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Retrato de Francisco de Quevedo realizado por Juan van der Hamen
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Epístola de Quevedo al Conde-Duque de
Olivares
Epístola satírica y censoria contra las costumbres
presentes de los castellanos, escrita a Don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de
Olivares, en su valimiento
No he de callar por más que con el
dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu
valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se
dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se
siente?
Hoy, sin miedo que, libre,
escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.
En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad
desnuda,
y romper el silencio el bien
hablado.
Pues sepa quien lo niega, y quien
lo duda,
que es lengua la verdad de Dios
severo,
y la lengua de Dios nunca fue muda.
Son la verdad y Dios, Dios
verdadero,
ni eternidad divina los separa,
ni de los dos alguno fue primero.
Si Dios a la verdad se adelantara,
siendo verdad, implicación hubiera
en ser, y en que verdad de ser
dejara.
La justicia de Dios es verdadera,
y la misericordia, y todo cuanto
es Dios, todo ha de ser verdad
entera.
Señor Excelentísimo, mi llanto
ya no consiente márgenes ni
orillas:
inundación será la de mi canto.
Ya sumergirse miro mis mejillas,
la vista por dos urnas derramada
sobre las aras de las dos
Castillas.
Yace aquella virtud desaliñada,
que fue, si rica menos, más
temida,
en vanidad y en sueño sepultada.
Y aquella libertad esclarecida,
que en donde supo hallar honrada
muerte,
nunca quiso tener más larga vida.
Y pródiga de l′alma, nación
fuerte,
contaba, por afrentas de los años,
envejecer en brazos de la suerte.
Del tiempo el ocio torpe, y los
engaños
del paso de las horas y del día,
reputaban los nuestros por
extraños.
Nadie contaba cuánta edad vivía,
sino de qué manera: ni aun un′hora
lograba sin afán su valentía.
La robusta virtud era señora,
y sola dominaba al pueblo rudo;
edad, si mal hablada, vencedora.
El temor de la mano daba escudo
al corazón, que, en ella confiado,
todas las armas despreció desnudo.
Multiplicó en escuadras un soldado
su honor precioso, su ánimo
valiente,
de sola honesta obligación armado.
Y debajo del cielo, aquella gente,
si no a más descansado, a más
honroso
sueño entregó los ojos, no la
mente.
Hilaba la mujer para su esposo
la mortaja, primero que el
vestido;
menos le vio galán que peligroso.
Acompañaba el lado del marido
más veces en la hueste que en la
cama;
sano le aventuró, vengóle herido.
Todas matronas, y ninguna dama:
que nombres del halago cortesano
no admitió lo severo de su fama.
Derramado y sonoro el Océano
era divorcio de las rubias minas
que usurparon la paz del pecho
humano.
Ni los trujo costumbres peregrinas
el áspero dinero, ni el Oriente
compró la honestidad con piedras
finas.
Joya fue la virtud pura y
ardiente;
gala el merecimiento y alabanza;
sólo se cudiciaba lo decente.
No de la pluma dependió la lanza,
ni el cántabro con cajas y
tinteros
hizo el campo heredad, sino
matanza.
Y España, con legítimos dineros,
no mendigando el crédito a
Liguria,
más quiso los turbantes que los
ceros.
Menos fuera la pérdida y la
injuria,
si se volvieran Muzas los
asientos;
que esta usura es peor que aquella
furia.
Caducaban las aves en los vientos,
y expiraba decrépito el venado:
grande vejez duró en los
elementos.
Que el vientre entonces bien
disciplinado
buscó satisfacción, y no hartura,
y estaba la garganta sin pecado.
Del mayor infanzón de aquella pura
república de grandes hombres, era
una vaca sustento y armadura.
No había venido al gusto lisonjera
la pimienta arrugada, ni del clavo
la adulación fragrante forastera.
Carnero y vaca fue principio y
cabo,
y con rojos pimientos, y ajos
duros,
tan bien como el señor, comió el
esclavo.
Bebió la sed los arroyuelos puros;
después mostraron del carchesio a
Baco
el camino los brindis mal seguros.
El rostro macilento, el cuerpo
flaco
eran recuerdo del trabajo honroso,
y honra y provecho andaban en un
saco.
Pudo sin miedo un español velloso
llamar a los tudescos bacchanales,
y al holandés, hereje y alevoso.
Pudo acusar los celos desiguales
a la Italia; pero hoy, de muchos
modos,
somos copias, si son originales.
Las descendencias gastan muchos
godos,
todos blasonan, nadie los imita:
y no son sucesores, sino apodos.
Vino el betún precioso que vomita
la ballena, o la espuma de las
olas,
que el vicio, no el olor, nos
acredita.
Y quedaron las huestes españolas
bien perfumadas, pero mal regidas,
y alhajas las que fueron pieles
solas.
Estaban las hazañas mal vestidas,
y aún no se hartaba de buriel y
lana
la vanidad de fembras presumidas.
A la seda pomposa siciliana,
que manchó ardiente múrice, el
romano
y el oro hicieron áspera y tirana.
Nunca al duro español supo el
gusano
persuadir que vistiese su mortaja,
intercediendo el Can por el
verano.
Hoy desprecia el honor al que
trabaja,
y entonces fue el trabajo
ejecutoria,
y el vicio gradüó la gente baja.
Pretende el alentado joven gloria
por dejar la vacada sin marido,
y de Ceres ofende la memoria.
Un animal a la labor nacido,
y símbolo celoso a los mortales,
que a Jove fue disfraz, y fue vestido;
que un tiempo endureció manos
reales,
y detrás de él los cónsules
gimieron,
y rumia luz en campos celestiales,
¿por cuál enemistad se
persuadieron
a que su apocamiento fuese hazaña,
y a las mieses tan grande ofensa
hicieron?
¡Qué cosa es ver un infanzón de
España
abreviado en la silla a la jineta,
y gastar un caballo en una caña!
Que la niñez al gallo le acometa
con semejante munición apruebo;
mas no la edad madura y la
perfeta.
Ejercite sus fuerzas el mancebo
en frentes de escuadrones; no en
la frente
del útil bruto l′asta del acebo.
El trompeta le llame diligente,
dando fuerza de ley el viento
vano,
y al son esté el ejército
obediente.
¡Con cuánta majestad llena la mano
la pica, y el mosquete carga el
hombro,
del que se atreve a ser buen castellano!
Con asco, entre las otras gentes,
nombro
al que de su persona, sin decoro,
más quiere nota dar, que dar
asombro.
Jineta y cañas son contagio moro;
restitúyanse justas y torneos,
y hagan paces las capas con el
toro.
Pasadnos vos de juegos a trofeos,
que sólo grande rey y buen privado
pueden ejecutar estos deseos.
Vos, que hacéis repetir siglo
pasado,
con desembarazarnos las personas
y sacar a los miembros de cuidado;
vos distes libertad con las
valonas,
para que sean corteses las
cabezas,
desnudando el enfado a las
coronas.
Y pues vos enmendastes las
cortezas,
dad a la mejor parte medicina:
vuélvanse los tablados fortalezas.
Que la cortés estrella, que os
inclina
a privar sin intento y sin
venganza,
milagro que a la invidia desatina,
tiene por sola bienaventuranza
el reconocimiento temeroso,
no presumida y ciega confianza.
Y si os dio el ascendiente
generoso
escudos, de armas y blasones
llenos,
y por timbre el martirio glorïoso,
mejores sean por vos los que eran
buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
os muestre, a su pesar, campos
serenos.
Lograd, señor, edad tan venturosa;
y cuando nuestras fuerzas examina
persecución unida y belicosa,
la militar valiente disciplina
tenga más platicantes que la
plaza:
descansen tela falsa y tela fina.
Suceda a la marlota la coraza,
y si el Corpus con danzas no los
pide,
velillos y oropel no hagan baza.
El que en treinta lacayos los
divide,
hace suerte en el toro, y con un
dedo
la hace en él la vara que los
mide.
Mandadlo así, que aseguraros puedo
que habéis de restaurar más que
Pelayo;
pues valdrá por ejércitos el
miedo,
y os verá el cielo administrar su
rayo.
Fdo.: Francisco de Quevedo-Villegas
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No sé qué diría don
Francisco de Quevedo en esta hora que nos toca, él que también medró en alta
política y que en lo que pudo no dejó títere con cabeza. Tampoco me importa,
porque qué falta hace que él diga algo sobre lo que está a la vista y todos
sabemos o suponemos.
Hace tiempo que quería
tener este escrito en mi blog, y hoy es un momento tan bueno como cualquier
otro para situarlo. Así tendré ocasión para no poner excusa de que no sé dónde
pueda encontrarlo, ahora no tengo tiempo, es demasiado largo, es costoso de
leer, aquella época no es la nuestra, ya no hay condes ni duques ni validos, qué
importa ahora cómo fueran aquellos castellanos… En fin, que, teniéndolo en
casa, si no lo leo todo entero caiga sobre mi cabeza la ignominia y el oprobio,
y determine por callarme, porque al fin y a la postre, tendré lo que me
merezco.