A diario saco un montón de papeles de mi buzón de correo físico con
propaganda y ofertas de todos los estilos y colores. Abundan pliegos enormes
con imágenes de productos de limpieza, comestibles y herramientas. También de
sanitarios, duchas, hidromasajes y similares, que pretenden hacerme soñar con
paraísos bajo el agua.
En su momento, al hacer esta casa habitable, el personal opinó que sin
baño, no había tal cuarto. Y se acomodó en el exiguo recinto una medio bañera,
con su correspondiente grifería. Era un instrumento doble, que alimentaba el
recipiente inferior al tiempo que servía también como regadera. Muy práctico y
muy simple.
El baño poco lo he practicado. Acostumbrado a no parar en detalles en lo
que se refiere a mi higiene personal, –ducha rápida, cepillado breve y secado
de manos en las perneras–, el llenado de la bañera se me hacía largo y
aburrido. Y total para leer o escuchar música, prefiero cualquier otro lugar antes
que dentro del agua.
En cuanto a la ducha, desde que asisto a la piscina municipal, también
la tengo fuera de uso.
De modo que esa parte de mi cuarto de baño la tengo dedicada a otros
menesteres, como tender la ropa, por ejemplo. Me libro así de tener que
encargar a fábrica cosas como ésta:
Se trata del rodamiento de una mampara de baño. Alguien me encargó que
le ayudase en una avería. Fui, creyendo aviar en un pispás el asunto, y me
encontré con que tardarán de tres a cuatro semanas en enviar el repuesto.
Estoy por prestarle las cortinas de mi ducha en tanto llega el
suministro. No es de recibo salpicar la casa o no poder ducharse durante todo
ese tiempo. Deberían tenerlo presente a la hora de repartir por los buzones
propaganda de aseos de ensueño a precios asequibles.
No conozco el monasterio de los benedictinos de Montserrat. Es posible
que ya no usen las duchas comunes propias de otros tiempos y cada uno de ellos
tenga en su celda retrete, lavabo y ducha/baño particulares. Es una pena que hayan perdido
la sana costumbre de hacer cola, con la muda limpia en una mano y el jabón, la
esponja y la toalla en la otra, en las duchas comunales que también –y tan bien– yo disfruté de mis tiempos del convento. ¡Qué
divertido era rascarse el cuerpo bajo el agua y estar de charleta con el resto!
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