Pues lo dice él,
Ignacio Ares, así que debe ser cierto. Todos podemos, también yo, saber de
Egipto tanto como él.
Este leonés,
estudiante de Historia Antigua en la Universidad de Valladolid, Egiptólogo por
la Universidad de Manchester, director del programa radiofónico SER Historia y
profesor en el Instituto Bíblico y Oriental, además de investigador a pie de
obra en misiones arqueológicas en el Valle del Nilo, afirma que “la existencia
de bibliotecas virtuales de libre acceso a través de Internet permite que todo
el mundo pueda consultar publicaciones antaño imposibles con un simple clic
desde un ordenador doméstico o incluso un teléfono móvil”. De ahí a decir que
todos podemos considerarnos, cubiertos con un salacot y piqueta en mano,
egiptólogos de toda la vida, hay un simple paso.
Sus palabras acabo de
leerlas en la introducción del número de Reseña Bíblica que el correo ordinario
acaba de dejarme. Trata todo él precisamente de Egipto y la Biblia. Y me ha
llamado la atención que todos los firmantes de los artículos que lo componen ni
me suenan. Que digo yo que ya es casualidad.
Digo esto porque es
verdad que a mi Egipto y la egiptología me pilla muy de lejos. Vamos, en el
siglo XIX o en los albores del XX. Lo más cerca que he vivido de todo ello fue
aquel programa de TVE en el que un señor muy versado nos dejó a todo el
personal de este país ojiplástico y perplégico con la nariz pegada al televisor
durante varias semanas. Lo sabía todo, absolutamente todo, sobre Egipto y sus
faraones.
¿Se llamaba tal vez
Un millón para el mejor o De 500 a 500.000? Que no lo recuerde indica por qué
tampoco soy capaz de distinguir Amenhotep III de su hijo Akenaton. Por más que
Nefertiti esté justo en medio de ambos.
Este medio, con todo
su enorme caudal de información al alcance de la mano desde el sillón bol de
nuestro cuarto de estar, nos está haciendo creer que dominamos todos los
saberes, que somos el culmen de la ciencia y que nuestra opinión no tiene
rival. Por todo lo cual, “dime lo que quieras que yo te responderé con lo que me de la real gana”.
Y no. Ignacio Ares
sabe un huevo y medio del otro sobre Egipto y sus faraones. Lo demuestra y
además se expresa divinamente. Y no puede hacerme creer que yo sé o puedo saber
tanto como él, porque es sencillamente imposible.
Pasa lo mismo sobre
el resto de cuestiones. Porque no es suficiente tener a mano la mayor
biblioteca de la historia. Hay que habérsela leído antes, y luego conseguir
encontrar lo que buscas, porque sabes relacionar unos temas con otros, porque
en un proceso inductivo y en otro deductivo, no eres simplemente un loro que
repite lo aprendido a base de memoria, o una persona mañosa que copia y pega sin tener que fabricarse las chuletas, sino que con inteligencia y raciocinio,
has elaborado lo que anteriormente te has tragado. Aquí rige lo de apretar los codos. Como también toda buena digestión presupone “la comida reposada y la cena paseada”.
No, Internet no me
permite creerme que todo lo puedo, que todo lo sé y que de cualquier cosa bajo
el cielo tengo palabra suficiente.
A lo más, una simple
opinión. Sólo eso.
A mí, cuando me
vienen diciendo que, según el barómetro del CIS, en España pensamos sobre… ¡me
entran unos escalofríos!
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