Atardecer en Castilla |
He sido contumaz en afirmar que nunca sueño mientras
duermo. Si a caso, despierto. Y muchas personas me han rebatido diciéndome que
eso es imposible, que todos soñamos en la cama o donde quiera que echemos una
cabezadilla.
Pues, hete aquí que llevo unos cuantos días
despertándome tras una pesadilla. Al pronto lo recuerdo todo, pero, a la vuelta
del nuevo día todo se ha borrado, no consigo recomponer lo soñado, ni siquiera
unas hilazas.
Viejo edificio de El Cristo del Caloco, Segovia |
Claro que también vengo soportando unas jornadas como
en suspenso, con la sensación de estar asistiendo en vivo y en directo a un
devenir del que no siendo del todo extraño contemplo desde fuera y tal que
simple espectador. Es verdad que muchas cosas ignoro y me llegan con sorpresa,
y entiendo que es mi responsabilidad haber estado tanto tiempo desentendido de
ellas, no queriendo saber, no investigando, no reconociendo…
¡Que viene el lobo! ha sido para mí un aviso
desatendido. En demasía. Ya está aquí, no ha llegado de repente, simplemente invisible
a mis ojos, encamado tras los repliegues de la realidad.
Cristo de San Damián |
Eso le pasó a Francisco, que conocía de sobra
aquella pequeña ermita de San Damian, desmejorada por el paso del tiempo y la
desidia humana, donde se recluía con frecuencia para orar. Si fue sueño o
pesadilla, el caso es que dicen que, en cuanto pudo, volvió con afán y
herramientas reconstructoras a poner el edificio en condiciones. «Francisco,
¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala», creyó oír ante, o
desde, el viejo crucifijo.
El de Asís, sin embargo, no parece diera mayor
importancia a aquel suceso, de tal manera que en su Testamento sólo se refiere
a que Dios intervino decididamente en su vida: «El Señor me condujo en medio de
los leprosos... El Señor me dio una fe tal en las iglesias... El Altísimo mismo
me reveló que debía vivir según la forma del santo evangelio» (Test 2. 4. 14).
No fueron los sueños, sino la realidad vivida en
toda su crudeza la que puso en movimiento a Francisco de Asís. No vivió
suspendido y levitando, sino con los pies bien asentados en el suelo. La
constancia en la contemplación del icono de Cristo luminoso y en la observación de la
vida y sus circunstancias, fue lo determinante para este santo cuya fiesta celebramos
hoy.
¿Soñador? Vivir con los ojos abiertos, esa es la verdadera
pesadilla.
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