Me avisaron a finales de agosto y decliné por las vacaciones. No
importa, dijeron, llamaremos en septiembre. Y ha sido en octubre. Le tomaremos
plaquetas. Si tiene delante mi historial comprobará que en eso doy problemas,
llevo tiempo dando sólo plasma. No se preocupe, tenemos una máquina nueva que
agiliza el proceso. De todos modos lo veremos. Quedamos, el miércoles 8 a
las 10.
Dando las 10:00 horas, como un clavo, presentaba mi carné en recepción.
Relleno de hoja con mis datos y respuesta a listado de preguntas protocolarias.
Es ya simple rutina. Todo está controlado. Espera.
Llega la enfermera de otras veces y comprueba que la tensión está de
libro: 13/8 (Y eso que tomo sólo la mitad de lo prescrito). Nivel de hierro: no
puede ser, no baja la gota. Como siempre, replico. Otras veces o no se ha
tenido en cuenta o se ha realizado una segunda comprobación mediante una
maquinita; incluso hasta un análisis y visto bueno de la superioridad médica. Hoy no.
Tras unos consejos de andar por casa, –“comer caracoles y mejillones”,
“aunque claro con esa dieta que dice…”–, me reenvía para casa.
Y me zambullí en la ciudad, de visiteo. Todo parece estar tranquilo, y
con las mismas me volví.
Chetán pendiente de la foto |
Ya en el barrio me lo encuentro de ramal de Javi. Y casi sin tocarle, o
sobándole su enorme cabezota, le digo que no se enferme de ébola, porque habría
que sacrificar al amo. Y Javi se sonríe. Pero él, mira que no consigo retener
su nombre, me mira, mueve el rabo, y se va tan campante sin querer saber de qué
le estoy hablando.
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