¡Se callen, coño!



Desde aquello que dicen que dijo Saulo de Tarso, alias Pablo, “de que” las mujeres que se callen, tengo que emigrar hasta mi infancia adulta, en el convento, donde el silencio era virtud y hablar una falta grave que había que purgar a la vista del personal.
Luego vino aquello de se sienten, también ¡coño!
Ahora me encuentro con que mi máxima satisfacción sería que nadie se callara; o sea, que todo quisque se expresara.
Pero… va a ser que no. Y cuando es que sí, siempre hay alguien que sale “por peteneras” y entonces otro alguien va y me dice “ves, miguelangel, eso pasa por abrir la caja de pandora”, que es como echarme en cara de que cada quien diga algo venga o no a cuento del asunto de que se trate.
Me lo paso pipa cuando enchufan la alcachofa a la boca del personal;  tanto si son los de la tele como si de la radio. Hay personas que se desmelenan de tal guisa que dan ganas de poner en “mute” el dichoso mando. No así cuando son los peques los sujetos agentes de la parlanchina; hay que verlos, con qué desparpajo hablan o cantan. Se ve que tienen madera.
Sin embargo, a veces ocurre que se escuchan cosas muy interesantes y otras que no. Pero es que no hay que darle demasiadas vueltas al asunto; tras tantos millones de años transcurridos desde que el mundo es mundo, nada nuevo hay bajo el sol; encontrar algo a estrenar en este campo no es que sea empresa irrealizable, es que no damos para más. Menos mal que nadie exige sus derechos, porque de ocurrir así, entonces sí que tendríamos que callarnos por no tener con qué pagar.
En mi calle no hay ese problema. Cuando alguien tiene algo que dar a saber al resto del vecindario, sale, lo dice y tras esperar un rato por si hay respuesta, vuelve a meterse en casa con la tranquilidad de los deberes hechos. Ocurre con frecuencia que al discurso se abren puertas y ventanas, y se inicia un a modo de asamblea abierta e indiscriminada; y de una cosa se pasa a la otra hasta terminar dándole un repaso a la entera actualidad; del barrio, por supuesto; el resto casi no interesa.

Yo antes hablaba mucho con Moli, que es que la gustaba conversar; a su manera, por supuesto. Ahora con Berto es imposible, porque siempre está adormilado o a su bola. Y con Gumi no hay manera, porque me mira con su carita de pillo y me corto; es que se me acaba el hilo y sólo me apetece darle un achuchón y dejarle correr por el jardín.
Antes muerto que callado. Es mi lema. Porque al fin y al cabo qué es la vida si nos quitan la palabra…

2 comentarios:

  1. ¡Ay Miguel Angel! Estoy de acuerdo contigo.
    Antes muerta que callada y que no nos falte la palabra.
    Besos.

    ResponderEliminar
  2. Hablar es un gran placer. Y a veces, incluso alivio y necesidad.

    Como no tenemos hábito y educación en esto de hablar y escuchar, hay personas que aprovechan cualquier oportunidad para expresarse. Si te cogen por banda, estás apañado/a.

    Pero resulta reconfortante cuando ves qué cosas te cuentan, de su vida y sus penas.

    ResponderEliminar