Hoy no ha sido un día cualquiera



Dado el día que estamos celebrando los cristianos del mundo entero, la Santa Trinidad, y a la vista del panorama político social que exhibe nuestro país, no cabe otra que mantener esta pancarta bien alta junto al altar y en medio de la calle.
¿No te quedas un poco corto, miguel? Me requirieron desde la bancada. En lugar de responder, devolví otra pregunta: ¿Qué propones?
No me alegré por el silencio, aunque comprendí.
Hace cincuenta años se buscó el futuro debajo de los adoquines de las calle de París, y sólo encontraron arena de playa. Aquello fue mar en tiempos muy antiguos. Y ya que se habían molestado en levantarlos, pensaron que arrojarlos como proyectiles podría ser el comienzo de un nuevo principio.
Ya sabemos cómo acabó aquello. Los líderes del movimiento se posicionaron en los organismos, y el resto seguimos penando. Algún despistado pintó en paredes frases a cual más surrealista, alguna ingeniosa, otras deplorables. De éstas recuerdo aquella que decía “Anarquía: cada noche, una tía”. La a mayúscula encerrada en un círculo se convirtió en un símbolo de lo que nunca debería, no ya hacerse, pensarse.
Utopía, con o sin artículo, creo que es una de esas palabras que nadie debería utilizar sin antes lavarse las manos y la boca, y hasta si se me apura, el corazón. Porque esas cuatro sílabas no son de nadie en particular, son propiedad de toda la humanidad; la de ahora, la de antes y la del futuro.
Y no hay libertad de expresión que valga que permita pervertir la sacralidad de determinados vocablos.
Si no nos está permitido, ni está a nuestro alcance, ser héroes, al menos que nos dejen ser buenas personas. No moriremos en el intento, pero tampoco tendremos que echarnos en cara no haber hecho más.

Avanzando en fidelidad


En cuanto el cielo avisó, corrí tijera en mano a hacer acopio de flores naturales, sí, sin aderezos ni fertilizantes, sin cuidados e incluso sin miradas curiosas. Nadie se percató de mí y de mi afán por apremiarme antes de que la tormenta descargase. Cuando empezó a zumbar la lluvia ya estaban a buen recaudo y colocadas. Hoy lucirán, que es Pentecostés, la fiesta de la pluralidad, la diversidad, la inclusión, la discreción, la sobriedad y hasta de la humildad.
Reniego del adoctrinamiento que he recibido acerca del barroquismo de esta solemnidad. Tal vez no fue premeditado ni pretendido, pero esa catequesis funcionó en mí de esa manera, y me ha costado superarla con los años. Ahora, soy libre para expresarme libremente, los (muchos) años acumulados precisamente me lo permiten.
Corren vientos nuevos, he escuchado estos días por doquier. Hay quien se disgusta por ello, y quien se congratula. Percibo, no obstante, que a la mayoría ni le va ni le viene. Como si se hubiera alcanzado ya una etapa en la que cualquier cosa, no sólo es posible, sino realizable. Lejos de haberse producido una especie de “proletarización” del personal, es más bien lo contrario, “aristocracismo” puro y duro.
Has rejuvenecido, chaval, me dijeron antes de ayer, al verme con el pelo a cepillo, casi al cero (se pasó la peluquera unos cuantos pueblos). Te veo viejo, miguelangel, acabo de escuchar esta mañana. Y ¡qué razón tienen ambas opiniones!
Siempre jóvenes las amapolas que recogí del solar vecino, lucen airosas sobre unas cajas de vino de marca, ribera exactamente (desaparecida con la lija para no hacer publicidad gratuita), en un lugar de honor delante de la Virgen y de su Hijo, para recordarme a mí y de paso a todo el resto, que, si hay que subir, mejor que los peldaños no sean de especulación o vil metal, y que si hay que significar, mucho más lo hará lo que no tiene trampa ni cartón, lo evidente, lo que no requiere rocambolesca explicación ni sesuda disertación.
La fiesta del Espíritu Santo es motivo de alegría, pero también de esperanza, las cosas tienen arreglo por muy mal que estén. Ahí está Francisco poniendo orden en la iglesia de Chile y una actriz afroamericana amansando a la fiera realeza británica. Aquí en casa no lo tengo tan claro, pero es que los iberos de la antigua Hispania somos de comer aparte, por eso tienen que echarnos el pienso de otra manera.
Salvo que salgamos cada quien a buscarnos el condumio como dios no dé a entender, como he hecho yo con las amapolas.



Primeras Comuniones



Cada año inventaba algo. Un gesto, una construcción, una pequeña escena, unas palabras…, con explicación si era necesario, sin ella si no lo necesitaba. Me decía que igual que no somos todos iguales, tampoco lo es cada grupo, y por lo tanto había que darles la oportunidad de expresarse.
Una y otra vez me esforzaba. Así fueron saliendo cosas, qué sé yo, soltar una paloma en medio de la celebración, construir un edificio con cajas de cartón en el presbiterio, accionar ante el respetable una máquina futurista que transformaba los problemas en cosas resueltas, ir presentando herramientas de trabajo o útiles de cocina… Creo que lo primero de todo fueron ladrillos de diversos tamaños y texturas con palabras pintadas, y que de allí fue surgiendo lo demás, pero la memoria ya no me alcanza.
Pasado el tiempo, una catequista propuso que el grupo cantara solo, algo que ya había intentado Alicia mucho tiempo atrás sin lograr gran cosa. Pero esta vez sí, tal vez por la canción que sugirió, que había escuchado en algún lugar. Aceptada la idea, vino lo de aprender la letra y la melodía, todo en plan artesanal porque no había partitura ni grabación ni texto de fiar; todo era de oídas.
Salió bien la primera vez, gustó, y repetimos. Y volvió a salir bien, y volvimos a repetir. Así ya no sé durante cuántos años. Hasta ahora.
Este año no hemos ensayado lo suficiente porque los puentes de fin de semana se han multiplicado y hemos dedicado los días disponibles a los asuntos más importantes. En vista de lo cual, con la canción cogida con alfileres pretendí salvar la situación ayudándonos con música de fondo; pero ¡dónde encontrarla!, ¡quién tendría una grabación o una partitura! Ni corto ni perezoso la grabé con mi voz. Era un auténtico estropicio y no me atreví a mostrarla. La deseché. Empecé a buscar, y di en internet con la canción original. Se trata de un disco pequeño de acetato, de los de 45 rpm, publicado en la editorial San Pablo en los años finales setenta, por el grupo infantil Canta con nosotros, y la canción “Deseos de un niño” entre diez que componen el conjunto.
Me faltó tiempo para descargarme todo lo que pude, y así a toda prisa hilvané música que sirviera de guía en una especie de karaoke.
Lo probamos con el primer turno, y no me gustó. Tampoco al resto de catequistas. Con el segundo volvimos a nuestro estilo, y gustó más. Con el tercero casi nos sacan a hombros. Así que con los tres que faltan ya tenemos claro cómo hay que hacerlo: como siempre.
Pero ha sido interesante la experiencia, porque nos ha servido para comprobar que, aunque son útiles las nuevas tecnologías, las clásicas siguen funcionando.
Total que con los restos hemos generado una herramienta que resultará práctica en los ensayos y además, que es lo más importante, tenemos una base fiable de la canción original, que ya se encontraba algo deteriorada a base de transmitirla de memoria y sólo de oreja.
Se trata de que el grupo que acaba de hacer su primera comunión, y cuando todo está en silencio porque el momento lo requiere, se exprese cantando. No se pretende una actuación en y para el público asistente, sino de que las niñas y los niños que forman el grupo eleven una plegaria que además pueda ayudar a quienes les acompañamos. Durante los ensayos hay que animarles porque se avergüenzan y repetir, y repetir, y repetir… hasta la saciedad. Pero llegado el momento, la vergüenza desapareció, la memoria funcionó perfectamente y sus voces dejaron de ser un murmullo para convertirse en un coro de pajaritos.
¿Qué decir de la canción? Poca cosa. La usamos y parece que gusta. Está adaptada a quienes la cantan y ojalá también sirva a quienes la escuchan. En el fondo y en la forma una Eucaristía de primera comunión ha de tratar de mantener la fidelidad al hacer habitual de la Iglesia, y al mismo tiempo ofrecer sentido a quienes se acercan a ella por las circunstancias, que son las que son, y ya están de vuelta o aún no han empezado. Así, pues, es hacer equilibrios sobre una alambre, y debajo no hay red que valga. Hay quien sale diciendo que qué larga y quien opina que ha durado lo justo; quien se entusiasma con la libertad litúrgica en que va expresada, y quien se disgusta por ello; y hay también quien ni siente ni padece, porque o se ha quedaba fuera o ha estado dentro obligado.
En fin, mamá, esto es lo que tengo que contarte, nada del otro mundo, en este día en que emocionado te recuerdo. Un beso para papá, que para ti ya sabes que uno solo me sabe a poco.