Jan van Eyck, Díptico de la Anunciación, c. 1433-1435. Óleo sobre tabla. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid |
Este díptico es un importante
exponente de la pintura en grisalla, donde Van Eyck renuncia
intencionadamente a la utilización de cualquier color primario y concibe
la imagen mediante la aplicación del blanco y del negro, creando la
ilusión de un grupo escultórico. La pintura forma parte de un conjunto
de obras de pequeñas dimensiones que pudo estar destinado a la devoción
privada.
Las inscripciones realizadas en los marcos son muy frecuentes en sus
tablas y aquí aluden al tema del díptico; en este caso recogen la
primera y última frase del diálogo entre María y el arcángel tomado del
Evangelio de san Lucas. Los marcos están pintados también por el artista
produciendo un trampantojo y un exquisito juego de molduras.
Sí, porque ayer fue
lunes, y así comencé mi rosario cuando, por la tarde y antes de que llegara la
chavalada, sacaba a Gumi & Berto a aliviarse y olisquear de paso por el
barrio. Rezar no sé si recé, pero pensar, vaya si lo hice. De nada valieron los
tirones que soporté, las paradas que me vi forzado a realizar; los pensamientos
se atropellaban dentro de mí, descontrolados, sin cabezada ni ramal, y me fue
del todo imposible ponerlos orden. Una vez más, resulté un desastre.
Había amanecido frío,
casi invernal, en tanto que por los ojos me entraba la primavera de los
almendros ya perdiendo la flor. ¿Es o no es? Me preguntaba, ocultando el rostro
en la bufanda y las manos ateridas en el fondo de los bolsillos. Si mejoró el
día, no conseguí apreciarlo. ¿Soy yo o es que el sol no logra despertar del
todo?
Más que el cuerpo,
era el alma la que se negaba a espurrirse. Un encogimiento extraño me
atenazaba. Y desgranando los misterios gozosos del santísimo rosario, no
encontraba rastro de entusiasmo por donde encarrilar mis avemarías.
Me negué a ver la tele, mas alguna escena se me coló de soslayo. Larga cola de madrileños y
madrileñas, rostros serios, alguna que otra lágrima no reprimida, palabras y
palabras y palabras. Silencio también.
De otra parte me
llega todo lo contrario: no es lo que parece. La historia, que coloca a cada
quien en su lugar, también puede se manipulada para dar otra versión.
Año 1975, noviembre.
Fidela, mi ángel de la guarda en aquel pueblo, llora suavemente. En silencio
nos atiende a la mesa; y, mientras comemos el cocido que tocaba, un torozón por dentro nos oprime. No está claro si nos dolemos o es alivio. Y ahora ¿qué va a
ser de nosotros? Atado y bien atado. Pero no teníamos otra sensación sino la
incertidumbre de un pasado que pudiera volver a repetirse; y ella había perdido
al padre, peón caminero, arrebatado vilmente en la misma cuneta a su cuidado.
No me queráis tanto y
votadme más. Si lo dijo o no lo dijo, ahí están esas palabras. Humillante
derrota en las urnas, no importa si luego era aclamado. Y también en los
despachos. ¿O eso fue traición?
Intento no dejarme
llevar por la evidencia, sabiendo que las apariencias tantas veces engañan. Que
un abrazo puede ser también trampa mortal; un beso, rechazo; una mirada,
asesina; un aplauso, despedida; una palabra, pesada losa que sepulte en el
olvido.
Tras veinticinco años
de paz… llegaron cincuenta años de silencio y olvido. En aras de la
convivencia, sí. Y de la modernización y el progreso, también. De la democracia tutelada primero, luego ¿descafeinada? Y ¿dónde
está, dónde encontrar la necesaria reconciliación?
Una libertad sin
cadenas… puede que la tenga Dios. Una libertad sin ira, si no está dignamente
aderezada y adecuadamente adobada, ¿es primavera o es invierno?
Anunciación en gris,
óleo que parece piedra, trampantojo sobre el misterio, gozo e inquietud a un
tiempo, la siempre incertidumbre de la vida que bulle a pesar de todo.
A la vuelta del
paseo, comentando que la Eucaristía es un Comida sobre la Mesa Común, y respondiendo a sus preguntas, descubro que los niños y las niñas están
inquietos/as por otros asuntos que a los mayores se nos escapan o ya no nos
interesan ni nos corresponden:
–Oye, míguel, ¿por qué
te bebes tú lo que queda?
–Y si mastico, ¿qué?
–¿A qué sabe eso?
Descafeinada, Míguel, descafeinada.
ResponderEliminarBesos