Era de tela, y no recuerdo cuándo lo perdí. Por aquel entonces creo que
no había ser humano de mi entorno que no lo tuviera. En la parte que daba al
pecho estaba la imagen de la Virgen del Carmen. En la de detrás, ¿una corona de
estrellas tal vez, con una M en su interior? Cuando se deshizo y desapareció,
alguien me colocó una medalla con cadena. Tampoco recuerdo en qué
circunstancias desapareció.
Piadoso, no fui sin embargo especialmente devoto, ni viví pendiente y
preocupado por lo que fuera a ser de mí en el purgatorio. Tras mucho tiempo sin
tener nada en el cuello, ahora sólo porto el crucifijo de la Michel.
Recuerdo que era normal que algunas mujeres vistieran el hábito color café del
Carmen de por vida. En mi pueblo, por ejemplo. Devoción o promesa, vaya usted a
saber. Incluso de alguna supe que se casó, no de blanco, de marrón. Sin tirar
cohetes, entonces se le tenía mucha devoción a la Virgen en su advocación del
monte Carmelo, aunque es de suponer que nadie supiera demasiado sobre su origen
e historia.
Del mundo carmelitano tampoco puedo reseñar nada interesante, salvo que
con mi mamá frecuenté la iglesia de San Benito. La orden teresiana me quedaba
lejos, hasta que llegué al seminario.
En cuanto a las cármenes de mi vida, sólo dos: una tía abuela, Carmen “Mona”,
inocente por demás y que me acunaba mimosona; y una prima de mi madre, Carmita,
casi tan joven como yo.
Luego ya supe algo más, sobre el monte Carmelo, el profeta Elías, la pequeña
nube que venía de la costa, la “stella maris” y la larga historia de hombres y
mujeres creyentes convencidos que extendieron su piedad allende las fronteras.
No hay lugar sin una imagen de la Virgen del Carmen que venerar, según
una tradición antiquísima. No hay familia en este país que no tenga una Carmen
o un Carmelo.
¡Felicidades!
Mi querido Miguel Ángel: ¡Cuanto tiempo sin mandarte un comentario!, Quería llamarte para darte una muy buena noticia, "He sido abuela por tercera vez de un precioso niño llamado Héctor".
ResponderEliminarTe sigo, te leo pero voy acelerada por los acontecimientos.
Sí te apetece pásate por mi blog y ahí lo cuento todo.
Miguel Ángel ya también tuve un escapulario y aún tengo los que me regala mi cuñada que es monja Capuchina, sabes lo primorosas que son sus manos para estas cosas. Un abrazo muy fuerte, tan fuerte como el castillo Templario de Monzón.
María Luisa
También yo te visito y te leo, aunque no deje constancia.
ResponderEliminarMis felicitaciones a la mamá, a la abuela y a toda la familia. Y a Héctor, por nacer donde lo ha hecho. Será muy querido.
Y no le pongas ningún escapulario; que lo decida él cuando tenga ocasión.
Gracias por ese abrazo, que acepto en su totalidad. ¿Qué es Castilla sin Aragón, Isabel sin Fernando?