En un lugar, junto al río Duero


El Duero, según viene

El Duero, según se va
Me entretuve tras la ceremonia recogiendo sillas, guardando ropas y utensilios, y devolviendo los bancos a su lugar habitual; porque habíamos entrado en aquel templo a saco y no podíamos dejárselo así a la feligresía, que al día siguiente, o sea hoy, domingo, ellos y ellas no debían cargar con nuestros desafueros.
Fuera, en la amplia explanada llovía arroz y pétalos de flores, y hasta dentro llegaban los vivas y vítores a los novios. Perdón, quiero decir a los desposados.
Salí cuando estaba todo algo apaciguado y la primera imagen que recibieron mis ojos, al salir de la penumbra monacal, fue esto:
El cielo estaba expresivo
La boda había terminado en su primera parte, y empezaba el largo impasse que nos abocaba a la boda en su segunda parte, el convite.
Hubo tiempo para todo, que fue mucho. Y no puedo poner imágenes, por razones obvias de oficio, pero haberlas haylas, que los profesionales trabajaron a destajo y allí los dejé, cuando ya no pude estar más, porque la fiesta continuaba, y no tenía visos de acabar nunca.
Tras el yantar, y entremezclado, la música, la juerga, los vivas y la alegría dominaron demostrando su poder y su capacidad de aunar sentires y pareceres, edades y estaturas, culturas e idiomas.
Los cronistas vendrán luego a narrarnos la jornada, será su momento de gloria. Yo, ahora, sólo aporto unas pocas y sencillas pinceladas desde la ajustada distancia en que lo viví.
Ocupando cada quien su sitio

Afinando instrumentos

Todo está dispuesto

Lo nuestro, ya se ve, es la música: Contigo, pulso y púa

Concesiones al momento, pero a nuestra manera

Mientras llegamos, no os aburráis

Ya estamos aquí, qué gusto volver a veros

Lo que no dije al salir, porque lo hice de puntillas mientras el personal visionaba un vídeo conmemorativo, espacio previo a unas actuaciones musicales que se preveían altamente interesantes, lo digo ahora:
¡¡¡Que vivan los recién casados!!!



Una post data totalmente necesaria:

No hubo puros, para ellos, ni bolsita de golosinas, para ellas; tampoco zapatillas cómodas para calmar pieses embutidos en zapatos imposibles. ¡No hubo botellas D.O. en la tierra del mejor vino del mundo mundial!
Todos recibimos esto, –no en su lugar–, como signo y compromiso, como inspiración y sugerencia, como oficio y beneficio, en fin… como recuerdo: un libro y una púa.

Y como encantadora "frivolidad", este prendedor, o broche, o prendido, (o como quiera que sea el nombre con el que se designe a la chapita que ahora se utiliza a modo y semejanza de las antiguas insignias –"pin" es palabra poco seria), para que luzcamos su imagen adosada a nuestra ropa, que no a nuestra carne:
 

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