Sin premeditación, me salió así el título esta mañana de camino a mis
labores. Empieza semana santa y comienzan las procesiones. Y salen los pasos
cargados de imágenes. La principal, sin discusión, El Crucificado.
Él lo paseó por tierras lejanas en tiempos antiguos. Usó de él, e
incluso abusó; sus amigos y familiares fueron a por él para llevárselo a casa,
no entendían tanta actividad.
Todos disfrutaron de su cuerpo. Sin distinción de sexo, lengua, clase
social, raza o nacionalidad. Enfermos y desahuciados, prostitutas y mercaderes,
labriegos y obreros, gentes con el corazón roto y personas de mente hambrienta,
almas inquietas y cuerpos desvencijados, espíritus laicos y también religiosos.
Todos, sin diferencia, sin medida.
No tuvo dónde cobijarlo y muy poquito con qué cubrirlo. Eso que hasta
los pájaros tienen nidos y los lirios ropajes.
Lo fue gastando, dándose y dándolo. Y lo fue desnudando progresivamente
hasta dejarlo en puros cueros.
Lo dio en comida, en bebida: Tomad, comed; tomad, bebed.
Él lo ofreció para salud de muchos, de todos. Ahora lo paseamos. Para
verlo, curiosearlo, ignorarlo, alabarlo, rezarlo.
Es pan de vida, es bebida de salvación. También es sentimiento, maldad,
ternura, horror, compañía, crueldad, esperanza, agonía, luz, tinieblas, verdad,
mentira… según para quién y cómo.
Que nadie se corte, que a nadie se lo impidan. No hace falta jugárselo a
los dados, como hicieron aquellos soldados con su túnica. ¡Que cada quien tome
lo que le apetezca! ¡Hay barra libre!
No importa el lugar, ni el momento, ni la forma: Siempre será en memoria
suya.
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