¡¿Truco o trato?! Oí gritar en la puerta desde la cocina donde estaba
preparándome la cena. Salí secándome las manos y los vi en el dintel. No puede
haber trato, no tengo ni un solo caramelo. Lo siento. Y mientras trataba de ingeniarme
alguna otra explicación, mis dedos la descubrieron en el fondo del bolsillo de
la zamarra. ¿Os vale esta bellota? Es muy dulce.
Uno de ellos la tomó y ambos respondieron ¡gracias!
No me la había comido por la mañana del puñado que cogí de la encina más
bonita que haya visto en mi vida. Ella sola, al borde del acantilado que forma
el monte con el valle, representa el último reducto que las labores agrícolas
han dejado de lo que fuera un bosque impenetrable de robles, encinas, quejigos,
atestado de conejos, ardillas, raposos y comadrejas.
No me cansaré nunca de hacer fotos a esta preciosidad.
Claro que poco más saqué, entretenido en escuchar el sonido de las hojas
al caer sobre la hierba. Apenas hacía viento, y se desprendían sin prisas, como
si fueran una lluvia mansa de mariposas en este otoño cálido, que más parece
primavera.
Sólo una pincelada:
¡Es truco! Las verdaderas son estas otras, menos mágicas y mucho más
entrañables:
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