Si fuera verdad



No suelo dar pábulo a habladurías, pero esta sí que me motiva. Que Ángel Galindo García, actual rector de la Ponti, fuera designado obispo auxiliar de Valladolid me produciría tanta alegría que no sé cómo la expresaría con palabras.
Ya fue noticia grata que don Ricardo llegara a esta tierra, tras los intentos de colocarlo en Madrid. Aterrizó maravillosamente. Una pena que lo hicieran presidente de la conferencia episcopal, y otra pena que papa Francisco le encargara otras altas responsabilidades, primero en Méjico y luego en Roma. Valladolid se merece un obispo que pueda dedicarse más a su diócesis, y tener una agenda hacia lo pequeño. Pero ya que no puede ser, bien está que le pongan de ayudante a una persona con la que empatice, no sólo él, sino también el resto.
Y creo que Ángel es la persona indicada. ¡Un alumno de Bernard Häring en Pucela!
Si esto se hiciera realidad, yo se lo atribuiría a san Ignacio de Loyola, bajo cuya protección y amparo quiero permanecer.
Bien, Nacho, bien.

Como el comer


Ha saltado a todos los medios de comunicación y es noticia viral que todo quisque comenta desde su particular punto de vista, y hace bien que para eso somos libres. Me refiero a lo de una personal transexual que le es vetado hacer de padrino en un bautizo. La norma es tan clara que no sé a qué viene pedir explicaciones. Es tan evidente, que es inútil darlas. Suele ocurrirnos a los señores párrocos en nuestro quehacer, que tengamos que “defender” lo indefendible tras informar de lo que hay… desde siempre, porque la verdad es una e inamovible.
Ocurre, sin embargo, que la sociedad y su ordenamiento van por un lado y con su ritmo, y la institución eclesial está donde está y dice no tener autoridad ni capacidad para hacer otra cosa. Así se justifica desde la fidelidad al mandato recibido, que no es sino el Evangelio, de donde se deriva. Ley natural incluida.
Ahí nos vemos los curillas haciendo punto de ganchillo para acompasar las pretensiones de una parte con las disposiciones de otra, y no ser y parecer los malos de la peli. Ni morir en el intento, porque entonces apaga y vámonos.
Me cabrea mucho que cosas de estas salgan en la prensa, porque considero que son asuntos internos que hay que lavar dentro de casa. Y no te digo si además el asunto llega en plan denuncia en el juzgado o comisaría de distrito. Pienso lo que puede cavilar el funcionario de turno cuando alguien le dice que tal cura le negó la comunión o no le permitió entrar en un templo por enseñar más carne de la consentida.
La Iglesia se ha mostrado monolítica en demasiados aspectos de la vida según la letra, léase Derecho Canónico, y sólo aplicando la epiqueya se han ido solventando situaciones. De no haber sido así esto habría cambiado mucho antes. Una relación de imposibles llenarían estanterías de un archivo enorme. La comprensión, no la manga ancha, y la misericordia, han hecho el milagro.
Pero tentar es pecado, y no se debe hacer. Por eso urge y es necesario cambiar algunas cosas para que no tengamos que depender de “le he pillado en buen momento”.
Sí, tan necesario como el comer, tan urgente como saciar el hambre.

Día de los abuelos y de las abuelas


San Joaquín, la Virgen Niña y Santa Ana. Círculo de Pedro Roldán, 1670. Iglesia de Nuestra Señora de la O, Sevilla

Los datos a los que he tenido acceso no me permiten datar como verídico que Joaquín y Ana, padres de María de Nazaret, ejercieran como abuelo y abuela. Los textos evangélicos describen a la joven María pariendo con la ayuda de José, estando ausentes otros parientes. Este silencio respecto de los abuelos de Jesús no ha sido óbice para que en la plástica piadosa y artística aparezcan, desde tiempos verdaderamente antiguos, frescos, iconos, relieves, cuadros y tallas que representen a esta sagrada familia extendida. Puesto que el documento más fiable, el protoevangelio de Mateo, apócrifo por cierto, presenta a los padres de María ya ancianos y sin descendencia, es poco posible que llegaran a conocer a su nieto, Jesús, el de María. Ver y creer.
No obstante lo anterior, Jesús tuvo abuelos. Se llamaran los maternos Joaquín y Ana poco importa, aunque no haya por qué discutirlo y resulte mucho mejor darlo por bueno. Pero es más que probable que éstos no llegaran a conocerlo. Lo mismo se puede decir de los paternos, de quienes sólo conocemos al padre de José, de nombre Jacob, si hacemos caso a Mateo, Helí si nos fiamos de Lucas.
Menos interesante que especular, pero mucho más práctico, es atender a lo que propone el padre Ángel, de Mensajeros de la Paz. Lleva algunos años intentando que se le haga caso y se institucionalice tanto en España como en el resto del mundo el Día de los abuelos. Alega unas razones que es muy fácil suscribir, incluso añadiendo unas cuantas más. Las suyas son éstas:
·      Los valores humanos como el respeto y el cariño hacia nuestros mayores son algo importante y connatural a nuestra sociedad.
·      La figura de los padres de nuestros padres está presente en la cercanía-lejanía de nuestra infancia. Nuestros abuelos son punto de referencia de nuestros primeros actos de toma de nuestra conciencia, nuestros primeros pasos, nuestros primeros juegos, nuestras primeras desobediencias, nuestras primeras alegrías, nuestros primeros castigos, nuestros primeros cumpleaños y tantas y tantas sensaciones más.
·      Las nuevas generaciones conocen a sus bisabuelos, muchas veces en residencias, y a sus abuelos, detectando cada vez más ayuda y cariño hacia ellos. Se preocupan tanto o más que los padres.
·      Nuestros padres, muchas veces a causa de sus trabajos, encomiendan a los abuelos el cuidado de los niños, el levantarles, llevarles y recogerles del colegio, el darles de comer o de merendar, etc.
·      Infinidad de veces hacen las funciones de padres con todo el amor y dedicación, para ir educando a sus nietos con la ternura que se merecen, a fin de que descubran la vida sin traumas y sin complejos, ayudándoles en todo lo que pueden, mejorando incluso, en aquellas cosas que saben por experiencia que han de dar de otra manera, acordándose de errores que tuvieron con sus propios hijos.

El día 26 de julio, puede ser un gran día. La tradición cristiana celebra la festividad de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Santísima Virgen María, Madre de Jesucristo, por tanto los abuelos del Niño Jesús. Esta festividad puede convertirse en un día muy bonito para celebrar toda la familia unida la fiesta de los abuelos.
Podemos convertir el día 26 de julio en la fiesta del agradecimiento: gracias a nuestros abuelos vinieron a la vida nuestros padres. Gracias a ellos nosotros hemos vivido muchas cosas.

Dice muchas más cosas y ninguna tiene desperdicio. Para seguir leyendo…
En mi opinión estamos en un momento crucial, y se trata de aprovechar una oportunidad que tal vez no vuelva a darse. Con padres iniciándose tan tarde, los abuelos van a parecer bisabuelos, y los nietos se verán privados no tardando de los mimos, cuidados y “debilidades” que sólo las personas mayores saben ejercer. El mejor homenaje sería hacer abuelos más jóvenes, lo cual implica papás menos carrozas. ¿Quién se anima?

¡Santiago y cierra, España!


De Santiago no creo que quede algo por decir, tras tantos siglos de historia, literatura, arte y piedad. Mucho será inventado y algo, quizás muy poco, verídico. Incluso el pasaje evangélico en que su madre pretende recomendar el ascenso de los “Boanerges” –los hijos del trueno– más parece una catequesis posterior mediante la cual se quiere inducir al servicio y no a ambicionar los puestos de honor, que utiliza a Juan y Santiago, Salomé incluida, como meros figurantes.
En todo caso, de ser real la situación, Santiago aprendió la lección con nota alta, si tenemos en cuenta su Carta y el testimonio que de él dan Hechos de los Apóstoles. Y esto es lo que me importa, no el resto. Claro que a tanta distancia cronológica resulta complicado dilucidar lo que es tradición, pura fantasía y piadosa reconstrucción. Aprendí en el colegio a ver como normal que Santiago dirigiera las huestes cristianas contra el bando enemigo, apareciera como peregrino para auxiliar a los que cumplían sus votos caminando hacia Compostela, incluso trazara sobre el firmamento una senda de estrellas por si alguien no atinaba a encontrar Finisterrae.
Lo que está fuera de duda es que el día 25 de julio es jornada laboral, que no entiende de otra cosa que no sea trabajo, trabajo y trabajo. Así que Santiago ha pasado de ser fiesta mayor a nada según el calendario. Quienes han aprovechado para señalarse como ausentes en protocolos y ceremonias, podrían también solicitar que lo religioso igualmente desapareciese del nomenclátor, y edificios, calles, pueblos y ciudades se denominaran según su posición respecto de la rosa de los vientos o por simple numeración. Así la planicie terminaría por arruinarnos a todos.
¿Cómo le sentaría al apóstol, si realmente pretendió puestos de postín, ser ninguneado de esta guisa? A él creo que ni le va ni le viene, simplemente pasa de estas y de otras cosas. De hecho ya lo hizo y queda constancia de ello. Pero si él tenía muy altas miras, yo carezco de ellas; y me importa mucho que se vacile con lo que, por supuesto que es asunto religioso, es mucho más amplio: historia, cultura, tradición, en suma, nuestras raíces como pueblo.
Aligero, pues, mi malestar transcribiendo de manera libérrima un pasaje evangélico en el que Santiago parece no salir muy bien parado. Y ya he dicho antes que supo sacarle partido.

Santiago y San Juan Apóstoles, hijos de Zebedeo. Maestro de la Ventosilla. Museo de las Peregrinaciones. Santiago de Compostela


A LA DERECHA Y A LA IZQUIERDA


Cuando salimos de Cafarnaum, camino de Jerusalén, el sol ya calentaba. Íbamos los doce del grupo con María, la madre de Jesús, su vecina Susana, mi madre Salomé, y María, la de Magdala.(1) Jesús abría la marcha. Caminaba de prisa. La primavera, con sus colores, vestía los campos de Galilea. Cuando ya era oscuro, llegamos a Jenín y decidimos hacer noche en uno de los campos que rodean la pequeña ciudad, en la frontera entre Samaria y Galilea.

Salomé - Con estos huesos de pollo que me traje, hago yo una sopa que se van a chupar los dedos. ¿Qué les parece?
Susana - Buena idea, Salomé. La noche va a ser fría. Y si les calentamos la tripa a estos sinvergüenzas dormirán mejor. Eh, tú, muchacha, ve y trae un puñado de tomillo. Eso le da sabor a la sopa.

La Magdalena fue a buscar el tomillo mientras Susana, Salomé y María, junto al fuego, preparaban la cena de aquella primera noche de viaje.

Salomé - Lo que es esa Magdalena… se gasta unos andares y unas miradas…
Susana - Y tanto, Salomé. Dice Jesús que ha cambiado mucho, pero también mi abuela decía que genio y figura hasta la sepultura.
Magdalena - Aquí está el tomillo…
Salomé - Trae, trae acá. Pero, ¿qué hierbas son éstas, muchacha? Esto no es tomillo.
Magdalena - Que sí, doña Salomé. Huélalas. Es tomillo.
Salomé - Bueno, échalas ahí en el caldero. Lo que no mata, engorda.
María - Vamos a sacar un poco de queso también, ¿no?
Salomé - No, María, con la sopa y esas aceitunas ya tienen bastante.
Magdalena - ¡Pues dice Pedro que tiene un hambre!
Salomé - Ese siempre la tiene. No se llena con nada. Parece un saco sin fondo.
Magdalena - ¡Y así está de fuerte el tipo! Por algo Jesús lo tiene de brazo derecho…
Salomé - Brazo derecho, ¿de qué?
Magdalena - Bueno, después de Jesús, Pedro.
Salomé - Pero, ¿de dónde te sacas tú eso, Magdalena, a ver?
Magdalena - ¿Que de dónde me lo saco? ¡Si eso lo sabe todo el mundo! ¿No lo sabía usted, doña María, eh, usted que es la madre de Jesús, él no se lo ha dicho?
María - No, yo no sabía nada, pero…
Salomé - ¡Eres una enredadora, Magdalena, una lengua larga!
Magdalena - ¿Yo? ¿Ah, con que soy yo la enredadora? Doña María, ¿no es cierto que Jesús con quien tiene más confianza es con el tirapiedras?
María - No sé, yo creo que con todos, Magdalena. Yo no me he fijado mucho en eso, la verdad.
Magdalena - Pues fíjese, a ver si yo soy la enredadora o esta Salomé es la desconfiada, ¡qué caramba! Que yo oí decir por ahí y fue a sus mismos hijos, sí, sí, a Santiago y a Juan, esas buenas piezas, que si a Jesús le pasaba alguna desgracia, que Dios no lo quiera, al que le tocaba agarrar el timón del barco era a Pedro.
Susana - ¡Ay, muchacha, no hables ahora de desgracias!
Magdalena - Bueno, pues me callo, pero la verdad es que estamos metidos en un lío gordo con este viaje a Jerusalén. Sí, Jesús ahora saca la cara por todos, pero si a él le pasa algo, al que le toca sacarla es a Pedro.
Salomé - ¡Dale con lo mismo! ¿Pero, por qué Pedro, a ver, por qué?
Magdalena - Mire, señora, Jesús tiene buen ojo y, entre todos estos bandidos ha sabido escoger al que es un tantico así más decente, caramba. Ese Pedro tiene sus cosas, sí, pero también tiene palabra. No es como «otros».
Salomé - ¿Por quién dices «eso»?
Magdalena - Por… «nadie».
María - Bueno, dejen ya de provocarse. Anda, muchacha, ve a decirle a los hombres que vengan, que la sopa está hirviendo.
Magdalena - ¡Eh, Jesús! ¡Eh, todos, vengan a comer! ¡Vengan ya!
Salomé - Pero, ¿has visto tú, María, y tú, Susana, cómo esa tipa defiende a Pedro? ¡Descarada! Ramera había de ser… ¡Se le sale por los poros la desvergüenza!
María - Olvide eso, Salomé. Yo creo que no lo ha dicho por malo.
Salomé - No me la defiendas, María. Esa no pierde ocasión de tirarle zancadillas a mis hijos. ¡Buena zorra! ¡Con todo lo que les ha ido detrás!
Susana - Sería para cobrarles…
María - Cállate, Susana, no enredes más la cosa.
Salomé - Yo no sé, María, pero con esta mujer entre tanto hombre…

Por fin, después de idas y venidas, todos nos reunimos alrededor del caldero de sopa.

Felipe - ¡Esta sopa merece un aplauso, sí señor!
Natanael - ¡Está tan buena que hasta se me ha olvidado el dolor de los callos!
Pedro - Pues yo le encuentro un saborcito un poco raro…
Juan - Ideas tuyas, Pedro.
Santiago - ¡Ahora lo que falta es vino!
María - Mañana lo compraremos en Siquem. Allí lo hay bueno.
Santiago - Puah! El vino samaritano sabe a purgante de ricino.
Felipe - Ya salió Santiago con sus manías. Ea, dejemos a los  samaritanos y vamos a echar los dados, compañeros. ¿Juegas, Jesús?
Jesús - Cuando acabe de chuparme este hueso, Felipe. Empiecen ustedes.

Jesús se quedó sentado cerca de las brasas, mientras las mujeres recogían las sobras y guardaban los pedazos de pan para el día siguiente. Nosotros nos alejamos un poco, hasta donde la luna, con su media rueda de luz blanca, nos iluminaba lo suficiente para que nadie hiciera trampas con los dados.

Jesús - ¿Qué, mamá, muy cansada?
María - No, qué va, hijo. Hacía tiempo que no caminaba tantas millas de un tirón y, ya ves, he aguantado.
Susana - ¿Sabes una cosa, Jesús? Que tu madre tiene años, pero todavía conserva piernas de jovencita. En cambio, ésta que está aquí, ya se cae de sueño…

En la rueda de los hombres, el juego de dados seguía calentándose…

Felipe - Ocho! ¡Esta vuelta la gano yo! ¡Yujuy! ¡Estoy de suerte, camaradas!
Santiago - ¡Al diablo contigo, Felipe! Ea, Pedro, abre tú, que te toca.
Pedro - No, mejor que abra otro. Yo… yo voy a tener que irme…
Santiago - Pero, ¿qué te pasa, hombre?
Pedro - Tantas horas sin comer nada y, ¡zas!, de repente esa sopa que tenía un saborcito tan raro…
Felipe - Pero si estaba muy buena. A mí me calentó las tripas.
Pedro - Pues a mí me las ha revuelto. Uff… Es como una tormenta en el lago de Tiberíades. Miren, mejor voy a resolver este asunto por ahí porque si no…
Juan - ¡Vete lejos, tirapiedras, por tu abuela!
Felipe - ¡Y vuelve pronto!

Pedro se alejó hacia un pequeño olivar y se perdió entre los árboles…

Salomé - Mira ésas tres… Ya están roncando.
Jesús - Sí, Salomé, se les quedó la palabra colgada de la boca.
Salomé - Oye, Jesús, ahora que estamos solos, yo quería decirte algo.
Jesús - Pues dígalo, Salomé.
Salomé - Ven, vamos allá para no despertar a estas dormilonas. Ven.

Mi madre y Jesús fueron hacia el pequeño olivar y se sentaron junto a un árbol.

Salomé - Se trata de esa magdalenita, Jesús. ¡Caramba con la «niña»!
Jesús - ¿Qué pasó? ¿Han estado discutiendo?
Salomé - A mí no me gusta hablar, moreno, pero esa mujer y Pedro… No es que yo quiera ser mal pensada, pero, o Pedro la engatusa a ella, o ella está engatusando a Pedro. Aquí no hay trigo limpio.
Jesús - Pero, no me diga una cosa así, doña Salomé.
Salomé - ¡Ay, si Rufina hubiera venido! Sí, sí, el asunto es con Pedro. Para Magdalena, Pedro lo tiene todo. Que si fuerte, que si el más valiente de todos, que si es el mejor… Se le nota demasiado, Jesús. No lo sabe esconder. ¡Y cómo va a saber! Tantos años en el oficio… Bueno, no es que yo quiera perjudicarla, pero esa mujer es peligrosa.
Jesús - ¿Usted cree, doña Salomé?
Salomé - Y lo peor no es eso. Ahora anda regando que tú dijiste que el tirapiedras es tu brazo derecho. Y que, después de ti, Pedro. Pero yo digo que eso no puede ser. Yo no puedo creerlo. Tú y todos conocemos a Pedro: mucho ruido y pocas nueces. Un alocado, eso es. ¡Dice ella que valiente! ¡A ése con un estornudo lo espantan! En fin, ¿para qué hablar?
Jesús - No, no, siga hablando.
Salomé - Mira, Jesús, dicen que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Y yo tengo ya canas, moreno. ¿Quieres un consejo?
Jesús - A ver, doña Salomé, venga ese consejo.
Salomé - Con un brazo derecho como Pedro… ¡mejor es estar manco! Jesús, tú necesitas un brazo derecho y un brazo izquierdo. Dos buenos brazos dispuestos, firmes, que te ayuden y te defiendan.
Jesús - ¿En quién está pensando usted?
Salomé - En mis hijos. Y no porque lo sean, sino porque lo valen. Santiago y Juan son capaces de dar hasta la última gota de sangre por ti, si hace falta. Jesús, hazme caso: quítate de encima a ese baboso de Pedro y apóyate en mis hijos. Uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Pedro - ¡Así te quería agarrar, vieja traidora! ¡Maldita sea con esta Salomé! ¡Aquí todos, aquííí!

Los gritos estentóreos de Pedro estremecieron el olivar y nos pusieron a todos en pie, a los que jugábamos a los dados y a las tres mujeres, que ya dormían. Todos echamos a correr hacia donde Pedro, desgañitándose, nos llamaba.

Jesús - Pero, Pedro, ¿de dónde sales tú? ¿Dónde estabas metido?(2)
Pedro - Allá, detrás de aquel árbol. ¡Y lo he oído todo!
Salomé - ¿Y se puede saber qué estabas haciendo tú ahí, condenado?
Pedro - Algo más digno que lo que ha estado haciendo usted, para que se entere. ¡Aquí todos! ¡Corran y arránquenle la lengua a esta bruja!
Santiago - Pero, ¿qué es lo que pasa, caramba? A qué viene esta gritería, Pedro?
Pedro - ¿Que qué pasa? ¡Que tu señora madre es una marrullera y una conspiradora! ¿Sabes lo que dijo? Que la Magdalena y yo tenemos «algo».
Magdalena - ¿Cómo? ¿A mí me metieron en el lío? Demonios, pero, ¿qué hice yo? A ver, ¿qué hice yo para que usted me tire esa zancadilla, Salomé?
Santiago - ¡Cállate tú ahora, María, y no enredes más la cuerda!
Pedro - La cuerda la enredó tu señora madre, ¿me oyes? Y fuiste tú, pelirrojo, y tú, Juan, mosquita muerta, ustedes dos, ¡par de sinvergüenzas!

Nos dio mucho trabajo bajarle los humos a Pedro y que nos explicara lo que había oído entre aquellos árboles. Mientras hablaba, mi madre, Salomé, no levantó los ojos del suelo.

Felipe - ¿Anjá? ¿Con que todo eso dijo Salomé?
Pedro - Sí, señor. Esta vieja merece que la ahorquen.
Santiago - Espérate, Pedro, si tú te rascas tanto, es que mucho te ha picado.
Pedro - ¿Qué estás insinuando ahora?
Santiago - Tú eres el que estás insinuando cosas muy raras. A ver, ¿quién diablos dijo que tú eras el brazo derecho de nadie?
Pedro - ¡Lo dijo Jesús cuando viajamos al norte! ¿Ya no te acuerdas?
Juan - ¡Eso no lo dijo el moreno! ¡Eso es lo que tú quisieras, narizón! ¡Pero no lo dijo!
Pedro - ¿Lo ven ustedes? ¡Son igualitos que su madre! ¡Conspiradores los dos! ¡Ustedes la mandaron para que hablara mal de mí!
Santiago - ¡Como vuelvas a mentar a mi madre, Pedro, te quedas sin barba!
Pedro - ¡Atrévete, Santiago, que esta noche no me acuesto sin estrangularte!
Magdalena - Bueno, bueno, todo esto empezó por mi culpa, ¿no? ¡Pues me largo! Ahora mismo doy media vuelta y…  ¡a Cafarnaum!
Jesús - No, María, tú no te vas a ninguna parte.
Pedro - Aquí la única que se tiene que ir es esta vieja chismosa. ¡Y sus dos hijitos!
Jesús - Aquí no se va nadie, Pedro. Ni Salomé, ni María, ni ustedes dos, ni nadie. ¡Ya está bien, caramba! Es la primera noche que estamos juntos y ya nos estamos picando como los gallos. Vamos a Jerusalén y allí las cosas se nos van a poner difíciles. Tenemos que estar unidos. Si llega el momento del mal trago, todos tendremos que beber la misma copa. Todos. Entre nosotros hay que acabar con eso de brazos derechos y brazos izquierdos. Aquí nadie es más que nadie. Todos estamos montados en la misma barca y todos tenemos que remar para salir adelante. ¡O salimos a flote todos o nos hundimos todos!
Juan - ¡Y saldremos a flote, moreno! Es verdad, compañeros, Jesús tiene razón. Y ahora… ¡ahora vámonos a otra parte, que el perfume que hay aquí no hay quien lo aguante!

Aquella noche nos costó dormirnos a todos. Pedro rezongó hasta muy tarde. Y mi madre, Salomé, dio vueltas y vueltas antes de quedar rendida. Estábamos muy cansados. A la mañana siguiente, teníamos que madrugar para continuar nuestro viaje a Jerusalén.



Mateo 20,20-28; Marcos 10,35-45.


1. Los evangelios dejan constancia de que varias mujeres formaban parte del grupo de Jesús y le seguían cuando iba de pueblo en pueblo anunciando el Reino de Dios (Marcos 15, 40-41; Lucas 8, 1-3). En una sociedad masculina y machista como era Israel en tiempos de Jesús fue totalmente novedoso, y hasta chocante, que Salomé, Susana, María Magdalena -y otras mujeres más que seguramente irían con ellos- acompañaran a los discípulos varones del grupo de Jesús. Las palabras y las actitudes de Jesús respecto a las mujeres chocaron profundamente con las costumbres de su época. La Iglesia cristiana, para ser fiel a Jesús, debe ser un espacio de verdadera igualdad entre varones y mujeres, donde nadie se sienta discriminado por su sexo a la hora de realizar las tareas de servicio a la comunidad.
En el grupo de Jesús, como en cualquier grupo humano, no todo sería una balsa de aceite. Habría ambiciones, rencillas, sospechas, desconfianzas, mentiras. No siempre dramáticas. Basta con que fueran conflictos cotidianos, para que la convivencia sufriera altibajos. Así sucede en toda relación humana colectiva. Concretamente, la presencia de la Magdalena tuvo que ocasionar muchos choques, por todo lo que representaba su oficio para el resto del grupo. Jesús no eludió estos conflictos. Al reunir a gente tan diversa, incluso los propició. Estas crisis al interior de la comunidad pueden a veces ser muy saludables, pues hacen aflorar las contradicciones y permiten avanzar al grupo en el conocimiento, tanto de sus posibilidades como de sus limitaciones.
Jesús no pretende que estos conflictos desaparezcan. En lo que sí se muestra exigente es en que nadie quiera elevarse por encima de nadie. En la comunidad no debe haber ningún privilegio, ninguna opresión de unos sobre los otros, ninguna diferencia basada en mayor inteligencia, más habilidad o cualquier otra razón. Frente al modelo «señor-esclavo» que los poderes del mundo tratan de mantener –tanto en tiempos de Jesús como en nuestros días–, el evangelio se presenta como una alternativa. Se trata de crear una comunidad donde este esquema de dependencia sea sustituido de raíz. Comunidades en que todos los que las integran vivan como iguales, donde la única autoridad sea la de Dios, donde sólo se rivalice en cuanto a servir mejor a los demás. Las comunidades cristianas deben ser la conciencia crítica de nuestras sociedades, basadas en el poder, los privilegios y las desigualdades.
En este episodio, más que plantear el problema surgido por las envidias de Salomé como un complot «para tomar el poder» o como una trascendental intriga política, se intenta enfocar la escena desde un punto de vista mucho más cotidiano. El típico prejuicio moral, la pequeña ambición maternal de ver progresar a los hijos, la envidia que no se puede disimular, son la causa del conflicto.

2. La escena de humor protagonizada por Pedro detrás del árbol está inspirada en un texto del Antiguo Testamento, en el que David vive una situación similar cuando es perseguido por Saúl (1 Samuel 24, 1-8). La Biblia está llena de escenas picarescas que caracterizan la vida diaria y que no son, por cierto, insípidas ni incoloras ni inodoras…

Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 2, págs. 726-733]