Un buen asiento para un buen culo



Como casi toda mi vida colegial la pasé en el convento, en casa disfruté sólo de cama, cubierto y servilleta propios; el resto era comunal. Por eso cuando me salí de allá, para estudiar usaba el cuarto de estar, en la mesa de comer; o el cuarto del piano, sobre las teclas. Hasta que mi madre dijo basta, a este chico hay que buscarle acomodo. Y una mañana me llevó de compras y volvimos con un a modo de mueble librería cuya puerta se abatía y hacía de mesa. Los libros dentro, ocultos o a la vista, según como estuviera el tablero que los cerraba. Así entré en posesión de aquel salón, a medias con mamá. Cuando ella tocaba, yo escuchaba. Cuando yo estudiaba, ella dormía porque era muy de noche. Las clases eran por la tarde, y a mí nunca me ha gustado estudiar por la mañana.
Tenía un defecto, sin embargo, que en el comercio no dio la cara: aquella mesa era demasiado alta. Así que durante un tiempo usé el silletín giratorio del piano para estar a la altura. Pero luego me armé de valor y en una tienda de material de oficina que había en la antigua calle de la Constitución adquirí una silla de mecanógrafa, –perdóneseme pero así se llamaba entonces–, en escay negro.
La usé durante muchos años, incluso cuando a la vuelta de los madriles cursé empresariales. Luego me fui, y la perdí la pista.
Cuando volví a estar en casa, era mi hermano quien la disfrutaba con el ordenador. Y más tarde, mi madre, para ver la tele.
Como luego todo resultó ser mío por quedarme con la casa familiar, la silla volvió a ser de mi propiedad. Pero altamente deteriorada. No sólo el uso giratorio estaba encasquillado; el escay estaba acartonado y roto. ¿La tiro o la dejo? Y como no me he desecho de nada, salvo de lo que era del todo punto imposible sacar partido, la silla quedó.
Ahora me la he traído para esta casa. Y a fin de hacerla usable con dignidad, la he tapizado. ¿Cómo? En cuero negro. Una vieja prenda que alguien dejó en la nave, entre la ropa que traen y se llevan según necesidades, harta de dar vueltas y no llevársela nadie, ha servido para este menester.
Así luce esta silla sencilla, pero confortable. ¡Menudas notas he sacado apoyando mis posaderas en ella mientras los codos se apretaban con rabia*!

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*Un profe de filosofía que tuve solía decir para estimularnos a estudiar su asignatura: “Apretatis codis, discurrit que rabia”. Pues eso mismo.

2 comentarios:

  1. Te ha quedado perfecta, como de profesional, muy elegante a la par que cómoda, tal parece al menos.
    Tiene una pinta estupenda.

    ¡Que la disfrutes con salud tantos años como los que tiene o más!!.

    Besos

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  2. Harto de sentarme sobre plástico, no sabes la de almohadas y trapos que pongo entre medias para no quedarme pegado o sudar incluso en invierno. Ahora casi lamento tener que levantarme de lo a gusto que me encuentro.

    Realmente el cuero tendrá ahora mala prensa, por eso del maltrato animal. Pero es muy confortable. Como una segunda piel… ;=)

    Tantos años más es demasié. Si fuera así batiría el record de longevidad y nos tendrían que poner a silla y escribano en algún museo de la memoria.

    Besos

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