20 de junio de 2011 |
Eres un perro fiel. Aún no has manifestado querer
cambiar de casa.
Eres fiel a tus principios. Lo primero es comer y
dormir, lo segundo seguir rastros. Aunque no lo tengo del todo claro, y puede
que sea justo al revés, antes lo segundo que lo primero.
Eres fiel a tus costumbres. Eres del todo
previsible: si vas suelto, te pierdes; si atado, me haces polvo las rodillas.
Eres también maniático, o sea fiel, con los gatos:
ver uno y echar a correr tras él es una y única acción.
En ti la nobleza brilla por su ausencia. En eso
también eres firme y rotundo. Si te despierto a deshora, me tiras el bocado.
Zalamero cuando algo te interesa, tengo las
espinillas doloridas de lo mucho que las frotas y los brazos arañados por tus
garras.
Desatiendes fiel y sistemáticamente a mi llamada. No
sé por qué, en lugar de decirte ¡ven!, no te grito ¡vete!; tal vez de esa
manera acierte.
Persistente en tu pretensión de constituir una
república independiente por y para ti mismo, cada vez que has logrado saltarte
los límites, –suficientemente laxos, tienes que reconocer–, que una convivencia
mínima requiere, has sufrido en propias carnes tus desvaríos: pérdida de una
uña en la pata derecha, infección por parvovirosis atrapada vete tú a saber
dónde, elongación del tercer párpado en tu ojo izquierdo, absceso pertinaz en
tu costado derecho por hacer el bruto, mordedura en la oreja izquierda al
malencararte con otro perro… La cuenta sigue abierta, como ser apresado por
personas extrañas y de modos no siempre agradables cuantas veces te has ido y
has deambulado como perro perdido y sin collar, o haberte pasado quince días en
el corral durmiendo al raso.
14 de noviembre de 2009 |
Siete años no han sido suficientes para entrar en
razón. Tranquilo, no pasa nada. Seguiré ejerciendo sobre ti el control que requiera
tu comportamiento y que esté en mi mano, no demasiado rígida a la vista de lo
expuesto.
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