Una pequeña partícula


Tierra de Campos, desde el mirador de Urueña

UNA PEQUEÑA PARTÍCULA  -Remendín-

Una partícula pequeña de Castilla,
entornando sus incipientes rayos
y sus interminables sombras,
se ha derretido,
desde ahora
y para siempre,
en las rosas sin pétalos
de la ardiente
y fulgurante aurora.

Una pequeña partícula de arcilla,
hecha de pisadas y de huellas,
de los atajos sin abrojos,
de las Cañadas Reales;
sin más calenturas acogedoras
que las lanas y los sebos
de las solas dictaduras,
de los presentes tiempos.

Una pequeña partícula de ciencia,
sin investigar nada,
descubrió territorios ajenos
de realidades y leyendas,
de juventudes trashumantes,
sin panes y con inteligencias plenas,
esculpidas en el todo de la nada
de la tierra que es su tierra,
camino sin llanuras
de algún día lunas llenas;
hoy naturaleza de espejismos:
nieblas,
solo nieblas.

Una pequeña partícula de ansiedad,
llena de complejos
rojos y amarillos,
va, ahora, mendigando imperios
sin llevar ni picas ni pendones
ni hartas faltriqueras,
sin blancas,
sin perras ni maravedíes,
solo de callos llenas
por el arduo trabajo,
sin anillos ni báculos,
sin mitras
ni despensas llenas.

Una partícula pequeña sin calor,
casi sin humedad,
pero con escarcha,
ha pasado con vértigo
de la luz a la penumbra,
de la noche al día,
del castillo feudal
a la destartalada chabola
de un tiempo pasado no lejano
que huele a presente
sin albas,
solo con ocasos.

Una pequeña partícula sin urnas,
sin voces y sin votos,
apareció hoy en la mañana
entre las vísceras sangrantes
de la tierra, que es su tierra;
pero no lloraba
ni reía,
solo contaba y cantaba
cuentos y cantos de romería
entre jaras y cantuesos
sin ninguna lágrima.

Una pequeña partícula sin cielo,
sin luna,
sin estrellas,
peregrinaba sin bastón,
sin conchas, sin sandalias,
sin escapularios ni bulas,
sin ni tan siquiera
una pequeña y socorrida alforja,
por el eterno y abrupto sendero
de su sola soledad,
de su anhelante
y titubeante miedo.

Una partícula pequeña de agua y viento
recorría el campo enardecida
sin vergüenzas pasadas ni futuras,
con su eterna incertidumbre por bandera,
sedienta de tierra en sementera,
sedienta de aíres y de brisas,
buscando en el espacio y en el barro
basuras que estercolen las semillas:
semilla, harina, bocas, manos.

Una partícula pequeña,
cansada del trecho y el cansancio,
dormita ya en la tierra,
que es su tierra,
en paz consigo misma,
sin agobios;
al abrigo del canto de la vida,
al abrigo del canto de la muerte,
del día y de la noche
siempre eternas.

Andrés C. Bermejo
Campo charro, desde el pico Cervero

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