María Magdalena anuncia la Resurrección a los Apóstoles. Icono ortodoxo |
La Iglesia católica, –y en general todas las
Iglesias–, tiene un muy particular modo de hacer, y más parece que no hace,
aunque en realidad cose, vaya si cose, sólo que con puntadas invisibles.
Esto es que acaba de llegarme por conducto oficial
“el prefacio propio” para la recién estrenada “fiesta” de Santa María
Magdalena. Ha pasado de ser una simple “memoria obligatoria” a “fiesta”. Y eso
es importante.
El “regalo” viene acompañado de su correspondiente
explicación: un documento para justificar el cambio de consideración del día
dedicado a La Magdalena y la conveniencia de asignarle el prefacio nuevo que a
partir de la fecha de hoy hay que utilizar.
En el documento se dice que, «en la actualidad, cuando la Iglesia es llamada a reflexionar más
profundamente sobre la dignidad de la mujer, la nueva Evangelización y la
grandeza del misterio de la misericordia divina, ha parecido bien que el
ejemplo de Santa María Magdalena fuera propuesto también a los fieles de un
modo más adecuado». Y el prefacio no expresa nada que ya no supiéramos sobre
este pedazo de mujer: o sea, lo justo:
El cual
(Cristo,
Nuestro Señor) se apareció visiblemente
en el huerto
a María
Magdalena,
pues
ella lo había amado en vida,
lo
había visto morir en la cruz,
lo
buscaba yacente en el sepulcro,
y fue
la primera en adorarlo
resucitado
de entre los muertos;
y él la
honró ante los apóstoles
con el
oficio del apostolado
para
que la buena noticia de la vida nueva
llegase
hasta los confines del mundo.
No quisiera cavilar más allá de lo que dicen los
textos suministrados, porque me atrevería a decir que resulta oportunista esta
decisión y como un “hasta aquí, no os vayáis a imaginar otra cosa”. Porque si
alguien pensara que es un paso positivo hacia la total equiparación de los sexos
en la Iglesia, que considere que ya tendría que bastar con la figura de la
Madre, que Jesús no nació por generación espontánea. Añadir ahora a Magdalena
no nos da una suma aritmética, como se pudiera sospechar, sino lo mismo.
Porque si del número se tratara, no ya en la
actualidad que es patente, sino en toda nuestra historia, son muchas más ellas
que ellos, a las claras y sobre todo trajinando quedamente, las que han puesto en
pie este edificio y las que lo están manteniendo. Supuesto, faltaría más, la
piedra angular, el Señor, sobre quien todo se sostiene y hace Cuerpo.
Me parece que se honre de esta manera a María la de
Magdala, pero sobra ese acento sobre lo femenino, que hace muchos siglos
debiera estar más que resuelto.