¿Rendirse? ¡Nunca! ¡Antes muerto…!

 
¿Te rindes?, preguntaba uno a otro, teniéndole debajo de él contra el suelo y bien sujeto. La pregunta se repetía una y otra vez, chillando o susurrando, al oído o al aire, hasta que el aludido claudicaba y, según sufriera o no, también susurraba o gritaba: ¡Me rindo!
Así eran algunos de nuestros juegos de chiquillos. Ganar o perder, vencer o rendirse, derrotar o ceder. Aunque la mayoría de las veces no llegaba la sangre al río ni las lágrimas al pañuelo, el amor propio sí se resentía siquiera una miaja. Pero a la vuelta de la esquina volvíamos a las peleas y al juego de dominar o ser dominado.
Claro, esto era entre chicos, que hemos sido muy brutotes de pequeños; con las chicas no sé qué pasaría, aunque si hubiera ocurrido de modo semejante, tampoco habría pasado nada.
Conforme hemos ido creciendo, nuestras batallas se han mantenido bajo otra forma, quizás más sutil, pero igualmente agresiva. Los raspones ya no aparecen en la ropa o en las rodillas, pero se perciben en el alma. Y dejan más secuelas éstos que aquellos.
Así vamos trampeando por la vida, ganando o perdiendo, superando obstáculos o arrastrándonos bajo su peso.
Había también, y sigue habiéndolo, quien de ninguna manera cedía; sólo el cansancio de quien sometía terminaba la pelea antes de oír en ansiado ¡me rindo! Alguno conocí yo que antes habría preferido morirse o dejarse matar que reconocer su derrota. Ese tesón, esa gallardía, realmente no conducía a ninguna parte, salvo a dejar intacto el honor, el propio orgullo.
Acaba este año que más que año ha parecido década. ¡Qué largo ha sido! Ha destruido a más de uno. No termina bien, quiá, nada bien. Nuestra lucha contra él ha decretado nuestra derrota, él ha podido más que todos nosotros. Aplastados contra el suelo, totalmente inmovilizados, nos apremia una y otra vez ¡Ríndete! ¡Rendíos!
Como no tenemos nada que perder, tampoco que ganar, ya de perdidos… al río.
Gritad con todas vuestras ganas: ¡No me rindo! ¡No nos da la gana! ¡No puedes con todos nosotros!
El año que llega mañana no sabemos cómo será y qué nos deparará. Pero una cosa pienso yo: si nos encuentra derrotados, nos va a terminar de comer. Será mejor que le recibamos en otro plan, con un ánimo diferente; que nos encuentre como aquel chaval que ni por ésas se dejaba someter aunque no pudiera hacer nada por desprenderse del abrazo dominante: dispuestos a partirnos el pecho y la cara si fuera necesario.

No te rindas

Mario Benedetti

No te rindas, aun estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.

Porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.

Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos,

No te rindas por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque cada día es un comienzo,
porque esta es la hora y el mejor momento,
porque no estas sola,
porque yo te quiero.

No te rindas

Alex Ubago

Palabras para Julia

José Agustín Goytisolo
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
"Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca, te rindas". Esta frase, atribuida a Sir Winston Leonard Spencer Churchill, bien puede ser nuestro convencimiento cuando demos la bienvenida al que está a punto de llegar, para que se vaya enterando de la fiesta y no se haga ilusiones con nosotros, pensando que somos pan comido.

¡Feliz año nuevo!

Encuentro obligado… y deseado

 
Llegadas estas fechas, alguien me avisa de que nos reunimos los que fuimos compañeros de curso en el Seminario. Es una costumbre que viene haciéndose indefectiblemente en torno al fin de año, con preferencia en un día sin agobios de viajes e intendencia. Este año ha tocado en el día 29. O sea que ayer nos juntamos 20 personas que tuvimos la coincidencia de estar juntos algunos años, allá por la década de los sesenta.

Aquí faltamos dos: uno que llegó tarde y el de la máquina, que soy yo. Pero a mí ya se me conoce.
Foto del grupo a la puerta de lo que fue el Seminario Menor, hoy un instituto de bachillerato, paseo hasta el restaurante, comida y cambio de impresiones, y poco más.
Eso ha sido para mí. Para la mayoría, bastante más. Pero ese es mi sino: llegué tarde, tardé en entrar, y antes de conseguirlo emigré para otras latitudes. Fui ave casi de paso. Sin embargo suelo asistir a este evento cada vez que me invitan, por deferencia hacia los que seguimos como curas, sólo siete.
Aquel fue un curso especial, por numeroso. Llegó a tener, según me cuentan, más de cien integrantes. Eran aquellos… otros tiempos. Cuando me colocaron en él, al poco más o menos, aún mantenía un número muy alto: 40.
El caso es que quienes más interés tienen en que nos juntemos son los compañeros que no terminaron ordenándose.
Me resulta extraño volver a ver a quienes conocí de jóvenes imberbes y ahora son abueletes, o están a punto de serlo, desconociendo la mayor parte del espacio intermedio. Ya les he dicho, la próxima vez que me llamen, ellos han de venir con sus esposas, o compañeras, o lo que tengan. Y yo también me presentaré con mi equipaje. Doy mi palabra.
Me ha quedado de esta jornada una alegría muy especial: he tenido el gozo de abrazar a Jesús V., a quien no veía desde el verano de 1969. Fuimos juntos a Madrid, Comillas; hicimos primero de teología, y él marchó a Roma a terminar unos estudios que le ofrecían mejores expectativas. Desde entonces nada he sabido de él. Hasta ahora. Tengo su dirección y sé cómo puedo encontrarle. Jesús sigue siendo la misma persona buena que yo conocí.

En unas pocas palabras


De quienes me visitáis con cierta asiduidad es harto conocido que me gusta informar si encuentro algún sitio de Internet que me complazca. Esta noche, jugando con el taco del Corazón de Jesús, de la revista Mensajero, de los padres jesuitas, que me llega religiosamente todos los días a las 02:00 horas en mi buzón de correo, di con una frase,  que resultó ser de Miguel Ángel Buonarroti: «No hay daño tan grande como el del tiempo».

Luego con una estrofa:
Un águila, bajando desde una elevada montaña,
arrebató un cordero de la manada.
Viendo esto y por envidia, un grajo quiso imitarla.
Con fuerte graznido se precipitó sobre otro cordero,
pero sus garras, en los vellones, quedaron enganchadas.
El pastor, al ver lo ocurrido, atrapó al grajó y le cortó las alas,
luego lo llevó a su casa para que sus hijos lo vean.
—Papá, qué pájaro es éste –preguntaron sus hijos–.
—Por lo que yo sé es un grajo, pero por lo que él se pretende, un águila –contestó el padre–.
Pertenecía a Las Fábulas de Esopo

Y más tarde con una página enterita toda ella de sustanciosas sentencias.

Este lugar: amediavoz.com
contiene una inmensidad de material literario, debidamente ordenado por orden alfabético, además de tener una portada tan chupi, con poema de José Hierro y escultura de Constantin Brancusi.

Me ha parecido oportuno añadir sólo esta muestra, que me ha resultado chocante. Es de Félix María Samaniego, y es bastante divertida.

Las penitencias calculadas

Fue a consultar a un padre jubilado
un fraile jovencito
y recién aprobado
de confesor. Llegóse muy cortito
diciendo: -Yo quisiera
que su paternidad norma me diera
de aplicar penitencias competentes
a toda calidad de penitentes,
que en llegando a este caso
yo no acierto a salir, padre, del paso.
-No se aflija por eso: tome y lea,
que ahí va en este papel cuanto desea.
Toma, se humilla y sale presuroso
a ver lo que el cuaderno contenía.
¡Qué alegre! ¡Qué gozoso!
al mirar que su título decía
Lista de penitencias calculadas.
A su confesionario marchó ufano
sin dejar el cuaderno de la mano,
y según la tarifa exactamente
va despachando a todo penitente.
Un tuerto llega en esto y dice: -Padre,
yo tengo una comadre
alegre y juguetona de costumbre,
y hallándola ayer sola,
el diablo, que no huelga, aplicó lumbre...
y por tres veces hice carambola.
Busca las carambolas en la lista
y encuentra: carambolas de ordinario:
Busca las carambolas en la lista
por cada dos, su parte de rosario.
El fraile se contrista,
pues siendo tres, dos partes no les cabe:
una es poco, y así qué hacer no sabe.
Pónese a discurrir y determina
una fácil idea y peregrina:
-Vaya, le dice, y busque su comadre,
y que el hecho le cuadre o no le cuadre,
la cuarta carambola hágale al punto,
y por esta y las otras de por junto
con mucha devoción y gran sosiego
dos partes de rosario rece luego.

Es noticia de periódico




(Foto C. Serrano)
Dicen en Sotillo del Rincón (Soria) que sus ojos azules asustan a los niños, sin embargo, son capaces de trasmitir emociones como el amor, la paz, la solidaridad, la compasión, el perdón, sentimientos inherentes a la fiesta de Navidad que han quedado relegados por el consumismo desmesurado de estas fiestas.
Nada teme y nada espera Juliana Vermeire, monja cisterciense belga que vive en mitad de un prado, a los pies de la Sierra Cebollera, en una casa prefabricada de madera sin calefacción y sin agua. Se levanta a las 2.00 de la mañana y se acuesta sobre las 8 de la tarde, aprovechando la mayoría de las horas para rezar, principalmente, leer y escuchar a Bach. No come más que lo que su pequeña huerta le proporciona y a sus 81 años de edad afirma no querer ser famosa por su forma de vida. “Las cosas buenas no necesitan promoción, no me hagáis fotos”, sentencia en un perfecto castellano.
(Foto C. Serrano)
En el pequeño municipio soriano, Juliana es una mujer muy querida. Lleva quince años compartiendo la vida con los vecinos del pueblo desde la distancia, ya que, asegura que a pesar de que le gusta el diálogo prefiere dedicarse a su vocación llevando una vida austera, escondida y alejada del mundanal ruido.
Su forma de vida siempre ha llamado la atención. La familia Gómez-Zardoya tuvo noticias de ella en 1995, cuando la monja belga vivía en el campanario de la iglesia de El Royo. “Nosotras fuimos a buscarla y entre varias familias le convencimos de que se viniera a Sotillo. Vivía en unas condiciones, que para nosotras eran infrahumanas, sin embargo, ella nunca se ha quejado de esta situación, e incluso un día, ya con una edad avanzada, nos comunicó que quería ir a vivir a una cueva, una idea que poco a poco se la fuimos quitando de la cabeza”.
Juliana permanece en su casa, normalmente, con la ventana abierta. La casa de madera está compuesta por un pequeño habitáculo donde ha instalado un altar para rezar y una habitación sin cama, ya que, duerme en un saco, donde pasa la mayoría del tiempo en invierno. Dice que nunca ha estado enferma y reconoce que en Soria sí pasa frío. “Soy humana, pero creo que la mayoría de los hombres viven de forma irracional y no son responsables ni con el medio que les rodea ni con su propia condición de personas”.
(Foto C. Serrano)
La religiosa belga es muy conocida en la provincia de Soria, ya que en muchas ocasiones ha hecho de madre espiritual. Hace años, eran muchas las personas que se acercaban a Sotillo, buscando su consuelo o simplemente para realizarle alguna consulta. “Tuvo que poner un horario en la verja porque la gente se acumulaba en la puerta”, detalla la familia Gómez-Zardoya.
Juliana es, además, una mujer culta que sabe hablar flamenco, español, inglés, alemán y un poco de euskera y que ha escrito el libro ‘Aquel que yo más quiero’. Antes de asentarse en Soria vivió como ermitaña en las provincias de La Rioja, Vizcaya y Zaragoza. Lee a Kierkegaard y escucha las noticias durante cinco minutos al día, con el fin de enterarse si ha ocurrido alguna catástrofe en el mundo por la que tenga que interceder orando. “Cuando la guerra de Irak pedí que dejaran de tirar bombas y le dije a Dios que daba mi vida a cambio”, rememora.
(Foto C. Serrano)
Su espiritualidad va más allá del rezo y la oración, tal es así que ahora pide a Dios sufrir como Jesucristo. Además, es generosa, en el sentido más amplio del término. Los contados frutos que le da su huerto los suele repartir entre el pueblo y hasta su único medio de locomoción, una bicicleta, se la llegó a regalar a un niño. “No tiene nada y lo poco que tiene lo da”, apuntan las Gómez-Zardoya.
Mientras el mundo se enfrasca en la fiebre de las compras y las tarjetas de crédito estas navidades, Juliana prevé orar por todos, ya que insiste en que los hombres son muy egoístas. “La Navidad la celebraré como todos los días. Recuerda que Dios te quiere y yo también”, exhorta en el momento de la despedida. 




Apareció en la prensa local el pasado domingo y ya está en 5.720 lugares de Internet. Hay noticias que vuelan…

Alguna vez tenía que hablar de mi pueblo



La foto que en estos momentos encabeza este blog es una magnífica panorámica de mi pueblo. No sé cómo el fotógrafo que la sacó consiguió abarcar el pueblo entero, de norte a sur. Lo consiguió y tiene su mérito. Porque o el objetivo es especial, o ha tenido que borrar del mapa la vieja estación del tren de vía estrecha y las naves industriales que la rodean, incluida la fábrica de harina.




Esta otra foto debe estar sacada desde el aire (lo digo porque los castromochinos solemos andar pisando la tierra, y no se sabe de nadie que haya volado por allá, pero a la vista del suceso, alguien ha debido surcar los espacios siderales), y comprende íntegro el caserío, desde el lado opuesto.


La siguiente, también desde el aire, se queda a medio camino en el giro, y ofrece otra perspectiva:



Desde lejos se aprecia la inmensidad de Campos, donde está ubicado el pueblo. Está tomada desde el Mirador de Tierra de Campos, de Autilla del Pino:


Ayer fue San Esteban, titular de la parroquia. Se lo comió la Sagrada Familia, que tiene más tronío y ocupa el domingo siguiente a la Navidad según el calendario. No lo hice cuando debía y lo hago ahora, al día siguiente. Es mi testimonio al pueblo en el que nací.




Pero a mi me bautizaron en la Iglesia de Santa María, que es así de preciosa:


Para más información a las personas curiosas que se acerquen por aquí ofrezco la página web que tiene abierta mi pueblo: castromocho.com

Termino ofreciendo la fachada de la casa donde me nacieron, que servidor no había dicho ni mu:


Es justamente la del fondo, que ofrece tres de sus cuatro balcones, uno de ellos con las contraventanas abiertas, tras los arbolitos de la derecha, según se mira.

Los Belenes de mi pequeño belén


Desde que San Francisco de Asís instaló su Belén en la ermita de Greccio, campiña de Rieti, Italia, en el año 1223, es imposible humanamente enumerar las construcciones que se han realizado del Misterio de la Navidad a lo largo y ancho de nuestro mundo. La idea inicial del de Asís de reproducir la adoración de los pastores se expandió por toda Italia y pasó enseguida a España. En Nápoles se plasmaron en barro las figuras de los personajes en el siglo XV. Como representación del Nacimiento se extendió por toda la Europa cristiana y llegó al Nuevo Mundo, donde arraigó con particulares connotaciones en cada lugar. La iglesia católica promovió las representaciones bíblicas del Nacimiento del Niño Jesús dentro de los templos, en los hogares y en lugares públicos, de modo que contribuyera a exaltar la devoción navideña.

Yo soy hijo de esa cultura, y desde pequeño es lo que siempre he hecho al acercarse Navidad: preparar el Nacimiento. En casa y en los diversos centros en los que he convivido he participado en la medida de mis posibilidades. Pero desde que estoy en este mi lugar esta tarea ha quedado exclusivamente en mis manos. Yo he sido el que año tras año instalo al Niño en la capilla y luego lo ofrezco para que sea venerado por los míos, tras los actos litúrgicos navideños. Es el que tengo puesto ahí, en la columna de la derecha, iluminado por un antiguo farol.
Este Niño estaba en casa de los padres de Pilar. Cuando murieron se lo pedí a los hijos, y me lo cedieron. La condición que yo impuse es que fuera para ser expuesto en la capilla. En caso de no poder hacerse, retornaría a ellos. Ya les dije que esperasen sentados.

Tengo otros Belenes que se me han ido añadiendo, regalo de amigos y amigas, que expongo de forma permanente en diversos rincones de mi pequeña vivienda, y que no tienen mayor relevancia en Navidad de la que tienen el resto del año.

Este ha venido de Hispanoamérica. Me lo trajeron Tere y Ramón de un viaje que hicieron por el territorio sur del continente. Es de madera de radal y es un trabajo de ajuste de categoría superior. Lo tengo sujeto por detrás con cinta adhesiva, porque el día que lo desmonté me llevó su tiempo volver a colocarlo. Además, así está seguro de no desmangarse a cualquier movimiento.


Este me lo regalaron Carmenchu y Enrique un día que fui a su casa y al mirarlo dije ¡qué chuli! Pues ahora te lo llevas y lo pones donde te parezca. Es de barro y vino de Perú. Lo tengo recompuesto, porque un día un zagalín lo dejó caer desde la mesa del altar donde lo tenía colocado y se hizo trizas. Se notan las heridas y las cicatrices, pero eso le ha dado más categoría. Es un  superviviviente.

Este par de figuras procede de Senegal. Yankhoba las trajo de su último viaje, accidentado por cierto, y llegaron así, sin el Niño; al parecer María y José aún están de espera. Ignoro de qué madera están hechas, pero a juzgar por color y el peso bien pudieran ser de ébano, pero no puedo asegurarlo.

Finalmente este sencillo montaje es un regalo que me han hecho este año las mujeres del Hogar. Cada una hizo el suyo, pero entre todas confeccionaron éste para regalármelo.
Es tan delicioso y naif que no me pude resistir a ponerlo en la capilla en la misa de Nochebuena. Fue una ofrenda bonita.

Dios-con-nosotros

 
Según el relato de Mateo, la familia de Jesús ha vivido la experiencia trágica de los refugiados, obligados a huir de su hogar para buscar asilo en un país extraño. Con el nacimiento de Jesús no ha llegado a su casa la paz. Al contrario, enseguida se han visto envueltos por toda clase de amenazas, intrigas y penalidades.
Todo comienza cuando saben que Herodes busca al niño para acabar con él. Como sucede tantas veces, bajo el aparente bienestar de aquel reinado poderoso, perfectamente organizado, se esconde no poca violencia y crueldad. La familia de Jesús busca refugio en la provincia romana de Egipto, fuera del control de Herodes, asilo bien conocido por quienes huían de su persecución. De noche, de manera precipitada y angustiosa, comienza su odisea.
Por un momento, parece que podrán disfrutar de paz pues «han muerto los que atentaban contra el niño». La familia vuelve a Judea, pero se enteran de que allí reina Arquelao, conocido por su "crueldad y tiranía", según el historiador Flavio Josefo. De nuevo, la angustia, la incertidumbre y la huida a Galilea, para esconderse en un pueblo desconocido de la montaña, llamado Nazaret.
¿Podemos imaginar un relato más contrario a la escena ingenua e idílica del nacimiento de Jesús naciendo entre cantos de paz, entonados por coros de ángeles, en medio de una noche maravillosamente iluminada? ¿Cuál es el mensaje de Mateo al dibujar con trazos tan sombríos los primeros pasos de Jesús?
Lo primero es no soñar. La paz que trae el Mesías no es un regalo llovido del cielo. La acción salvadora de Dios se abre camino en medio de amenazas e incertidumbres, lejos del poder y la seguridad. Quienes trabajen por un mundo mejor con el espíritu de este Mesías, lo harán desde la debilidad de los amenazados, no desde la seguridad de los poderosos.
Por eso, Mateo no llama a Jesús "Rey de los judíos" sino "Dios-con-nosotros". Lo hemos de reconocer compartiendo la suerte de quienes viven en la inseguridad y el miedo, a merced de los poderosos. Una cosa es clara: sólo habrá paz cuando desaparezcan los que atentan contra los inocentes. Trabajar por la paz es luchar contra los abusos e injusticias.
En ese esfuerzo, muchas veces penoso e incierto, hemos de saber que nuestra vida está sostenida y guiada por la "Presencia invisible" de Dios al que hemos de buscar en la oscuridad de la fe. Así busca José, entre pesadillas y miedos nocturnos, luz y fuerza para defender a Jesús y a su madre. Así se defiende la causa de Jesús.
José Antonio Pagola. Navidad 2010
    En Belén no había campanas.
En Belén no había alegría.
En Belén un niño lloraba.
mientras su madre sufría.
Y sin embargo en Belén
era Dios el que nacía. (Bis)

    No hubo en Belén personas influyentes.
No hubo en Belén cumplidos y agasajos.
En Belén hubo sencilla y llana gente.
Hubo en Belén pobreza y desamparo.

    En Belén no había campanas.
En Belén no había alegría.
En Belén un niño lloraba.
mientras su madre sufría.
Y sin embargo en Belén
era Dios el que nacía. (Bis)

    No hubo en Belén banquetes ni festejos.
No hubo en Belén despliegue de invitados.
En Belén hubo ternura y sentimiento.
Hubo en Belén total anonimato.

    En Belén no había campanas.
En Belén no había alegría.
En Belén un niño lloraba.
mientras su madre sufría.
Y sin embargo en Belén
era Dios el que nacía. (Bis)

    No hubo en Belén revuelo y parabienes.
No hubo en Belén folklore ni regalos.
En Belén hubo pastores en silencio.
Hubo en Belén susurros y recato.

    En Belén no había campanas.
En Belén no había alegría.
En Belén un niño lloraba.
mientras su madre sufría.
Y sin embargo en Belén
era Dios el que nacía. (Bis)
 




Nochebuena, de Galeano
 
Por Eduardo Galeano



Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
-Decile a… -susurró el niño-
Decile a alguien, que yo estoy aquí.

(Tomado de Navidad Latina)




Eduardo Germán María Hughes Galeano (Montevideo, 3 de septiembre de 1940), conocido como Eduardo Galeano, es un periodista y escritor uruguayo, ganador del premio Stig Dagerman. Es considerado actualmente como uno de los más destacados escritores de la literatura uruguaya.
Sus libros han sido muy traducidos. Sus más conocidos, Memoria del fuego (1986) y Las venas abiertas de América Latina (1971), han sido traducidos a veinte idiomas. Sus trabajos trascienden géneros ortodoxos, combinando documental, ficción, periodismo, análisis político e historia. Galeano niega ser un historiador:

"Soy un escritor que quisiera contribuir al rescate de la memoria secuestrada de toda América, pero sobre todo de América Latina, tierra despreciada y entrañable".

* * * * *
 
José Antonio Pagola (Añorga, Guipúzcoa, 1937) es un sacerdote español licenciado en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma (1962), licenciado en Sagrada Escritura por Instituto Bíblico de Roma (1965) y diplomado en Ciencias Bíblicas por la Escuela Bíblica de Jerusalén (1966).
Ha sido profesor de Cristología en la Facultad Teológica del Norte de España en Vitoria y director del Instituto de Teología y Pastoral de San Sebastián. Es investigador sobre la figura de Jesús.
Es conocido por haber sido el vicario general del obispo de San Sebastián José María Setién. Su último libro, -Jesús. Aproximación histórica, ha sido criticado fuertemente y finalmente ha sido retirado por la propia editorial PPC a pesar de contar con el nihil obstat e imprimatur episcopal de monseñor Uriarte obispo de San Sebastián.
 

Uno

 
El uno (1) es el número entero que sigue al cero y precede al dos.
No causa de demasiada sorpresa saber que el número 1 es tratado generalmente como un símbolo de unidad. Por ello, en las religiones monoteistas, a menudo simboliza a Dios o al universo. Los pitagóricos no consideraban al 1 como un número ya que para ellos el número implicaba la pluralidad y el 1 es singular. No obstante, consideraban al 1 como el origen de todos los números puesto que sumando varios 1 juntos se podían crear otros números (enteros positivos). En su sistema, donde los números impares eran masculinos y los pares femeninos, el número 1 no era ninguno de los dos; aunque podía hacer cambiar a los unos en los otros. Si sumamos 1 a un número par, se hace impar; de igual forma que sumando 1 a un número impar, se vuelve par.
El Uno, para Plotino, es el principio en sí, del que procede la multiplicidad, es la identidad que se despliega en la alteridad. Su condición de causa de todo hace posible que sea visto como Todo, en cuanto fundamento de todo, en cuanto produce y conserva en el ser el ser-uno de cada cosa singular, uniendo cada realidad a todas las demás y reconduciéndolas todas, como Todo, a sí mismo. La primera alteridad que procede del Uno es el Espíritu, Nous, reflexividad intemporal, multiplicidad unificada mediante el pensamiento de sí mismo; unidad de Todo que, sin embargo, conserva la identidad de cada singularidad. El tercer nivel de unidad lo constituye el Alma, que no es, como el Espíritu, la unidad inmediata de la multiplicidad, sino causa de la unidad de la multiplicidad del mundo físico marcada por el tiempo y por la materia, unidad y multiplicidad. Estos tres diversos niveles de unidad Plotino los hace corresponder a las diversas hipótesis del Parménides platónico. “Todos los seres, cuando han llegado ya a su perfección, engendran, y, por tanto, lo eternamente perfecto engendra eternamente algo eterno. Y engendra algo inferior a sí. ¿Qué decir pues acerca de lo más perfecto? Que nada viene de Él a no ser lo que solamente por Él es superado en perfección. Ahora bien, lo más grande después de Él y, por tanto, lo segundo es la inteligencia; y es que la inteligencia lo contempla y necesita solamente de Él. Él, sin embargo, no necesita de ésta. La inteligencia es, pues, engendrada tras lo que es más perfecto que la inteligencia y la inteligencia es el más perfecto de los seres, ya que todos ellos vienen detrás de ella. Así, por ejemplo, el alma es palabra y acto de la inteligencia al igual que la inteligencia lo es del Uno. Ahora bien, la palabra del alma es confusa. Así pues, en la medida en que es una imagen de la inteligencia, el alma debe mirar hacia esta y del mismo modo la inteligencia debe mirar hacia el Uno a fin de ser inteligencia. Y lo ve sin estar separada de Él ya que está inmediatamente tras Él y nada hay entre ambos como tampoco lo hay entre la inteligencia y el alma. Todo lo engendrado desea y ama a su progenitor y muy en especial cuando lo engendrado y el progenitor están solos. Y cuando el progenitor es lo más perfecto, necesariamente lo engendrado está con él y sólo están separados en la medida en que son distintos”. (Plotino, Enéada quinta)
Un loco hace un ciento.
Un pie en Judea y otro en Galilea.
Un testigo que vio, vale por dos; y si vio y oyó, por ciento dos.
Ya sólo falta un día para la Navidad



La Mula y el Buey


Por Rubén Darío
 

 
El hermano Longinos de Santa María era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos, como en la cocina hacía exhalar suaves olores a la fritanga permitida después del tiempo de ayuno; así servía de sacristán, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vísperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla. Mas su mayor mérito consistía en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conocía como él aquel sonoro instrumento del cual hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como él acompañaba, como poseído por un celestial espíritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal —que había visitado el convento en un día inolvidable— había bendecido al hermano, primero, abrazándole enseguida, y por último diciéndole una elogiosa frase latina, después de oírle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la más amable sencillez y por la más inocente alegría. Cuando estaba en alguna labor, tenía siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pajaritos de Dios. Y cuando volvía, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se veía un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salían a las puertas de sus casas, saludándole, llamándole hacia ellos: "¡Eh!, venid acá, hermano Longinos, y tomaréis un buen vaso…" Su cara la podéis ver en una tabla que se conserva en la abadía; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantico levantada, en una ingenua expresión de picardía infantil, y en la boca entreabierta, la más bondadosa de las sonrisas.
Avino, pues, que un día de navidad, Longinos fuese a la próxima aldea…; pero ¿no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta, en donde, antes de la fundación del monasterio, había cenáculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que favorece el poder del Bajísimo, de quien Dios nos guarde. Los vientos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las noches o en los serenos crepúsculos, ecos misteriosos, grandes temblores sonoros…, era el órgano de Longinos que acompañando la voz de sus hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un día de navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclamó, lleno de susto, impulsando a su caballería paciente y filosófica:
—¡Desgraciado de mí! ¡Si mereceré triplicar los cilicios y ponerme por toda la vida a pan y agua! ¡Cómo estarán aguardándome en el monasterio!
Era ya entrada la noche, y el religioso, después de santiguarse, se encaminó por la vía de su convento. Las sombras invadieron la Tierra. No se veía ya el villorrio; y la montaña, negra en medio de la noche, se veía semejante a una titánica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.
Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras paterave, advirtió con sorpresa que la senda que seguía la pollina, no era la misma de siempre. Con lágrimas en los ojos alzó éstos al cielo, pidiéndole misericordia al Todopoderoso, cuando percibió en la oscuridad del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de oro, que caminaba junto con él, enviando a la tierra un delicado chorro de luz que servía de guía y de antorcha. Diole gracias al Señor por aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta Balaam, su cabalgadura se resistió a seguir adelante, y le dijo con clara voz de hombre mortal: 'Considérate feliz, hermano Longinos, pues por tus virtudes has sido señalado para un premio portentoso.' No bien había acabado de oír esto, cuando sintió un ruido, y una oleada de exquisitos aromas. Y vio venir por el mismo camino que él seguía, y guiados por la estrella que él acababa de admirar, a tres señores espléndidamente ataviados. Todos tres tenían porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ángel Azrael; su cabellera larga se esparcía sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandecía sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de riquísima manera, aves peregrinas y signos del zodiaco. Era el rey Gaspar, caballero en un bello caballo blanco. El otro, de cabellera negra, ojos también negros y profundamente brillantes, rostro semejante a los que se ven en los bajos relieves asirios, ceñía su frente con una magnífica diadema, vestía vestidos de incalculable precio, era un tanto viejo, y hubiérase dicho de él, con sólo mirarle, ser el monarca de un país misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalístico que terminaba en un sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular aire de majestad; formábanle un resplandor los rubíes y esmeraldas de su turbante. Como el más soberbio príncipe de un cuento, iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de mística complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.
Y sucedió que —tal como en los días del cruel Herodes— los tres coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre, en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina María, el santo señor José y el Dios recién nacido. Y cerca, la mula y el buey, que entibiaban con el calor sano de su aliento el aire frío de la noche. Baltasar, postrado, descorrió junto al niño un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreció los más raros ungüentos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de marfiles y de diamantes…
Entonces, desde el fondo de su corazón, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al niño que sonreía:
—Señor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su covento te sirve como puede. ¿Qué te voy a ofrecer yo, triste de mí? ¿Qué riquezas tengo, qué perfumes, qué perlas y qué diamantes? Toma, señor, mis lágrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.
Y he aquí que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los ungüentos y resinas; y caer de sus ojos copiosísimas lágrimas que se convertían en los más radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe; todo esto en tanto que se oía el eco de un coro de pastores en la tierra y la melodía de un coro de ángeles sobre el techo del pesebre.
Entre tanto, en el convento había la mayor desolación. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida tristeza. ¿Qué desgracia habrá acontecido al buen hermano?
¿Por qué no ha vuelto de la aldea? Y es ya la hora del oficio, y todos están en su puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime organista… ¿Quién se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin música, todos empiezan el canto dirigiéndose a Dios llenos de una vaga tristeza… De repente, en los momentos del himno, en que el órgano debía resonar… resonó, resonó como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas, excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia…
El hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios poco tiempo después; murió en olor de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mármol.
(Tomado de Navidad Latina)





Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta nicaragüense, máximo representante del Modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.