El aviso, más que inesperado, fue excesivo y supérfluo; y me llenó de zozobra.
Íbamos como todas las mañanas paseando a nuestros
amiguitos perros para que se aliviaran; y, entre que si Luna se atascó, Tano se
precipitó y la enorme y pesada perrunidad de Gumi se interpuso, el metro de
seguridad se nos redujo a la mitad al tiempo que pasaba la “lechera” de la poli. La
orden llegó de inmediato.
Una voz metalizada por la megafonía en medio de la
calle desierta a tan intempestiva hora suena de manera atemorizante. Sólo
faltaba una valla…
El paseo ha durado lo imprescindible para que los
animalitos hicieran lo que tenían que hacer. Y fueron diligentes, porque
el aguanieve les apremiaba a terminar la faena.
Ya en casa he tratado de reconducir mis sensaciones,
pero antes he tenido que pasar por el regocijante proceso de secado de Luna,
Tano y Gumi, que toman este gesto como un juego de sobeteos y caricias. Su gruñidos
y resoplidos han sido bálsamo para mi angustia de encarcelado en casa en este
primer día de reclusión domiciliaria.
No he logrado serenarme del todo, y me dispongo para otra jornada tras las rejas, aislado, conectado, esperanzado….
Claro que siempre podré salir a la puerta y contemplar
cómo nieva sobre el cedro.
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