No es grave, pero molesta. Primero, porque al andar tienes una sensación
extraña, como si caminases por el barro. Y además, porque cuanto pisas se
contamina. Vas dejando pasta por la vida, manchando pisos, escaleras, y
bordillos.
Resulta engorroso de eliminar, porque si se ablanda se pega más, y si se
endurece puedes rayar el material.
Además ennegrece con el paso del tiempo, dejando un goteo delatador de
que has pasado por allí.
En fin, un chicle arrojado en plena calle es un serio peligro. Además de
una asquerosidad que debiera ser duramente reprimida por las autoridades.
El otro día, Berto tuvo la mala pata de revolcarse en la hierba del
parque y se trajo para casa una pella de chicle adosada a su costado. Al primer
intento, lo puse peor. Blandurrio como estaba, se extendió y se adentró hasta
la piel del animal. Cuando se oreó, formó un bloque con su pelo y tampoco pude
eliminarlo. Me dijeron que aplicara disolvente, y gracias a Dios que no lo
hice; pobre animal, le habría provocado una quemadura.
Tuve que meter la tijera y afeitarle la parte afectada. Ya está casi
recuperado, pero no me digan que no es denunciable.
Si es cierto que nadie está libre de pisar un chicle en cualquier parte,
no es menos cierto que a lo largo de la vida quien más quien menos vamos
acumulando circunstancias que no se despegan fácilmente de nuestra alma. Afortunadamente
no siempre son visibles, y eso nos libra del sonrojo; pero hacen penoso nuestro
vivir. Ya que no vamos a meternos en el arcón congelador ni a rociarnos con
aguarrás; si cortar por lo sano nos parece demasiado radical, armémonos de
paciencia y frotemos suavemente con un trapito empapado en colonia. Tal vez así
consigamos supervivir. Y de
paso, oler mucho mejor.
Lo más grave es que las aves lo confunden con alimento y al tragárselo firman su sentencia de muerte. Así de inconscientes somos. Grrrr
ResponderEliminarLos que vivimos desnudos sin morbos ni temores no padecemos más penas que las injusticias ajenas. Lo que vd. indica no es sino consecuencia de las interesadas y deformantes educaciones judeocristianas de su época, de ahí obsesiones peregrinas y demás incongruencias.
ResponderEliminarVes, una vez más el asunto se reduce a la educación, los buenos modales, la urbanidad, el respeto a los demás ya sean personas, animales o cosas. Lo dicho hace falta un programa en las escuelas que enseñe Educación para la ciudadanía o algo parecido pero cuyo contenido sea el que nos ocupa.
ResponderEliminarBesos
Hermenegildo, tiene usted razón, somos inconscientes hasta con el chicle que masticamos.
ResponderEliminarPara pablo: celebro que esté desnudo/a de «obsesiones peregrinas y demás incongruencias» y que no soporte «más penas que las injusticias ajenas». Es una linda manera de sacudirse la posible responsabilidad propia, porque –supongo– usted no ha sido influido/a por «las interesadas y deformantes educaciones judeocristianas». Ya veo que usted es de otra época.
Julia, los libros y las materias escolares no siempre producen los efectos deseados. En este país mascan chicles y arrojan clínex en la calle gentes de todo pelaje y condición. No te digo cómo dejan el "campus universitario" cuando celebran botellón. Me consuela que eso está en la parte opuesta de mi ciudad, a muchos kilómetros de distancia de mi barrio. Aquí sólo hay alguna mancha de grasa en la calzada, chicles de colores y bolsas de plástico que el viento del norte arrastra hacia la pradera.
Besos
También de otro espacio. Gracias por su comentario colaborador, se obrará en consecuencia.
ResponderEliminarMíguel, está claro. Esos universitarios y los que no lo son, ni han llegado a superar la secundaria, han tenido que ir a la primaria fijo, si no mal andamos, o peor de lo que imagino, de ahí que yo insista en la educación desde el principio de la escuela. Lo que describes no es mas que la constatación de que no se han hecho las cosas bien desde hace un tiempo ya largo. Generaciones sin enseñanza del respeto a los demás produce los efectos que hoy sufrimos y padecemos.
ResponderEliminarBesos
Julia, hay una graduación en la responsabilidad: políticos, jerarcas, educadores, familia… pero la persona, él o ella, que es maleducada tiene la máxima.
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