Si este día en mi historia personal siempre merece especial atención, el
consabido estreno de alguna cosilla, en lo comunitario ha tenido también sus notas
novedosas. Y han sido dos.
La primera. El olivo, en el sexto año de su replantación, ha ofrecido su
primeros ramos para la procesión. Mi gente, sin embargo ha extrañado esta
circunstancia agotando las ramas de laurel, será por la costumbre de usarlas
también en la cocina. En cualquier caso, las ramas desdeñadas servirán para la
hoguera de la pascua de cuyas brasas encender el cirio, y su ceniza nos vendrá
muy bien para la cuaresma del próximo año.
La segunda. La implantación “obligatoria” de nuevos libros litúrgicos a
partir de la Sagrada Escritura en versión de la Conferencia Episcopal Española
ha convertido en obsoletos los anteriores. El domingo de ramos tiene además la
particularidad de tener como texto central la pasión, que suele proclamarse con
tres lectores. También han quedado inservibles las copias suplementarias que
veníamos usando desde tiempo ha.
Además del hermoso y cuidado evangeliario, hemos estrenado estos dos
suplementos aviados a toda pastilla con los materiales a mano, para cumplir y para
hacerlo dignamente.
El olivo nos sobrevivirá a todos, eso es bien seguro. Y posiblemente
seguirá surtiendo de ramos con suficiencia más que sobrada. El reluciente libro
para la liturgia durará lo que considere la autoridad; y está por ver, dado que
su traducción más que un avance con respecto a la anterior, la Nueva Biblia Española
de Alonso Schöckel, es un claro retroceso. Hay cambios en el vocabulario que
nos retrollevan a los años cincuenta. Por si las moscas, no he encuadernado mis
dos copias; me he limitado a enfundar las A4 impresas en “plásticos”
multitaladro y colocarlos en unos portafolios aún en buen uso. Los nuevos calcetines,
finalmente, darán abrigo a mis pies, me durarán por lo menos hasta el otoño, y
seguirán siendo el regalo que me hago a mí mismo todos los años por esta misma
fecha.
El recordatorio, sin embargo de este día, y que mejor se corresponde con
el impresionante verso del salmo responsorial de la liturgia –«Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22)–, lo constituye el terrible
accidente que esta madrugada se ha llevado jóvenes vidas en una carretera.
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