El ave "silencioso" |
Así habrán de comunicarse los usuarios y usuarias del
nuevo “ave silencioso”.
Y uno se imagina que no podrán acceder a dicho medio
de transporte ni sopranos, ni contraltos. Tampoco, por supuesto, mezzosopranos,
y está por ver de tenores qué parte sí y qué parte no. Los barítonos y bajos
parecen ser los únicos para ir en tan novedoso tren.
Así las cosas, uno piensa en si no habrá aquí algún
tipo de discriminación de los que recoge la carta magna como inadmisible en
nuestra democracia.
Al continuar con la lectura de la noticia adviertes
que también se dice que los “móviles” deberán estar apagados y no se permitirá
el acceso a niños ni a mascotas. Y es entonces cuando caes en la cuenta de que no se está refiriendo al
“tono”, sino al “volumen”. ¡Ah! Esto es otra cosa*.
Y es entonces cuando empiezas a imaginar cómo serían
las cosas si en tantos lugares se exigiera lo mismo. El silencio nos arruinaría
la vida. Sin infantes, sin perros y gatos de compañía, si un móvil que llevarse
a la oreja, sólo quedaría la soledad de la incomunicación, la tristeza por
ausencia de alegría, la urgencia de acabar el viaje apenas comenzado; no es
humana tanta ausencia de palabra.
Porque un viaje, largo o corto, sin comentar de
política, religión o economía; sin hablar de fútbol o de toros; sin niños ni
niñas correteando a grito pelado por el pasillo… se parece mucho al metro
madrileño que viví en mi juventud; zombis en la gran ciudad.
Y una celebración litúrgica en la que no sonara de
vez en cuando un ring, o alguna persona no saliera despendolada para atender
una llamada urgente, podría parecerse bastante a una congregación de estatuas
de porcelana china.
No digamos más si en su lugar contempláramos esta
norma aplicada a los sanfermines, a un parque de aventuras o al partido de
semifinales de esta noche. ¿Se imaginan ustedes Brasil contra Alemania jugando
en absoluto silencio?
*
Aquí es oportuno recordar que yo tampoco sabía de pequeño qué era alto o bajo,
porque nadie me lo enseñó en su momento. Esto es que en mi colegio había un
coro muy laureado, al que todos los alumnos –sólo chicos– queríamos pertenecer.
Su director pasaba cada año por los primeros cursos buscando voces aptas.
Cuando me tocó pasar examen ante él, a su orden ¡canta más alto! respondí
cantando a voces. Como volviera a repetirme la indicación, yo redoblé con
fuerza mi canto hasta agotarme en el intento.
Vanamente
me desfondé en el intento. Fui rechazado. No sé si por carecer de voz o por no
saber qué sea en música y sonido “alto”, “bajo”, “agudo”, “grave”, “fuerte”,
“suave”, “tono” y “volumen”.
Pues, querido Míguel, acabo de viajar de vuelta a casa, ya sabes, en el Ave, no el silencioso si no el normal y te diré que es un latazo tener que soportar, en pleno silencio, mientras una quiere leer, la cháchara insustancial una y otra vez de quiénes se aburren o no tienen nada mejor que hacer. Con lo fácil que es ponerse a hacer pasatiempos, que además "culturaliza" y después pueden ir a los concursos de la tele; o escuchar el tono de silbidito (parece que muy de moda) de llamada de teléfono móvil también una y otra vez. Sin llegar a extremos de prohibiciones tajantes, sí sería deseable que el personal se percatara de que el resto de las personas no tenemos ninguna obligación de soportar sus maneras de dar la lata y que si yo me levanto y me pongo a hablar delante de él/ella por mi teléfono cosas insustanciales con mi interlocutor, seguro, seguro que se molestaría y algo me diría. Pues eso, que la educación, el respeto a los demás, los buenos modales (por favor, gracias, disculpe...) no hacen daño a nadie y hace que todo sea más llevadero. Digo yo, en mi opinión, según mi criterio... eso.
ResponderEliminarBesos
Para añadir a mi comentario anterior.
ResponderEliminarAcabo de toparme, después de escribirlo, con esto:
http://www.cadenaser.com/sociedad/audios/vagones-silenciosos/csrcsrpor/20140708csrcsrsoc_11/Aes/
No soy la única al parecer. Yo también me leí un libro casi entero de relatos cortos.
Besos
Bendito silencio si sabemos cómo disfrutarlo.
ResponderEliminarCon todo, yo añoro el tren burra que pasaba por mi pueblo. En él viajaban gallinas y viajeros cargados de cestas con productos de la huerta y la matanza.
Claro que eran otros tiempos. Se hablaba del tiempo y de la familia y allegados. No había móviles y no se leía porque los que sabían utilizaban otros medios.
Bienvenida a la gran urbe.
Besos