No fui el único, ni el primer sorprendido con el
anuncio de la concesión del nobel de literatura a Bob Dylan. Creo que todos los
medios informativos y de opinión dedicaron espacio para defensores y
opositores. Y no fueron muchos más de una parte que de otra. Yo diría: empate
técnico. No obstante, entre quienes más parece se congratularon figuran altas
dignidades y nombres de postín. ¡Hasta el Vaticano se alegró!
No puedo analizar al detalle, porque mi ignorancia
sobre esto es asaz supina, quienes no encajaron el premio para el personaje en
cuestión. Pero sí puede constatar que se expresaron con rotundidad.
En este tinglado de cosas, me viene a la memoria el
reconocimiento oficial que la corona inglesa concedió a The Beatles. Ellos, los
cuatro, se dejaron domesticar y desde entonces pasaron a ser lores. O lo que
fuera.
El silencio en que permanece Dylan me hace sospechar
que no está nada cómodo con el dictamen de la academia sueca. Si así fuera, me
gustaría saber de qué manera, con qué palabras y gestos, decline tal galardón. Porque
no me cabe en el pensamiento, no digo en la cabeza, que fuera a hacerlo en términos
gruesos.
Lo cortés no quita lo valiente.
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