Al entrar aquella mañana en el taller me lo vi con la pintura fresca. No
era de extrañar, ellos empezaban la jornada a las siete y yo solía dormir la
mañanada. ¿Y esto? Las normas; a partir de ahora aquí hay control, me respondió
Jose. ¿Y qué vais a renovar? Nada, sólo el letrero.
El taller de Abdón era el lugar donde además de remolques, arados y
otros aperos agrícolas que se trabajaron en el pasado, en aquel momento surtía
a un gran fabricante de vehículos del trasportín para la rueda de repuesto de sus
camiones. O sea, cuatro hierros soldados en forma de caja con unos acomodos de
madera.
Pero era también donde las vecinas iban a reparar sus sartenes de
hierro, de aquellas que tenía patas. Y allí aprendí a soldar, cortar, usar la
plegadora, y romper utillaje por meterme a meticón. Me lo consentían porque les
había caído en gracia.
Finalmente, es el lugar que ahora, remozado, sirve de templo parroquial.
El caso es que el cartel, pintado en la pared encima de la puerta donde
se guardaban las brocas, fresas, repuestos de hojas de sierra y almorzaban los
cinco operarios que constituían el total de trabajadores del sector del metal
en este barrio, cumplía las disposiciones europeas para que se aceptara que
unos vehículos militares con destino internacional incierto fueran provistos de
unos parabrisas construidos a toda prisa en este recinto. Corrían mucha prisa y
fui requerido para ayudar durante toda la noche en atornillar al marco los
junquillos que sujetarían los cristales blindados. O sea, alta precisión.
No supuso ningún progreso en el modo de proceder. Seguridad toda,
calidad ninguna. Lo soldado duraba porque era robusto. Estética y sobre todo
seguridad e higiene en el trabajo no estaban ni se las esperaba.
Desde entonces ha llovido y escampado mucho, pero en los usos y
costumbres no parece que hayamos evolucionado demasiado. Esta misma noche, sin
ir más lejos, un usuario de la piscina municipal coincidió conmigo en las
taquillas tras salir de la ducha. Me he dado un golpe en la piscina y estoy un
poco aturdido, ¿puedes decirme si esta llave corresponde a esta taquilla? La
taquilla era la 104, pero en la llave se leía –me tuve que poner las gafas– 64.
Con una salvedad: el seis había sido corregido con rotulador y delante había
grabado un 1 sobre el plástico. Sí, es la 104. Nos reímos la gracia y
lamentamos el coscorrón.
Que nuestras chapuzas no tengan jamás otras consecuencias sino
chancearnos de nuestro particular control de calidad.
Pinta mal la cosa, me dice Miguel Ángel al salir de la Eucaristía. Tiene
autoridad, lleva años trabajando en la uci del Río Hortega. Todos hemos rezado
esta tarde.
Ese "casi", querido Javi, marca la diferencia entre el "aquí" y el "allí". Pero tanto aquí como allí hay de todo, como en botica.
ResponderEliminarNo nos desanimemos, ocurra lo que ocurra: siempre existirá alguien, o muchos, que mantenga en alto el nivel de la dignidad humana, con trabajo y entrega calladamente y/o alzando la voz.
Afortunadamente hay "garayoas" por todas partes. ;=)