Desde que tengo el
deber de hacer en público reflexión sobre la liturgia dominical, siento que no
sé, que no lo hago bien, que no encuentro el punto por el que empezar, que ya
me gustaría que me lo evitaran, que unas veces porque no me dice nada y otras
porque son tantas las alternativas, que vaya papelón que tenga que ser yo el
que hable y el resto a escuchar. A mí no me ocurre lo que a Pablo, que le
quemaba si lo callaba.
Por eso, desde
siempre, he buscado ayuda. Al principio, a ocho manos. Con el Facun, el Domicio
y el Míguel. Luego, en solitario leyendo otras ideas, cribándolas,
zurciéndolas, digiriéndolas; para procrear algo propio, ni mejor ni peor,
cosas personales.
Nunca me ha resultado
fácil. He necesitado tiempo, bastante, mucho más de lo que, dicen, emplea una mayoría.
Entre otros he
chupado rueda de Galarreta. José Enrique Ruiz de Galarreta, de nombre rimbombante, ofrecía
semanalmente sus homilías que aparecían multiplicadas por diversos lugares de
Internet. Y yo me he aprovechado.
Tardé en ponerle cara
a la persona. Ahora sé un poco más, no demasiado. Hace un mes que falleció.
Jesuita, navarro, delicado de salud. Demasiada sabiduría, demasiada palabra, demasiada
hondura. Sólo le birlaba alguna cosilla, de vez en cuando, sólo y apenas.
Ahora veo que ya no
estará ahí, cuando me haga falta compulsar ideas, planteamientos y desarrollos.
También supongo que es una alternativa menos que se posicione frente a la mía,
que es la única que va a oír la mayor parte de las personas que me escuchan.
Pero hay una pequeña
porción que ya viene con los deberes hechos; tiene datos, sabe de otras
opiniones, incluso ha llegado a sus propias conclusiones. Aún así, espera la síntesis
que yo pueda ofrecer. Y en esta tesitura, ¡tantas veces me encuentro abrumado!
Así que no sé si
alegrarme o entristecerme. Lo primero, porque Galarreta ya llegó a la meta que ansiaba. Lo segundo, porque empiezo a verme como aquel albañil al que le van
desapareciendo paulatina e irremediablemente paleta, llana, caldereta… Tengo
que afianzar mi andamio, al menos que mi integridad física no peligre.
Al paso que va, esto
terminará por ser un obituario.
Miguel Angel, no te hace falta nadie.
ResponderEliminarHola, José Luis. No te creas, todos necesitamos de todos. Especialmente de algunos muy especiales. Si sólo hubiera tropa…
ResponderEliminarGracias por tu amable apreciación.