Tan alto como un castillo y desvergonzadamente joven. Pidió celebrar con
su familia. A la hora convenida, media docena de personas ocupaban algunos
bancos.
¿Cuál es tu nombre?
Se lo dije, sin recibir el suyo.
Estoy en San Sebastián, llevo allá
muchos años, aunque soy de aquí, – aclaró en su lugar.
Tengo preparada la liturgia del
día, –dije tras las presentaciones.
Ya lo miro yo, –me
contestó.
A la hora de ayudar a revestirle le pregunté qué color: ¿Verde o blanco?
Morado, aunque prefería negro.
Vas a usar el alba grande, la de José Velicia. Su cara no expresó
curiosidad. Aún así le di explicaciones. Ofrecí el cíngulo al revés, y él lo
corrigió en silencio. Salió de la sacristía de morado, sin más.
Entré sólo para dejar el lavamanil y salí.
A la vista de lo que había usado, se trató de un oficio de difuntos. Según
la vieja escuela, anterior a la reforma de Pablo VI.
¡Ufff, qué mala pinta tiene el asunto, Míguel!!!; parece que están proliferando los jovenzuelos anteriores a cualquier reforma y que a nadie le sorprende quiero decir, a tu obispo y ahora gran jefe de todos vosotros, por ejemplo, sólo a ti.
ResponderEliminarEn un pueblo llamado Beniarrés, véase el enlace que adjunto. Hasta las beatas más aguerridas abominan de sus formas y éste lleva incorporada a la madre. Más anterior a todo no se puede ser.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/01/10/actualidad/1389376099_543882.html
Besos
Qué lástima.
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