Gracias, me hacía falta vuestro gesto




Acabo de leer que tres alpinistas, por cierto españoles, han rescatado a otro alpinista, italiano pero a quién le importa, que se había quedado clavado en un campo alto y que había sido abandonado por su cordada. Como dice la canción, ya nada me espanta. Y como dice el libro de la Sabiduría, lo que pasó volverá a pasar, lo que ha de suceder ya ocurrió.
Me gusta la montaña por vivir, aunque ahora esté privado de esa felicidad. Allá arriba no se puede ser inhumano. Primero porque la humanidad se lleva allá donde vayas; y segundo porque hoy puedes ayudar, y mañana vas a necesitar ayuda. Ir p’arriba desprovisto de sentimientos no te lo hacen más fácil ni la mochila pesa menos.
Gracias a vosotros, Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza, porque vuestro ejemplo, que ha salido en primera plana, llama la atención por ¿inusual?, y es indicativo de que nuestra raza a pesar de todo lo que sucede puede tener futuro.

[Escrito precipitadamente en el día de San Joaquín y Santa Ana, patronos de todos los abuelos.]

Al señor Santiago no hay quien le truene



Relieve románico, situado en una portada del crucero de la catedral de Santiago de Compostela

Tras leer “El puñal del Godo”, me sale del cuerpo aquello de ¡Santiago y cierra, España!, que no sé muy bien qué significa el verbo cerrar en esta frase, pero que me apunto a que apunte hacia lo mismo que los maoríes gritan o cantan justo antes de empezar un partido. Lejos de amedrentar al contrincante, muévele sus extrañas hacia gente tan singular y sencilla —¡oh, qué miedo!— de manera que ya, antes de comenzar la refriega, cae rendido con gusto.
Don José Zorrilla cuenta muy ameno cómo creó una tan particular pieza teatral: una apuesta entre camaradas, para salvar una situación apurada en plenas fiestas navideñas. En horas veinticuatro su imaginación plasmó en un solo acto toda una tradición hispana. Para ello tuvo que encerrarse en su estudio y ni comer ni dormir ni… Sin embargo, no se estrenó entonces, porque aquella maravilla merecía un respeto y nada de improvisación; se trabajó a conciencia para que los versos del poeta brillaran en todo su esplendor. Tras los últimos endecasílabos,
Padre, dad á ese tronco sepultura
Donde repose en paz: mi justo encono
No pasa, no, de su mansión oscura,
Aunque el honor de España esté en mi abono.
Yo vuelvo al campo á la pelea dura,
Y aunque muera sin huestes y sin trono,
Siempre ha de ser para quien muere honrado
Tumba de rey la fosa del soldado.
tan apretado y largo fue el clamoroso aplauso, que hubo de salir al escenario el propio autor junto con el resto del reparto. “La conclusión fue tan rápida y precisamente ejecutada por el hachazo de Lumbreras, y aconterada por Cárlos con la octava final con tal sentido y brío, que el aplauso final se prolongó muchos minutos. El puñal del godo obtuvo el éxito que se obligó á darle Cárlos Latorre, si se nos concedía tiempo para ponerle en escena como él había concebido que debía ponerse. Así se hacían y así se escuchaban las obras dramáticas desde 1832 á 1843”. (Recuerdos del Tiempo Viejo, tomo 1, pág. 305)
Cinco años después ideó una continuación, “La calentura”, que él mismo definió como drama fantástico; pasó sin pena ni gloria, ya se sabe que segundas partes…
El caso es que me llama la atención, pero no me sorprende, que no utilizara al Santiago matamoros en su relato de la batalla perdida de Guadalete (ocurrida entre el 19 y el 27 de julio del año 711). Ni el rey Rodrigo ni el conde Julián, ni siquiera el godo Teudia citan haberlo invocado. Seguro que no lo hicieron y por eso el moro pasó por encima de ellos. Desde entonces, y como solía decir un amigo mío asturiano, de Pajares para abajo, tierra conquistada.
Don Rodrigo, el rey, achacó su derrota a una vil traición, pero Wikipedia alega que por entonces se encontraba guerreando en el norte contra los vascones, y que tardó tres semanas en tener noticias del desembarco moruno. Calculando… emplearía otras tres semanas en llegar hasta tan abajo para verse desbordado por las hordas.
En fin, una cosa es la historia y otra cómo se nos cuenta. Y volviendo al señor Santiago; ¿que en esta escena no tuvo parte ni arte?, sí intervino en otras posteriores. Habrá que recurrir a las fuentes históricas, o en su defecto al imaginario popular. La batalla de las Navas de Tolosa, supuestamente acaecida el 23 de mayo del año 844, ahí fue donde el apóstol, jinete en su corcel, embraveció a las tropas cristianas para recuperar por la fuerza lo que la fuerza les había arrebatado. Dicen que la libertad.
De esta manera un autor actual afirma que al cerrarse en filas los cuadros militares de los tercios al grito guerrero, el país se abrió al mundo entero y a la modernidad. Y lo hace sencillamente, atendiendo a la coma que casi siempre no se ve, o se suprime, del belicoso alarido enardecedor que hizo preguntar a Sancho Panza y equivocarse al muy culto Valle Inclán.
Mucho me sorprende que don José no haya tenido en cuenta a nuestro santo patrono en ninguna de sus obras en verso, tampoco en sus escritos en prosa, y eso que le gustaron mucho las leyendas. Como Santiago, Zorrilla también fue viajero allende las fronteras. El mayor de los “hijos del trueno” no parece fuera muy romántico, si le juzgamos por la carta que se le atribuye; aunque nacer en Palestina y venir a ser enterrado al fin de la tierra tiene su qué. El escritor quiso reposar en su ciudad natal, y su figura en bronce luce en medio de la plaza que lleva su nombre, mirando erguida hacia la calle de Santiago.
Si don José Zorrilla hubiera colocado a Santiago apóstol en alguna de sus historias le habría hecho aparecer en escena entre truenos y relámpagos, pero estoy completamente seguro que no le hubiera armado con espada; no se habría sometido el discípulo a quien su Señor bien le advirtió de que nunca la empuñara, lo suyo era otra cosa:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos». (Mt 20, 26-28).




Basta una simple denuncia…




Y una primera plana de un periódico* de tirada nacional para que se levanten furibundos comentarios por los medios y hasta se planteen preguntas en los parlamentos de ¡a ver qué pasa aquí!**
Y si la cuestión atañe a los quehaceres de la Iglesia, la controversia más que servida está recocida***.
“Las Edades del Hombre” no debió pasar de lo que en su momento pensaron sus ideólogos y primeros constructores: Aquellas hermosísimas exposiciones que en cuatro momentos castellanoleoneses y un apéndice europeo pusieron ante nuestra consideración, para embeleso y gratitud con nuestra historia, la riqueza en cultura, fe y arte de nuestros mayores, en la cual muchas personas que ya peinamos canas abrimos los ojos a la vida y crecimos haciéndonos lo que somos.
Pero dado que quien manda, manda, a José Velicia y Cía. no les quedó otra que seguir, estirando la cuerda más allá de lo que daba. De manera que ahora están por la veintidós, y no parece que esto pare.
Que alguien denuncie recuento de visitantes fraudulento cuando la entrada es libre y hay tiros por ser sede de la próxima exposición… Que parezcan abultadas las subvenciones cuando los industriales de cada plaza saben que con su llegada tienen el aforo completo y la caja a rebosar… Que se hable de dinero público cuando los particulares esconden su cartera a la hora de colaborar…
No hablé mucho con José de este asunto, que los nuestros eran otros por aquel entonces. Pero su queja fue constante: si no hubiera sido por caja Salamanca —y Sebastián Battaner Díaz**** muy en particular—, ni empezamos. Y mira que llamó a puertas…
Alguien ha dicho que Velicia sonreía como Spencer Tracy. Más bien reía como Gary Cooper, y como él estuvo y se mantuvo solo ante el peligro. Con una diferencia: el actor tuvo a su joven esposa a su lado; José Velicia tuvo muchos amigos que no le abandonaron.





Limpia, fija y da esplendor


Con este lema se creó, y se supone que era al tiempo su cometido y finalidad. No dudo que desde el lejano siglo XVIII este haya sido su empeño, aunque no tengo humor para rastrear en el diccionario a fin de comprobar con qué grado de pulcritud lo ha llevado a cabo.
Ahora parece que va a limitar el área de trabajo, y quedarse en simple fedataria. Pues qué bien.
Un chivatazo me ha hecho llegar que a partir de ahora vale todo lo que se diga y como se diga, de modo y manera que de cuidar el idioma pasa a notaria de la actualidad. Si así va a ser, pues que sea. De todas las maneras ya lo es desde hace tiempo, digan lo que digan sus ilustrísimas.
Consentir que el infinitivo sirva de imperativo es hacer un pan como unas tortas.
Dar por bueno que es mejor hablar en extranjero que en el propio, aunque simplemente sea igual, para mejorar las relaciones comerciales, deportivas o comunicativas, no es dar esplendor a nuestro idioma, por mucho que fije. Cómo disfruté escuchando “pileta” en no sé qué juegos ocurridos allende el océano.
Tengo entendido que en inglés no se entienden, porque en cada zona lo pronuncian a su bola. Y que de ahí viene el deletreo de las palabras, y lo de añadir b de Barcelona, m de Madrid y z de Zaragoza, muy propio de concursos en los que la cultura no sale muy bien parada. No me extrañaría que termine pasándonos también a nosotros.
¿Cómo dices? ¿Que si de mí dependiera aún estaríamos hablando en latín culto? Hombre, pues no. Si por mí fuera, en el cole exigiría aprender a escribir sin faltas de ortografía, y en los comentarios y correos de Internet sería obligatorio pasar antes de dar la tecla “OK” el corrector ortográfico por el texto a publicar.
Por mi parte, seguiré leyendo a mi paisano Zorrilla, y disfrutando de una expresión lingüística pasada de moda pero hermosísima. Ya lamento que entonces no existieran medios para conservar enlatado el sonido, debía ser un declamador excelente; triunfó como rapsoda tanto en Barcelona como en el sur del sur de España. He visto los galardones con que le premiaron a lo largo de sus muchos viajes por el territorio, también en Catalunya.

En caja de madera



Ya me había acostumbrado a verlo en lo vinos: bonitas cajas de madera, preparadas para regalo, que a mí me llegaban ya vacías y que utilizaba para usos bien diversos.
Me sorprendió gratamente recibir en una boda una combinación de latas de conserva de pescado. No eran latillas corrientes, de las que abundan en los anaqueles de los super, sino selectas elaboraciones propias de gourmets. La mía está ahora en la cocina, esperando ocasión propicia para consumir cualquiera de los tres productos que la componen: sardinillas, mejillones y bonito del norte. Una mañana te preparas un buen almuerzo, y te quedas como un señor, me soltó un comensal durante el festín.
Espetellados los ojos se me han quedado esta mañana cuando al abrir el ordenador lo primero que me encuentro es la biblia de jerusalén “encajada” como si fuera vino selecto o conserva de alta gama.
No menos sorprendente es el contenido de la ficha explicativa: madera de bambú, forro interior de terciopelo, cruz metálica incrustada, canto dorado, cintas de seda… y sólo 100 ejemplares a la venta sólo por internet.
Estoy pensando adquirirla para mi parroquia. Pero una duda me corroe: ¿Qué he de exponer, la biblia o la hermosa caja?

Que la luz venza a la oscuridad





A ninguno de los tres les hacía gracia que el solar resultante de aquella vieja nave industrial a partir del cual tenían que idear el nuevo templo parroquial estuviera encajado por ambos lados, aunque libre por delante y por detrás. La parte trasera permitía algún tipo de abertura por la que dejar pasar la luz, y la delantera, ya se vería. Pero que los laterales fueran completamente opacos hacía imposible iluminar y ventilar adecuadamente. Por fin dieron con la solución, la única que quedaba: iluminar por arriba. Había, pues, que echar mano del policarbonato. Y desde el principio, esta palabra pasó a ser la incógnita número uno de una larga lista que algún día publicaré en una obra que se hacía con mi presencia pero sin mi intervención directa o indirecta.
Las placas de policarbonato pueden ser transparentes o translúcidas. Y eran éstas precisamente las que interesaba emplear, porque sólo se quería luz, no mirar al cielo. Así pues, se dotó al edificio de un techo luminoso en todo el perímetro excepto en la fachada, que sí fue transparente porque lo pedí expresamente.
Terminada la obra, a todos nos pareció estupenda. Vista ahora, tras dieciocho años, tiene sus cosillas. Por ejemplo, la limpieza. Si complicado es mantener el cristal de la fachada por culpa del tramex que lo protege, limpiar las placas del techo es tarea imposible. Sellado por el interior y cubierto por el exterior por el tejado, nadie se ha atrevido a tocarlo a lo largo de este tiempo.
El polvo que se había ido filtrando a pesar de todos los pesares y la labor de arañas y otros insectos, todo ello bien conjuntado dejó a media luz, exagerando un poquito, lo que en principio era un recinto luminoso.
Hasta que, luego de una siesta reflexiva, me subí a la escalera, pegué un empellón al policarbonato y empecé con el plumero a quitar porquería.
Ha sido laborioso no sólo por el lugar, también por las dimensiones: dieciséis metros de largo y casi metro y medio de ancho de cada lucernario. He tenido que inventarme una herramienta después de estudiar durante todo un día cómo acceder a maniobrar sobre la cara superior desde la pequeña rendija que quedaba practicable.
El proceso ha sido engorroso, pero al fin está terminado.

¿Esa mancha? No es tal, es una mosca atrapada. Alguien quiso agilizar el montaje y obvió sellar la placa por su extremo oculto. Un fallo que no tiene solución… fácil.