Una ordenación episcopal




Es la primera vez que asisto a una de ellas. Por eso intenté llegar con tiempo. No lo conseguí.
Iba a estacionar la bici y los veo venir por la calle abajo, hacia Portugalete. Ni tiempo de apoyarla y sacar la máquina. Ya se largaban hacia la derecha. Candé el vehículo, cogí la bolsa con mis ropas y apreté el paso; justo les alcancé a la puerta de la catedral.
Fue lo más cerca que tuve a Luis en toda la ceremonia. Entré en una catedral abarrotada, y faltaba media hora larga, me adentré por la nave de la izquierda hasta el lugar que nos tenían reservado, y me coloqué en una silla, justo a la puerta de los museos diocesanos. Desde ahí, ni flores.
Menos mal que nos dieron un manual con todo el ritual, cantos incluidos. Explicaciones no demasiadas las que dieron por megafonía, y a la vista tenía un ángulo imposible.





Hice lo que pude.


Luis, enhorabuena. Te abrazo desde aquí, porque ya no esperé a hacerlo en vivo y en directo.

Corrí para llegar a casa; el cielo se había encapotado sobre la interminada catedral.

1 comentario:

  1. Bueno Míguel, ya me perdonarás el email que te acabo de enviar. Resulta que inmediatamente después abrí tu blog y me encuentro con que de eso es de lo que va tu último post. Ya tengo claro que el nuevo obispo es tu amigo y espero que, de verdad, se parezca a ti en cuanto a la vivencia del Evangelio y a los conceptos sobre la vida real y no esas cosas que dicen otros cardenales tan purpurados que hasta el cerebro se les ha derretido y se les ha convertido en purpurina. Tu amigo Luis podría ser el contrapunto junto con el de Madrid y quizá haya alguno más por ahí ¿no?.

    Besos, amigo.

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