A propósito del movimiento vecinal

 

Era inevitable, aunque pudo haber sido de otra manera. Tras más de treinta años, concretamente desde el 22 de febrero de 1980, formando parte de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Valladolid, hoy los habitantes de La Cañada han decidido excluirse de ella. Ha sido por simple supervivencia.
Llegué a la asamblea casi al final, forzado por las obligaciones propias de mi cargo. Se celebraba en forma extraordinaria, tras la ordinaria anual en cumplimiento de los estatutos. Y sólo fui testigo de una pequeña parte del debate y de la votación que decidió soberanamente. Está consumado.
Me abstuve, no podía votar de otra manera. Pero lo entiendo.
Salí solo, dejé al resto celebrando un pequeño ágape a base de vino de la Ribera y pellizcos de queso, chorizo, jamón y otras menudencias. Y me volví a casa, cariacontecido y triste.
Sí, triste porque tomé parte en la creación de la Federación. Y ahora lamento que aquello que soñamos no ha llegado realizarse, y se haya quedado en otra cosa.
Caminando de vuelta me vienen los recuerdos…
¿Sería otoño de 1978 o invierno del 79? No llego a verlo. Lo cierto es que alguien, puede que fuera Millán Santos, nos hizo llegar la idea, con el entusiasmo que le caracterizaba, de lo bueno que resultaría si nuestra pequeña asociación de vecinos se uniera al resto de la ciudad para formar un frente común y así hacer más fuerza y defender cosas de los barrios.
Yo había llegado un poco antes, en febrero de 78, y apenas si conseguí aterrizar en la maraña de actividades que entonces se realizaban. El pequeño local, escuela, manualidades, reuniones, capilla los domingos, estudio… ocupaba todo mi tiempo disponible, puesto que entonces estaba encargado de internado y profesor en El Pino.
La junta directiva vio bien la propuesta de Millán, y me delegó para que fuera a las reuniones. También fue designado un vecino, también de nombre Miguel Ángel. Así fue como los dos homónimos empezamos a asistir, todos los miércoles, a los locales parroquiales de San Andrés y juntarnos con otros veintidós buenos elementos representantes de las otras once asociaciones que habían convenido iniciar el proyecto, estudiando las posibilidades y organizando siquiera unos pocos principios sobre los cuales construir un a modo de estructura federal.
Fueron sesiones largas, monótonas y en absoluto fáciles de resumir aquí. Quien se haya encontrado en alguna situación semejante me dará la razón. Tratamos de todos los asuntos que interesaban al movimiento ciudadano, desde urbanismo hasta el servicio de limpieza, pasando por el transporte público, los colegios, los jardines, el tráfico, la cultura, el servicio de aguas de consumo y residuales, y… Lo más gordo, la estructura misma de la “federación”, es decir, los estatutos. Mejor dicho, su proyecto.
Un año largo duraron las deliberaciones. Al final salió el tocho. Y un domingo, el día 22 de febrero de 1980, reunidas todas las directivas de las asociaciones convocantes, en Asamblea Constituyente se aprobaron los Estatutos y quedó fundada la Federación de Asociaciones de Vecinos de Valladolid.
Mucho después, y ya no sé por qué, si es que había que hacerlo por orden gubernativa o es porque surgió otra federación alternativa, hubo que darle un nombre, y este es “Antonio Machado”.
El caso es que la federación empezó a caminar mirando a la ciudad total, y los vecinos de La Cañada esperaban ser mirados, siquiera una pizca. Pero salvo para aportar la cuota correspondiente y delegar representantes en las diversas comisiones que se pusieron en marcha -Urbanismo, Cultura, y Enseñanza-, poco fue lo que vio atendidos sus deseos. Con la excepción de alguna pequeña y muy digna presencia personal en momentos claves de nuestra pequeña y heroica lucha vecinal, nunca la federación se hizo cercana a nuestras cosas.
Me surgió por entonces poner en marcha una parroquia que había de crearse, y hube de distanciarme de los negocios vecinales, y sólo de lejos y por persona interpuesta tenía información. Así fui testigo pasivo de que la federación derrotaba por sus fueros, en tanto que los del barrio pequeño y a trasmano se veían solos y olvidados. Fue la época en que la federación denunciaba la gestión municipal cada dos por tres, y al pleito había que acompañar aportando inicialmente una fianza, o sea pasta, que a su vez solicitaba a cada asociación. Y a los pocos ingresos y al mucho agobio que teníamos eso no sentaba bien. Que sí, que había que luchar para que el entorno de la zona centro fuera respetado frente a la piqueta, el ladrillo y parquing; pero es que nosotros ni teníamos asfaltada la calle, ni hechos los desagües, el alumbrado era de risa y el autobús se quedaba a media hora de las casas. El transporte escolar hubo que negociarlo por nuestra cuenta y en plan amiguete con el dire, que lo era, y bueno. Y la calle la arreglamos con nuestro dinero, en tanto que en otros lugares el asfalto era de oficio. En fin, que ellos eran ciudad, y nosotros no.
Mientras el equipo directivo de la federación fue aumentando la asunción de compromisos de gran empaque, de los que apenas nos enterábamos por la prensa, en la Cañada hubo que negociar la compra de terrenos a ICONA, gestionar las escrituras de propiedad de cada vecino, discutir con el Ayuntamiento la urbanización del barrio, realojar a los habitantes desplazados, controlar las obras de remodelación… solos, sin ayuda y con apenas información. Denuncia tras denuncia en plan oposición ciudadana por parte de la federación, nuestras cosas pequeñas no eran tenidas en cuenta, salvo para cotizar.
Demasiado se ha aguantado. Ha tenido que llegar el momento en que la cuota a aportar para mantener el “aparato federativo” fuera mayor que los ingresos propios de la asociación, para que ésta dijera ¡basta!
Y ha bastado. Hoy, o sea ayer, pasado el mediodía, a punto de dar las tres quedó disuelto el compromiso.
¡Qué alivio! Pero yo estoy triste.

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