Tercer misterio: La venida del Espíritu Santo


Mural de la Catedral de la Prelatura de São Félix do Araguaia, "Mino" Máximo Cerezo Barredo

Me gusta más expresarlo a mi manera, según el momento en que me encuentre. Al fin y al cabo, el rezo personal no tiene por qué estar atado a normal alguna. Así que hoy lo he titulado El Espíritu Santo anima a los discípulos de Jesús constituyéndolos en Iglesia. Hoy tocan gloriosos. Disfruto mucho con ellos. Y especialmente con éste.
Hay quien se pasa y usa el hebreo: ruah, que suena ruaj. Yo prefiero el castellano, viento, aire, brisa; cualquiera de ellos me vale. No me importa también seguir la tradición y decir espíritu, al fin y al cabo así nos entendemos la mayoría. Pero no usar pneuma, que me pone de los nervios siquiera sea por la de pinchazos en la bici que me han sobrevenido pillándome sin la caja de los parches a la mano.
Es la vida en su constante bullir, que nos lleva y que nos trae; que nos hace estar presentes en cada instante y circunstancia; que nos da la correlación de fuerzas que inciden, nos atraviesan y nos desparraman; que nos constituye según un orden y concierto o tan pronto nos sorprende con inusitadas novedades y arriesgados saltos de página. Que nos descompone cuando nos saca de quicio y nos descoloca. Que nos impide sestear a la sombra de la umbría en los duros calores. Que nos incita a pasar ratos largos de reflexión en las soleadas y quietas mañanas del frío invierno. Acción, reacción; arranque, pausa, parada y volver a empezar como si todo fuera comienzo cuando en realidad es continuación.
Sentirse vivo es la más gloriosa de la sensaciones. No te digo lo que será saberse capaz de vivificar, dar vida, generarla, renovarla, actualizarla, prolongarla. En esto me siento lego; apenas si alcanzo a conservarla, cuidándola y protegiéndola.
Contemplo el jardín, aún dormido, e imagino a Felipe, su creador. Tuvo momentos de gloria, un vergel. Ahora a duras penas se conserva. Si otro fuera el hortelano ¿sería más o sería menos? Cierto que unos plantan y otros riegan, hay quien siembra y quien cosecha, y hay también almacenadores de lo que no han trabajado. ¿De quién de todos ellos ha de ser la gloria?
Mi padre, que era fiel a sus principios, tuvo un solo almacenista de referencia, Antonio. De Fuentes de Nava, Palencia. Honradez por honradez, que no estaba al uso.
Ahora me pregunto por cómo ser honrado con la vida, la recibida, la entregada. Reconozco que la que han puesto en mis manos estaba en buenas condiciones. Dudo si a mi cuidado está siendo mejorada. Ahora, que compruebo que tantos de mis compañeros ya están para el arrastre*, me pregunto si la devolveré mejor que la recibí.
Consejos sobran, al menos a mí no me faltan. Me llegan de todas partes, incluso desde lo más alto; mismamente esta mañana papa Francisco lo ha dicho en la casa Santa Marta. Pero también a pie de obra, cuando vienen a pedir, o me recuerdan lo que debo y no debo hacer; cuando expresan que les gustaría tanto que me amoldase a sus pretensiones, o aceptando de buena gana o resignados lo que se ofrece por igual para todos.
Ser dócil a la vida, actuar responsablemente ante ella, vivir honestamente –curiosa palabra que escuché por primera vez en inglés, Honest to God, del obispo John A. T. Robinson– como lo hizo Dietrich Bonhoeffer, por ejemplo, como lo hace tanta gente que conozco que ni da cuartos al pregonero ni exige lo que no es capaz de ofrecer.
Y me voy corriendo, que Gumi tiene una urgencia. Termino, fecho y firmo. Sin rúbrica.

*Mi arcipreste, que además es el vicario del clero diocesano, acaba de enviarme por correo los nombres de los curas enfermos o ancianos, ingresados en hospitales y residencias, recluidos en casa o atendidos por familiares, con el ruego de que pase a visitarlos y en todo caso los tenga en mis oraciones. Al tiempo solicita disponibilidad para atender en domingos, festivos y Semana Santa a comunidades que se han quedado sin cura.

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