estaba dividido, sino y especialmente porque en la sentencia absolutoria no la hubo. ¡Ay que ver qué claro estaba! Lo dicho, desvariaron.

Ah, casi se me olvida. Me ha resultado muy interesante la lectura de esta página. No es muy larga y se lee en poco tiempo.

Juegos que unían



Una noticia aparecida en un rincón de un periódico digital me ha puesto, una vez más, en sintonía con mi infancia. “El empresario Antonio Pérez Sánchez, fundador de la empresa juguetera Geyper y creador de los Geyperman y los Juegos Reunidos, entre otros productos, falleció este domingo a los 94 años de edad en Valencia y este lunes ha sido enterrado en el cementerio general”.
Cuando llegaron los reyes con la caja roja y amarilla, ya sabía jugar al parchís y a la oca, pero no a la ruleta, ni a otros que desde entonces tuve la suerte de disfrutar y compartir.
No recuerdo cuántos juegos diversos contiene la caja, ahí está guardada y no tengo ahora ganas de mirarlo; pero sí que es la número 0, por lo que supongo que sería la más pequeña de otras posibles. Nunca tuve curiosidad de ver la gama que se ofrecía en el mercado. Con aquella tuvimos suficiente mi hermano y yo, y los amigos que se juntaban cuando se terciaba.
Sobada a más no poder, y con algunas fichas estropeadas o perdidas, la caja aún contiene los cartones que hacen de tableros y los compartimentos donde recoger las diversas piezas que componen el conjunto. Y no quiero describirlo más, porque en estesitio y en otros de internet lo dicen casi todo.
Mis recuerdos van por otra parte. Aquellos juegos nos arremolinaban a los más pequeños en torno a la mesa del comedor, si nos dejaban, o encima de la alfombra del cuarto de recibir a las visitas, también usado como comedor bueno, haciendo que el tiempo en los días duros del invierno se nos pasaran sin sentir. En los días buenos no nos pillaban en casa en cuanto los deberes quedaban rematados ni con un galgo.
Entonces jugábamos en corro, en panda, en camaradería. No sabíamos hacerlo de otra manera. El juego solitario sólo estaba reservado para quienes, como mi padre, se entretenían solitos con la baraja haciendo escaleras descendentes y montones ascendentes. Una cosa muy rara.
Y si no venía nadie, salía yo en su busca. En mi casa o en la suya. Jugar era estar con otros; el juego nos unía, reunía y amalgamaba. Jugando surgía el compadreo. Y tanto si ganaba como si perdía, si reñíamos como si nos reíamos, a la vuelta de otro día volvíamos a las andadas.
Sí, recuerdo que de niño jugaba con mis amigos. Era fácil; entonces no teníamos cuarto propio, y este señor que se ha muerto aún no había descubierto ni comercializado el geyperman, que ofreció a los chicos la posibilidad de jugar a las muñecas sin que les llamáramos mariquitas.
¡Qué años aquellos! ¡Qué tiempo tan feliz!
¿Cómo era? ¡Churro, media manga, manga entera, di lo que es!
¡Guá! ¡Ha sido guá!¡Bieeeeeeeen!
Una dole, tele catole, quile quilete, estaba la reina en su gabinete, vino el Cid, apagó el candil, candil candilón, civil y ladrón. Sólo que la pistola parecía de mentira, y el ladrón nunca llevaba matute.

A propósito del movimiento vecinal

 

Era inevitable, aunque pudo haber sido de otra manera. Tras más de treinta años, concretamente desde el 22 de febrero de 1980, formando parte de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Valladolid, hoy los habitantes de La Cañada han decidido excluirse de ella. Ha sido por simple supervivencia.
Llegué a la asamblea casi al final, forzado por las obligaciones propias de mi cargo. Se celebraba en forma extraordinaria, tras la ordinaria anual en cumplimiento de los estatutos. Y sólo fui testigo de una pequeña parte del debate y de la votación que decidió soberanamente. Está consumado.
Me abstuve, no podía votar de otra manera. Pero lo entiendo.
Salí solo, dejé al resto celebrando un pequeño ágape a base de vino de la Ribera y pellizcos de queso, chorizo, jamón y otras menudencias. Y me volví a casa, cariacontecido y triste.
Sí, triste porque tomé parte en la creación de la Federación. Y ahora lamento que aquello que soñamos no ha llegado realizarse, y se haya quedado en otra cosa.
Caminando de vuelta me vienen los recuerdos…
¿Sería otoño de 1978 o invierno del 79? No llego a verlo. Lo cierto es que alguien, puede que fuera Millán Santos, nos hizo llegar la idea, con el entusiasmo que le caracterizaba, de lo bueno que resultaría si nuestra pequeña asociación de vecinos se uniera al resto de la ciudad para formar un frente común y así hacer más fuerza y defender cosas de los barrios.
Yo había llegado un poco antes, en febrero de 78, y apenas si conseguí aterrizar en la maraña de actividades que entonces se realizaban. El pequeño local, escuela, manualidades, reuniones, capilla los domingos, estudio… ocupaba todo mi tiempo disponible, puesto que entonces estaba encargado de internado y profesor en El Pino.
La junta directiva vio bien la propuesta de Millán, y me delegó para que fuera a las reuniones. También fue designado un vecino, también de nombre Miguel Ángel. Así fue como los dos homónimos empezamos a asistir, todos los miércoles, a los locales parroquiales de San Andrés y juntarnos con otros veintidós buenos elementos representantes de las otras once asociaciones que habían convenido iniciar el proyecto, estudiando las posibilidades y organizando siquiera unos pocos principios sobre los cuales construir un a modo de estructura federal.
Fueron sesiones largas, monótonas y en absoluto fáciles de resumir aquí. Quien se haya encontrado en alguna situación semejante me dará la razón. Tratamos de todos los asuntos que interesaban al movimiento ciudadano, desde urbanismo hasta el servicio de limpieza, pasando por el transporte público, los colegios, los jardines, el tráfico, la cultura, el servicio de aguas de consumo y residuales, y… Lo más gordo, la estructura misma de la “federación”, es decir, los estatutos. Mejor dicho, su proyecto.
Un año largo duraron las deliberaciones. Al final salió el tocho. Y un domingo, el día 22 de febrero de 1980, reunidas todas las directivas de las asociaciones convocantes, en Asamblea Constituyente se aprobaron los Estatutos y quedó fundada la Federación de Asociaciones de Vecinos de Valladolid.
Mucho después, y ya no sé por qué, si es que había que hacerlo por orden gubernativa o es porque surgió otra federación alternativa, hubo que darle un nombre, y este es “Antonio Machado”.
El caso es que la federación empezó a caminar mirando a la ciudad total, y los vecinos de La Cañada esperaban ser mirados, siquiera una pizca. Pero salvo para aportar la cuota correspondiente y delegar representantes en las diversas comisiones que se pusieron en marcha -Urbanismo, Cultura, y Enseñanza-, poco fue lo que vio atendidos sus deseos. Con la excepción de alguna pequeña y muy digna presencia personal en momentos claves de nuestra pequeña y heroica lucha vecinal, nunca la federación se hizo cercana a nuestras cosas.
Me surgió por entonces poner en marcha una parroquia que había de crearse, y hube de distanciarme de los negocios vecinales, y sólo de lejos y por persona interpuesta tenía información. Así fui testigo pasivo de que la federación derrotaba por sus fueros, en tanto que los del barrio pequeño y a trasmano se veían solos y olvidados. Fue la época en que la federación denunciaba la gestión municipal cada dos por tres, y al pleito había que acompañar aportando inicialmente una fianza, o sea pasta, que a su vez solicitaba a cada asociación. Y a los pocos ingresos y al mucho agobio que teníamos eso no sentaba bien. Que sí, que había que luchar para que el entorno de la zona centro fuera respetado frente a la piqueta, el ladrillo y parquing; pero es que nosotros ni teníamos asfaltada la calle, ni hechos los desagües, el alumbrado era de risa y el autobús se quedaba a media hora de las casas. El transporte escolar hubo que negociarlo por nuestra cuenta y en plan amiguete con el dire, que lo era, y bueno. Y la calle la arreglamos con nuestro dinero, en tanto que en otros lugares el asfalto era de oficio. En fin, que ellos eran ciudad, y nosotros no.
Mientras el equipo directivo de la federación fue aumentando la asunción de compromisos de gran empaque, de los que apenas nos enterábamos por la prensa, en la Cañada hubo que negociar la compra de terrenos a ICONA, gestionar las escrituras de propiedad de cada vecino, discutir con el Ayuntamiento la urbanización del barrio, realojar a los habitantes desplazados, controlar las obras de remodelación… solos, sin ayuda y con apenas información. Denuncia tras denuncia en plan oposición ciudadana por parte de la federación, nuestras cosas pequeñas no eran tenidas en cuenta, salvo para cotizar.
Demasiado se ha aguantado. Ha tenido que llegar el momento en que la cuota a aportar para mantener el “aparato federativo” fuera mayor que los ingresos propios de la asociación, para que ésta dijera ¡basta!
Y ha bastado. Hoy, o sea ayer, pasado el mediodía, a punto de dar las tres quedó disuelto el compromiso.
¡Qué alivio! Pero yo estoy triste.

El mejor arcón congelador de la historia: el tiempo.



En cierta ocasión, no hace demasiado, contesté a un comentario que me hizo una amiga bloguera con la frase con que titulo esta entrada. Entonces lo hice pensando que el simple transcurrir del tiempo no soluciona nada, ni pone a nadie en su sitio, ni deja que las cosas por aquello de olvidarlas se tengan como no “existidas”. Hoy me reafirmo. Y me dispongo a hacer lo que en aquella contestación dije, que “algún día haría un artículo sobre ello”. Me sirve de pretexto un titular de otro blog, -ni amigo ni enemigo, sólo y apenas visitado-, que afirma que “nunca nadie hizo más por la República que Urdangarín”. Y empiezo diciendo que no estoy de acuerdo ni con el título ni con el contenido, por más que las circunstancias parezcan darle la razón.
Es verdad que solemos animar a quien acaba de perder un ser querido y está desconsolado con frases que casi todo el mundo repite, a modo de muletilla, del estilo de “¡es así la vida!”, “hay que tener conformidad”, “te acompaño en el sentimiento”, “que nos espere allá muchos años”… “con el tiempo lo superarás”.
Ahora mismo se me ocurren un montón de historias que a pesar del tiempo transcurrido ahí siguen, bien vivas y coleantes. Y que precisamente por haberlas colocado bajo el felpudo, en el fondo del último cajón, enterradas bajo tierra o encerradas en un arcón con siete pares de llaves, no sólo no han desaparecido, sino que unas ya, y otras más tarde pero con toda seguridad, irán volviendo a salir a la luz con la misma o, si cabe, mayor fuerza que tuvieron.
En plan doméstico, servidor, que constituyo un tipo de familia monopersonal, si no hago la cama en su momento, no friego la cacharrería tras el duro combate de cocinar y comer, no friego pisos y lavo ropas, y no paso por los muebles el trapo del polvo, me da lo mismo que lo mismo me da estar en casa o irme de viaje; a la vuelta de un rato, más o menos largo, encuentro que mi hogar está tal como lo dejé. Pasó el tiempo, y todo quedó congelado. En cuando abrí el baúl me di de narices con el pasado hecho presente.
Referido a las relaciones con las personas, tengo que decir lo mismo. Por el simple transcurrir de los días no se deshacen entuertos, no se recomponen amistades ni se aclaran los malos entendidos. Los enemigos, siguen siéndolo; y de los amigos, habrá que ver. Porque ¡hay que ver la de cosas que dejamos estancadas por no saber o no querer o no poder hacer con ellas lo que requieren y nos piden!
España no es monárquica. Tampoco es republicana. Hay personas de una y de otra ideología. Nunca hemos hablado de qué o cómo queremos ser. Sólo hace la tira nos preguntaron, a prisa y corriendo porque había urgencia, y en un referendum votamos; pero mucho me temo que se hizo mal, y sin pensarlo. Nos salvó que el rey resultó ser una persona razonable, y con su cercanía y aparente sencillez acalló a unos, templó a otros, y a la mayoría encandiló. Pero no fue la institución, fue la persona. ¿Alguien de los que votamos querría ser vasallo, súbdito, siervo o feudatario? No lo sé en otras partes, tal vez en United Kingdom; en nuestro país, no.
Lo mismo tengo que decir de las banderías y partidos. España no es de derechas o de izquierdas, según ganen los unos o los otros, cada cuatro años. Aquí se vota por cabreo, por revancha, por desesperación. Votamos incluso para castigar. Y los castigados resultan ser… No, a pesar de que pasa el tiempo, seguimos siendo los mismos. Salvo que cambiemos. Pero eso está por demostrar.
¡España es diferente! dijo alguien. Y nos lo creímos. Sin embargo no hicimos nada en consecuencia, salvo enorgullecernos y vivir. Y mientras tanto se fueron pudriendo agravios comparativos, corrupciones y trapicheos, negocios pingües que beneficiaban a los que no lo necesitaban; vendimos nuestra burra y nuestra tierra, la vieja casa de siempre para comprar otra más nueva y más grande, y dejamos el pueblo para habitar en la gran urbe; ahora no tenemos ni burra, ni tierra, ni casa; y en la ciudad no se pueden plantar nabos.
El tiempo pasa factura. Lo que no hicimos, no está hecho. Lo que dejamos dormir, ahora despierta y nos chilla. “Aquellos polvos, son ahora estos lodos”, que dice el socorrido proverbio.
Quienes gobiernan ahora nos piden tiempo para que asimilemos los duros ajustes que están haciendo. Y saldremos por donde podamos, pero no por el simple transcurso del tiempo. Los que dejaron de gobernar dicen ahora que “así no”. Pero ellos antes, tampoco.
Y nosotros nos reímos no hace mucho de la chiquillería que pedía, y con modales, democracia real. Nos encogimos de hombros, y nos fuimos a nuestros asuntos, dejándoles en la calle. Y se cansaron. Ahí el tiempo jugó en nuestra contra.
¡Qué gran invento el arcón congelador! Todo lo conserva.
Ayer, en la tele, vi unas plantas que habían hecho germinar los rusos a partir de unas semillas descubiertas a cuarenta metros bajo la tierra congelada de Siberia; existieron en la tierra hace 32.000 años. Y era yo jovencito cuando leí que un mamut desenterrado en aquellas lejanas tierras se lo habían comido los perros y se habían relamido.
Están saliendo continuamente de nuestro suelo, y recobrando vida, historias que muchos creían bien muertas, como no ocurridas a base de haberlas ocultado, negándolas aún ahora a pesar de la evidencia. Decimos eufemísticamente “memoria histórica”.
Para nada; el tiempo no cura. Sólo espera que llegue el momento.
Claro que sí hay quien sabe aprovechar el tiempo mientras lo deja pasar. La Iglesia Católica en esto también es sabia y maestra. Hace sus cosas de manera que el tiempo siempre está a su favor.
Hubo un Concilio en el que se había puesto, además de mucha carga emocional, demasiadas ilusiones y esperanzas. De allí salieron unos documentos revolucionarios, más que por lo que decían, y decían mucho, por lo que apuntaban como inicio y germen. Por fin la Iglesia había dado con el punto, y a partir de él se iba a poner las pilas. Se llamó “aggiornamento”, equivalente a nuestro “puesta al día”. Si antes se vivió de espaldas al mundo, a partir de entonces había compromiso de sintonizar con “los signos de los tiempos”. Se inició todo un enorme plan de adaptación, se puso sobre la mesa de discusión y actualización todo lo que era susceptible de ello, se iniciaron procesos verdaderamente novedosos e interesantes. Se dijo entonces que por las ventanas abiertas empezaba a entrar aire fresco.
Pero no a todos les gustó respirar ese aire. Más de uno, y de los que tienen peso, opinó que era malsano y que no convenía para pulmones delicados; que había que contener un poco la marea. Y tras unas pocas, tímidas y relativamente superficiales reformas, con el paso del tiempo, todo fue volviendo a su cauce, hasta quedar como siempre estuvo. Quedó de ello poca cosa y gente muy malherida, mucha, más de lo que era aconsejable. El resultado es que ahora está tan de espaldas al discurrir de la vida como cuando se tildaba de “sociedad perfecta” o “reino de Dios en la tierra”, sólo que se niega y, para más, se refuerza.
Todo se ha llenado de consejos, sólo consultables. Ahora se vota, pero no se decide. Se puede participar, obedeciendo. Las cosas son como son, y quien se mueva no sólo no sale en la foto, es que por ahí -la puerta-  se va uno fuera. No importa el tiempo, al final llega, porque en lo profundo del arcón congelador en la Iglesia se trabaja, no se deja que las cosas duerman; y cuando se abre el portón lo que hay dentro no está congelado, está petrificado. Y la piedra es permanente a lo largo del tiempo. No hay más que mirar y ver las altas montañas.
Lo más gracioso de este asunto es que aún se sigue diciendo, “porque como se dijo en el Vaticano II…”, “de conformidad con lo allí declarado…”, “aplicando los Decretos conciliares…”
Moraleja: “Si vis pacem, para bellum”. O como decía un asturianín que conocí en mis años mozos: “Esconde la mano, que viene la vieja”. Muy listo era Fernando, y además de Pola de Siero. Creo que ahora está en una universidad de postín.

Aguantando el temporal




Imágenes tomadas respectivamente el 20/01/2010, 28/02/2011 y 24/02/2012 del olivo que entonces transplanté y ahora cumple su segundo año de renacimiento. En total suman 18 años, más lo poco o mucho que viviera junto a la madre y nodriza que le dio el ser. No está nada mal, tras haber sufrido dos quebrantos serios en su anatomía. No todo el mundo puede decir lo mismo.


Mirándolo esta mañana me ha sobrevenido la ocurrencia que repasar, muy por encima, el trato que la Biblia da al olivo. En general los árboles ocupan un puesto medianamente importante en la Sagrada Escritura, y son el cedro, el olivo, la vid y la higuera los que más aparecen. El olivo creo yo que es el mejor considerado. Aunque admito voces discrepantes y sugerencias divergentes.
Hay quien opina que en el Jardín del Edén el árbol de la discordia fue un olivo. No lo tengo yo tan claro, porque la manzana aparece con toda claridad, y es el manzano de donde surge. Pero no me atrevo a decir nada en contra, ya que me guío por traducciones, y pudiera ser que en el original se leyese de otra manera. Con todo es más que probable que entre la espesura de aquel vergel hubiera no uno, sino muchos olivos.
Si no estoy confundido, el olivo es citado por primera vez tras el diluvio, cuando una rama suya es tomada como señal de que la tierra ha vuelto a ser habitable. Así lo cuenta el primer libro, el Génesis:
«Al cabo de cuarenta días, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca y soltó al cuervo, el cual estuvo saliendo y retornando hasta que se secaron las aguas sobre la tierra. Después soltó a la paloma, para ver si habían menguado ya las aguas de la superficie terrestre. La paloma, no hallando donde posar el pie, tornó donde él, al arca, porque aún había agua sobre la superficie de la tierra; y alargando él su mano, la asió y metió consigo en el arca. Aun esperó otros siete días y volvió a soltar la paloma fuera del arca. La paloma vino al atardecer, y he aquí que traía en el pico un ramo verde de olivo, por donde conoció Noé que habían disminuido las aguas de encima de la tierra. Aún esperó otros siete días y soltó la paloma, que ya no volvió donde él». (Libro del Génesis 8, 6-12)

Del olivo se extrae el aceite. Y es precisamente óleo la voz que más abunda en los libros bíblicos que tratan de las normas y prescripciones religiosas, léase Números, Levítico y Deuteronomio. Con él se ungían personas, animales y cosas que tenían que ver con Yahvéh, el Templo y sus aledaños. Pero a mí no me interesa ahora hablar de ello.
Hay un precioso texto un poco después, en Jueces, en el que se cuenta una pequeña historia muy sugerente; en ella el olivo juega, junto con los otros tres árboles arriba mencionados, un cierto papel antimonárquico. La Biblia me parece a mí que tira a republicana. Este es:
«Los árboles se pusieron en camino
para buscarse un rey a quien ungir.
Dijeron al olivo: 'Sé tú nuestro rey.'
Les respondió el olivo:
'¿Voy a renunciar al aceite
con el que gracias a mí son honrados los dioses y los hombres,
para ir a vagar por encima de los árboles?'
Los árboles dijeron a la higuera:
'Ven tú a reinar sobre nosotros.'
Les respondió la higuera:
'¿Voy a renunciar a mi dulzura
y a mi sabroso fruto,
para ir a vagar por encima de los árboles?'
Los árboles dijeron a la vid:
'Ven tú a reinar sobre nosotros.'
Les respondió la vid:
'¿Voy a renunciar a mi mosto,
el que alegra a los dioses y a los hombres,
para ir a vagar por encima de los árboles?'
Todos los árboles dijeron a la zarza:
'Ven tú a reinar sobre nosotros.'
La zarza respondió a los árboles:
'Si con sinceridad venís a ungirme a mí para reinar sobre vosotros,
llegad y cobijaos a mi sombra.
Y si así no fuera, brote de la zarza fuego
que devore los cedros del Líbano.'» (Libro de los Jueces 9, 8-15)

Dejo el Antiguo Testamento y paso raudo y veloz hacia el Nuevo, porque el único texto interesante que he encontrado, en el Libro del profeta Zacarías (4, 1-14), se vuelve a retomar en el Apocalipsis, y total mejor tocarlo allá.
Según los evangelios, Jesús no mostró especial interés por los árboles,  y creo que sólo una vez se acerca a uno para buscarle frutos, y no los encuentra; una higuera. Pero cuando ya se encuentra en Jerusalén, en la última y definitiva de sus visitas a la ciudad santa, un huerto en las afueras, que se nombra Getsemaní una veces y otras de los Olivos, le resulta especialmente atractivo para retirarse en él, huyendo del jaleo y para orar. Debía hacerlo con frecuencia, eso parece:
«Jesús enseñaba en el templo durante el día, y por la noche se retiraba al monte de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para venir al templo a escucharlo.» (Evangelio de Lucas 21, 37-38)

Se convierte este lugar en emblemático, ya que en él pasó Jesús su última noche en libertad, que resultó ser del todo agónica cuando tras implorar a Abba le fuera apartado el cáliz, asumió llevar hasta el final la tarea recibida y aceptada. Allí fue asaltado por los huestes de los sumos sacerdotes, apresado y abandonado por los suyos.
San Pablo, por su parte, toma al olivo para utilizarlo pedagógicamente en su explicación del por qué y del cómo los gentiles se hacen acreedores al mensaje salvador de Jesús, del que parece se han descolgado los judíos. Utiliza para ello además del olivo cultivado, el acebuche, una especie silvestre de olivo. Así diserta y argumenta:
«Y pregunto todavía: ¿Habrán tropezado los israelitas de manera que sucumban definitivamente? ¡De ninguna manera! Por el contrario, con su caída ha llegado la salvación a los paganos, quienes a su vez han provocado la emulación de Israel. Y si su caída y su fracaso se han convertido en riqueza para el mundo y para los paganos, ¿qué no sucederá cuando alcancen la plenitud?
A vosotros, gentiles, os digo: Mientras sea vuestro apóstol, haré honor a mi ministerio, por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo a algunos de ellos. Si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida? Y es que si las primicias están consagradas a Dios, lo está toda la masa; si está consagrada la raíz, lo están también las ramas. Cierto que algunas ramas han sido desgajadas y que tú, acebuche, has sido injertado entre las restantes y compartes con ellas la raíz y la savia del olivo. Pero no presumas a costa de aquellas ramas; y por si presumes, recuerda que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz la que te sostiene a ti. Me dirás: «Han desgajado las ramas para injertarme a mí». De acuerdo, ellas han sido desgajadas por su incredulidad y tú estás en pie por la fe. Así que no te enorgullezcas y ándate con cuidado. Porque si Dios no perdonó a las ramas originales, tampoco a ti te perdonará.
Considera, pues, la bondad y la severidad de Dios: severidad para los que han caído; bondad para ti, siempre que tu conducta responda a esa bondad; de lo contrario, tú también serás desgajado. En cuanto a ellos, los israelitas, si no persisten en la incredulidad, volverán a ser injertados. Y Dios puede muy bien injertarlos de nuevo. Porque si tú has sido cortado de un acebuche, al que por naturaleza pertenecías, y has sido injertado contra tu naturaleza en el olivo fértil, ¡con cuánta mayor facilidad podrán ser injertadas las ramas originales en el propio olivo!» (Carta a los Romanos 11, 11-24)

La última referencia al olivo se encuentra en el Libro del Apocalipsis. Retoma la quinta visión del profeta Zacarías, la del candelabro y los dos olivos. Los dos olivos del profeta son aquí los dos ungidos, rey y sacerdote, atributos de los cristianos. Es, pues, la Iglesia a quien Juan refiere la misión histórica de proclamar en el mundo el evangelio; el poder del mundo usa la violencia para sofocar su voz, pero inútilmente, pues ella completa su testimonio.
«Me dieron después una vara de medir, semejante a un bastón, diciéndome:
-Levántate, mide el templo de Dios y el altar, y cuenta el número de sus adoradores. Pero no midas el espacio exterior del templo; déjalo aparte, porque ha sido entregado a los paganos, que pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses. Será entonces cuando haga que mis dos testigos profeticen vestidos de sayal durante mil doscientos sesenta días. Me refiero a los dos olivos y a los dos candelabros que están de pie en presencia del Señor de la tierra. Si alguno intenta hacerles daño, de su boca saldrá fuego que devorará a sus enemigos; sin remedio morirá quien intente hacerles daño.
Tienen poder de cerrar el cielo para que no llueva durante el tiempo de su ministerio profético; tienen poder para convertir en sangre las aguas y para herir la tierra cuantas veces quieran con toda clase de calamidades. Cuando hayan terminado de dar su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará. Sus cadáveres quedarán sobre la plaza de la gran ciudad, que es llamada alegóricamente Sodoma y Egipto, y en la que fue también crucificado su Señor. Durante tres días y medio contemplan sus cadáveres gentes de todo pueblo, raza, lengua y nación, sin que a nadie se permita darles sepultura. Los habitantes de la tierra se alegran y se felicitan por su muerte y hasta se hacen regalos unos a otros, porque estos dos profetas constituían un tormento para ellos. Pero después de tres días y medio, un espíritu divino entró en ellos, se pusieron en pie y un gran temor se apoderó de quienes los contemplaban.
Oyeron entonces una voz potente que les decía desde el cielo:
-Subid aquí.
Y subieron al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos. Y en aquel momento se produjo un formidable terremoto; se derrumbó la décima parte de la ciudad y siete mil personas perecieron en el terremoto. Los supervivientes quedaron aterrorizados y glorificaron al Dios del cielo.
Ha pasado el segundo ¡ay! Pero he aquí que el tercero está a la puertas. (Libro del Apocalipsis 11, 1-14)

Este final tan calamitoso y de consecuencias tan horripilantes es, sin embargo, interpretado por quienes saben, como un anuncio profético del efecto final del mensaje en la sociedad pagana, la desaparición de la injusticia y el cambio de valores, al fin de los “cuarenta y dos meses” (1.260 días) de persecución.
Omito las muchas veces que el olivo y su fruto, la aceituna, es citado para hablar por ejemplo del cuidado de los pobres y las viudas, que tenían derecho a recogerlo para su sustento («Cuando sacudas tus olivos no hagas tras de ti rebusco en sus ramas, lo que quede será para el huérfano, la viuda y el extranjero», se lee en Deuteronomio 24, 20). O para tratar de la prosperidad, expresión de la benevolencia de Dios con los justos y cumplidores de la ley («Seré como el rocío para Israel; él florecerá como el lirio, y hundirá sus raíces como el Líbano. Sus ramas se desplagarán, como la del olivo será su eflorescencia, y su fragancia como la del Líbano», vaticina Oseas 14, 6-7). Incluso para simbolizar a quienes gozaban de la amistad divina y formaban un pueblo unido y bendecido («Tus hijos, como brotes de olivo en torno a tu mesa», que dice el Salmo 127). Sí apuntaré que de las ramas del olivo también pueden salir coronas para adornar cabezas en momentos exultantes por el triunfo ante el opresor, como ocurre en el libro de Judit: «Judit tomaba tirsos con la mano y los distribuía entre las mujeres que estaban a su lado. Ellas y sus acompañantes se coronaron con coronas de olivo…» (15, 12). O para exaltar de gozo en el día en que nace el judaísmo y se le dice al pueblo: «No estéis tristes, la alegría de Yahvéh es vuestra fortaleza… Salid al monte y traed ramas de olivo… para hacer cabañas conforme a lo escrito» (Libro de Nehemías 8, 13ss.), porque habían encontrado el Libro de la Ley, y se sentían bendecidos por Yahvéh.
Mi pretensión al escribir esto no ha sido otra cosa que mostrar que el olivo, todos los olivos, cualquier olivo, es capaz de atravesar el tiempo, alcanzar una vida muy larga, y llegar, claro que con el tronco rugoso y retorcido, hasta los últimos versos de la Biblia. Y tengo para mí que ya en el Edén el olivo destacaría sobre los demás árboles, siquiera fuera por su verdor oscuro y brillante. Eva no comería directamente una aceituna tomada del olivo, porque la cara que hubiera puesto sí habría sido el primer chiste de la historia. (¿O el primer pecado?). Pero junto con el vino, el aceite seguro que fue la primera sustancia elaborada. De ahí la tradición del pan con tomate, digo yo.
En mi pueblo, que no es olivarero, en su lugar comíamos pan mojado en vino y rociado con azúcar. Estaba buenísimo.

Una pequeña partícula


Tierra de Campos, desde el mirador de Urueña

UNA PEQUEÑA PARTÍCULA  -Remendín-

Una partícula pequeña de Castilla,
entornando sus incipientes rayos
y sus interminables sombras,
se ha derretido,
desde ahora
y para siempre,
en las rosas sin pétalos
de la ardiente
y fulgurante aurora.

Una pequeña partícula de arcilla,
hecha de pisadas y de huellas,
de los atajos sin abrojos,
de las Cañadas Reales;
sin más calenturas acogedoras
que las lanas y los sebos
de las solas dictaduras,
de los presentes tiempos.

Una pequeña partícula de ciencia,
sin investigar nada,
descubrió territorios ajenos
de realidades y leyendas,
de juventudes trashumantes,
sin panes y con inteligencias plenas,
esculpidas en el todo de la nada
de la tierra que es su tierra,
camino sin llanuras
de algún día lunas llenas;
hoy naturaleza de espejismos:
nieblas,
solo nieblas.

Una pequeña partícula de ansiedad,
llena de complejos
rojos y amarillos,
va, ahora, mendigando imperios
sin llevar ni picas ni pendones
ni hartas faltriqueras,
sin blancas,
sin perras ni maravedíes,
solo de callos llenas
por el arduo trabajo,
sin anillos ni báculos,
sin mitras
ni despensas llenas.

Una partícula pequeña sin calor,
casi sin humedad,
pero con escarcha,
ha pasado con vértigo
de la luz a la penumbra,
de la noche al día,
del castillo feudal
a la destartalada chabola
de un tiempo pasado no lejano
que huele a presente
sin albas,
solo con ocasos.

Una pequeña partícula sin urnas,
sin voces y sin votos,
apareció hoy en la mañana
entre las vísceras sangrantes
de la tierra, que es su tierra;
pero no lloraba
ni reía,
solo contaba y cantaba
cuentos y cantos de romería
entre jaras y cantuesos
sin ninguna lágrima.

Una pequeña partícula sin cielo,
sin luna,
sin estrellas,
peregrinaba sin bastón,
sin conchas, sin sandalias,
sin escapularios ni bulas,
sin ni tan siquiera
una pequeña y socorrida alforja,
por el eterno y abrupto sendero
de su sola soledad,
de su anhelante
y titubeante miedo.

Una partícula pequeña de agua y viento
recorría el campo enardecida
sin vergüenzas pasadas ni futuras,
con su eterna incertidumbre por bandera,
sedienta de tierra en sementera,
sedienta de aíres y de brisas,
buscando en el espacio y en el barro
basuras que estercolen las semillas:
semilla, harina, bocas, manos.

Una partícula pequeña,
cansada del trecho y el cansancio,
dormita ya en la tierra,
que es su tierra,
en paz consigo misma,
sin agobios;
al abrigo del canto de la vida,
al abrigo del canto de la muerte,
del día y de la noche
siempre eternas.

Andrés C. Bermejo
Campo charro, desde el pico Cervero

Morir para seguir viviendo



Hoy mi amo estaba de especial buen humor y en cuanto bajé del altillo se puso a jugar conmigo. Enseguida me di la vuelta y le ofrecí mi barriga; ¡cómo me gusta que me acaricie en esa parte blanca de mi cuerpo!
El caso es que hoy ha amanecido un poco antes que ayer, ¿será normal? Juraría que cada día el sol apuesta con alguien que él se levanta de la cama antes que nosotros. Hace apenas nada de tiempo cuando asomaba por el horizonte ya hacía tiempo que nosotros estábamos trotando.
Bueno, pues hoy, no; se ha dado tanta prisa en despertarse que el pinar estaba todo iluminado. Y claro, enseguida que lo vi me lo supuse: por aquí ha estado alguien haciendo de las suyas. Porque ayer no estaban así los pinos, “señalados”.
Durante el paseo, entre meter el morro por aquí y por allá, seguir un rastro y otro, ladrar a las torcaces y de-fe-car (¡qué gran placer!) en pleno campo, le he oído a mi amo comentar lo de las señales. Y creo que algo he entendido.
Parece ser que ayer, porque durante esta noche no creo, alguien vino con un hacha y fue haciendo tajos en la corteza de algunos árboles. Unos grandes, otros torcidos, otros muy juntos, otros casi desmochados. En fin, como si dijéramos, los sobrantes. Y “a luego” vendrán con la motosierra, o “pué” que con alguna maquinorra, y los sierren o los arranquen de cuajo, y se los lleven para hacer tableros o para las instalaciones de la “biomasa” esa que tienen los de la Junta en el Vivero Forestal.
Según mi amo parece ser que es que se estorban unos a otros, que se comen la sustancia, y no se dejan crecer. Varios ya han caído este invierno, totalmente muertos; ni siguieran valen para quemar, porque están como fofos.
Así que para que muchos vivan, algunos tienen que morir, o ser matados.
Dice mi amo que es ley de vida, que siempre ha sido así y que no hay manera de cambiarla.
Yo, por si acaso, a partir de ahora voy a ser bueno, y a no comerme las galletas de la Moli ni del Berto; no sea que se piensen que estoy impidiéndoles crecer, y me den el pasaporte.
Pero como me dejen suelto, seguiré jugando al “esconderite”, porque me divierte mucho verle correr tras de mí, aunque me pille siempre, siempre, siempre.
¡Jolín cómo corre el tío!
Pues eso, que dentro de poco vendrán y se llevarán unos cuantos pinos, y el pinar seguirá estando vivo. Y yo seguiré husmeando, y ladrando, y tirando del ramal con todas mis ganas.
¡Ah, sí, y también defecando!
(¿Verdad que soy muy fino hablando? También sé decir "miccionar" y "peer". Pedorreta no me sale, que a mí me ocurren silenciosos; pero huelen…)

Firmado: Gumi
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Se me olvidó decir que todas las imágenes se pueden ver a tamaño natural pinchando en cualquiera de ellas; sale la ristra entera y son guaupísimas…

Durante la siesta, Moli me ha explicado a su estilo cómo está este país. Y ha dicho que como cuento, está muy bien mi relato; pero que si he tratado de hacer una parábola de actualidad, ella que ya es sabia por vieja y porque sí, cree que no estoy muy desencaminado. Algunos ya han sucumbido; a otros hay que darles pasaporte; y como entre árboles no hay libertad ni autonomía de movimientos, los que sobren seguirán muriendo… aunque de pie, como les corresponde. Esa es su condición.

Yo soy aún un joven inexperto, y sólo sé que no sé nada. Así que miro, escucho y callo. Pero deseo que el pinar siga existiendo, porque corriendo por él me lo paso chupi.