Exactamente eso fue lo que duró nuestra relación; lo que va del 14 de
mayo al 14 de octubre de 2010.
Empezó con
un comentario amistoso hacia mis colegas: “Qué hermosura de
animalitos en ese lateral. Tanto perras de caza como yeguas, son preciosas”. Terminó con otro rotundo y definitivo “Efectivamente, nunca volverá a suceder… Hoy usted levantó un muro. Y,
por el lado que da a mi parcela, lo pintaré de colorines y no le permitiré
entrar en él. Con su lado del muro, podrá hacer lo que quiera”. Entremedias,
ciento veinte, casi diarios, en los que hubo de todo, más por su parte que por
la mía, pero no pienso sacar pecho por ello.
Ella gallega, yo castellano, no teníamos por qué estrellarnos, pero
nos rompimos los dientes, sí, esos mismos que ahora peligran en mi boca, los
incisivos. (Los colmillos también se irán, pero entonces no intervinieron). En
su entorno había una pléyade de firmas; reidoras, festivas, laudatorias y en mi
opinión una pizca serviles. Pero eso pienso yo y no estoy dispuesto a
discutirlo por si pierdo.
Ella contaba sus cosas y las exponía en fotos. Yo hacía lo propio
con las mías. Y parecía haber una cierta sintonía que demostrábamos, ambos, haciendo
exactamente lo contrario con comentarios secos y a veces incluso displicentes.
A su vera saqué lo mejor de mí, y aquella época resultó fecunda.
Lástima que haya perdido algunos recuerdos de entonces por rotura del disco
duro; tengo la satisfacción de conservar los originales, que no dependen de
esta máquina. Mis chapuzas de aquella etapa de mi vida perduran y están a la
vista. Y entre los escritos hay varios de cierto valor, con los que disfruto
releyendo de vez en cuando.
Pero el asunto empezó a torcerse un mal día. Debí decir algo
impropio, ella se levantaría de mal pie, ninguno de los dos atendió a razones y
se mantuvo en sus trece… Los malos entendidos fueron cada vez mayores,
importaba más lo imaginado que lo dicho, el amor propio herido que las
explicaciones. Primero fue un discutido concurso con premio en metálico; luego
unas habladurías de no se sabe bien quién; y más tarde unas expresiones cuyo
sentido varía de Castilla a Galicia. En fin, el portazo fue insonoro. El
silencio posterior aún se escucha.
“Llegada una edad, mi
querido Miguel, los cambios son superficiales, que ya tenemos las ideas
bastante claras sobre lo que queremos y lo que no. Podemos cambiar en la forma
de manifestar el pensamiento, sobretodo por no herir, ya que herir a otros no
produce placer sino pesar. Entendiendo eso, es fácil disculparse en las formas.
También yo he de disculparme contigo, por ser muy brusca a veces. No lo haré.
Sé que estás más allá y comprendes que en mi intención nunca hay daño para ti.
Y sé también que en muchas cosas, hablamos el mismo idioma”(12/09/2010). Sea este comentario suyo, suficiente indicativo de que
la sangre nunca debió ser entre nosotros óbice ni cortapisa, ni los arañazos
tan profundos, ni el orgullo tan potente.
Ahora ya no cuentan absolutamente nada. Para mí, porque me vi extraño
y sorprendido; para ella, porque ya está por encima. Por eso hablo ahora,
precisamente. Ya nada importa.
Se muy bien de lo que hablas y a quien te refieres. Miguel Angel.
ResponderEliminarYo ya lo dije todo en su momento.
Si a ella que, según tu expresión " ya está por encima", se le otorga la cualidad de omnipotente, podrá ver hasta dónde llegó, en mi, el profundo daño que sentí con su actitud. Aquí en lo terrenal, tambien como tú dices: "el silencio todavía se escucha.
Ya nada importa.
Besos.
Hola Anna, sí a ella me refiero.
ResponderEliminarMe he expresado mal, porque quería haber dicho: "más allá".
Al contrario que contigo, conmigo parece ser que ocurrió al revés, y fui yo quien la hizo daño. Aún no sé en qué y por qué, y si intervino una tercera persona en el asunto.
Sigo guardando todos sus correos, públicos y privados. No dejo de pensar bien de ella, a pesar de todo.
"Ya nada importa", pero tampoco es del todo cierto. Para mí, al menos.