¿Prometiendo en vano?



Dejé al olivo tan perjudicado cuando el domingo de ramos que temí por él. No se ha quejado del corte tan tremendo que le propiné, y sale de este mes más exuberante que nunca. No espero que todo eso sean olivas; ya con verlo así me considero bien pagado. Si al fin consigo verlas madurar, tendré que pensar cómo organizarme con el aceite resultante. No suelo, en los últimos tiempos, tener tal tipo de satisfacción, y se agradece. Curiosamente nadie me lo ha hecho notar, a pesar de estar tan a la vista.
Son las parras y sus racimos ya formados los que atraen su atención, la de todo el mundo. Y me avisan para que no me descuide, porque saben muy bien que si quiero comer uvas tengo que azufrar a tiempo. Definitivamente en esta tierra el vino es el vino, y los olivos… simples adornos. ¿Quién va a confiar en ellos? Son una mera promesa; el vino, el vino es el presente cierto y ha de ser por fuerza también el futuro esperado.

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