¿En qué mundo vives tú?



Vieja pregunta que no pretende una respuesta sino echar en cara a otra persona, generalmente de otro signo político, religioso o socio-económico, precisamente eso mismo, que está en otra parte, enfrente o de espaldas respecto de lo que quien la emite considera es la realidad.
Ocurre, sin embargo, que la realidad es algo difícil de determinar. Como la naturaleza, como el mundo, como tantas otras cosas. La vida incluida. Para entendernos, cuando pretendemos y buscamos hacerlo, usamos adjetivos, añadimos límites o especificaciones que indiquen qué aspecto, entre qué cotas, a partir de y hasta donde en el espacio o en el tiempo; porque de no hacerlo difícilmente conseguiríamos dialogar fluidamente.
Pero esto sucede en contadas ocasiones, y entre personas de buena voluntad. O de afinidades consumadas. De tal manera nos solemos agrupar, automática e inconscientemente, o buscando ávidamente a “los nuestros”, para no tener que dirigirnos esa misma pregunta a nosotros mismos: ¿cuál es mi mundo?
Si pecamos de susceptibilidad, o tenemos ya el colmillo, más que retorcido, hecho un tornillo rosca chapa, ante quien nos la espeta sin contemplaciones, ¡en qué mundo vives tú!, actuamos a modo de quien es injusta y zafiamente atacado. En este caso nuestro contraataque es inmediato. Ofendidísimos respondemos con insultos o con desprecio, altiva o amenazadoramente, echando en cara defectos manifiestos, recordando hechos feos del pasado, o poniendo sobre la mesa datos macroeconómicos imposibles de casar con las cuentas familiares del día a día.
Afortunadamente, yo vivo feliz y contento, seguro de saber dónde estoy. Incauto de mí, desconozco que fuera de estos límites esté la guerra. Me niego a aceptar aquel viejo dicho “homo homini lupus”. Porque es machista, en primer lugar. Porque es errado atribuir a un bípedo implume andar a cuatro patas, en segundo término. Y porque, para concluir, quien lo inventó hace mucho que está caducado, finiquito, caput.
Salvo que ocurra otra cosa: que seamos simplemente actores en acción; tras la cual y el consabido ¡corten!, salimos del plató en amigable camaradería para tomarnos un cafelito rebajado, que ya sabemos que el teatro es vida, y la vida es teatro, y desearnos lo mejor de lo mejor hasta la próxima en que también, cómo no, seguiremos hablando del gobierno.

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