Es lo que hay

 

Imposible competir con el autor del Génesis, que, tras ofrecernos una encantadora y encandilante versión abreviada del origen y evolución de todo cuanto hay, pone en boca del Creador, mejor dicho en su mirada, día tras día aquel «Y vio Dios que todo estaba bien. Y atardeció y amaneció el día x».
Porque si todo aquello «era bueno», no se me ocurre qué manera tengo que adoptar u adaptar para que mi mirada vea lo que ve, si no directamente malo, tan manifiestamente mejorable.
Y no es que las circunstancias personales hayan influido negativamente, que pudiera. Tras el silencio premonitorio de la víspera, con el personal apresurándose a llegar a donde quiera que fuera el lugar donde zamparse las uvas y escanciar las copas últimas o primeras, cuando las agujas coincidían en la verticalidad más infinita, fue el pandemónium total. Parecía que las estructuras del orbe se removían desde sus entrañas, que los fundamentos del universo se rompían en pedazos, que las vísceras de todo cuanto existe se volcaran más allá de los propios límites imaginables.
No sé cuánto duró. Gumi se me apretó, el pobrecillo, y yo le acobijé maternalmente. Así pasamos un largo, muy largo rato.
Cuando todo volvió a la calma, nada parecía haber ocurrido. Silencio. Quietud. Pero no. Hubo consecuencias. Casas quemadas, vidrios rotos por el suelo, olor a pólvora, montones de basura, personas tuertas, algunas incluso fallecidas.
Aproveché en lo que pude a seguir leyendo a don Claudio, hasta finiquitar su Anecdotario. Conclusión: Nihil novum sub sole. En este caso, mejor decir in pluvia.

SEÑORÍOS

Mi madre no amamantó a ninguno de sus nueve hijos. Mi nodriza fue una fuerte labradora de Solosancho. Situado éste a más de cuatro leguas de Ávila, desde el destete –con acíbar y en Aranjuez– Ignacia acudía cada verano a verme y a solicitar ayuda pecuniaria de mis padres. No era yo aún estudiante de bachillerato cuando mi ama de cría se presentó lacrimosa a pedirme algunos duros.
-No puedo más, Claudio. Estoy en la miseria; he debido vender las puertas y las ventanas de mi casa -me dijo.
-Pero estás loca -le repliqué-. ¿Por qué has vendido sólo las puertas y las ventanas de tu casa?
-La casa es del duque.
No comprendí a la sazón la triste realidad que encerraban sus palabras. Cuando en 1911 escuché a Hinojosa comentar el Fuero de León, y más aún cuando leí otros fueros municipales, supe valorar la tragedia de Solosancho. El pueblo era de señorío del duque de la Rosa, y sus moradores vivían en las primeras décadas del siglo XX como los labradores de Solango del XI y del XII, quienes sólo eran dueños de las maderas que empleaban en las ventanas y las puertas de sus pobres moradas. (pág. 29)


CON LOS PARAGUAS

Los republicanos estábamos divididos en una serie de facciones a veces enemigas. Había tres partidos radicales socialistas -los de Marcelino Domingo, Gordón Ordás y Botella Asensi-, Acción Republicana, el partido radical, el conservador de Maura, los federales, la Orga, la Esquerra, los socialistas… y la enumeración es incompleta. Naturalmente, perdimos las elecciones. Pero los mismos que con sus intransigencias habían provocado la catástrofe no se resignaban democráticamente a la derrota. Cada tarde asediaban a Azaña en el Salón de Conferencias del Congreso con la misma cantinela
-Don Manuel, esto es intolerable, no podemos vivir así, hay que hacer la revolución, hay que echarse a la calle.
Azaña les escuchaba impávido, sonreía, procuraba calmarles. Pero no le dejaban en paz. Una tarde de lluvia madrileña le asediaron como nunca
-No y no; esto no puede seguir así. Don Manuel, decídase. Hay que lanzarse a la revuelta. Hay que echarse a la calle.
Azaña se hartó. Se levantó y les gritó:
-¡Vamos, ahora mismo, a la revolución, con los paraguas!
Eran las únicas armas con que podíamos echarnos a la calle. (pág. 173)


FIN DE UNA DÉCADA
En el muelle me han dicho ¡adiós! mis hijos. El Serpa Pinto levanta anclas y se desliza por las aguas tranquilas del Tajo. Un momento contemplo la complicada orografía lisboeta, luego penetro en mi cabina, me tiendo en el lecho y, a la velocidad del pensamiento, veo desfilar por mi memoria el film zigzagueante de mi vida y de la vida de España durante los últimos diez años.
1940. Noviembre. Empezaba otra década para mi patria y para mí. Europa quedaba atrás y, con ella, más de la mitad de mi existencia. Hombres ambiciosos, sucesos desdichados, esperanzas fallidas, desoídas advertencias, errores tácticos, torpezas, sañas… todo se fundía y se confundía en mi recuerdo mientras soñaba despierto y el pequeño barco bailaba a su placer al hendir las aguas del Atlántico.
Mi pesimismo temperamental no me permitía forjarme ilusiones. Me esperaba la soledad y una vida difícil durante muchos años. La realidad ha superado, empero, todas las desesperanzas de aquellas horas. Treinta años después de mi salida de Lisboa no me sostiene la ingenua y pueril ilusión que algunos alientan aún de volver a España victoriosos. El mañana no nos pertenece, sino a las nuevas generaciones. Ese mañana no se dibuja aún en el confín del horizonte. Y, como no he de quebrantar mi dignidad, moriré en el destierro.
¿La historia maestra de la vida? No sé. ¿Mis recuerdos servirán de algún provecho a las nuevas generaciones? Lo dudo. Pero, ahí van; en parte, porque mi temperamento de historiador me ha forzado a hacerlos públicos; en parte, por si su conocimiento puede contribuir a evitar los escollos, en donde nosotros tropezamos, a quienes mañana vuelvan a comenzar nuestra aventura.
Sé que estas páginas irritarán a muchos de quienes navegaron en la misma carabela de la República. Y no descarto la posibilidad de que nuestros enemigos las utilicen contra lo que nosotros fuimos y significamos. Es habitual no reconocer los propios errores y des-cargar en el adversario toda la culpabilidad de nuestros fracasos. Y lo es también desfigurar la realidad para justificar atropellos y violencias planeados por egoísmos, miedos, odios… El estudio del ayer al que he consagrado mi vida me ha mostrado muchedumbre de casos de ambas flaquezas humanas.
Creo, empero, cumplir un deber al publicar esta doble colección de anécdotas. A los españoles de ayer, de hoy y de mañana quiero recordar que la historia no está nunca conclusa. No lo olviden ni los unos ni los otros. Sobre todo quienes, acaballados sobre la España de hoy, no han visto aún el fin de su ciclo histórico, y no valoran, como no valoramos nosotros, la fuerza del adversario y el equilibrio internacional del instante. El panorama internacional les es hoy tan adverso como nos fue a nosotros el de 1936 y les será más adverso cada año.
¿La historia maestra de la vida? No sé. Ahí van mis 260recuerdos para que se sepa cómo ocurrieron algunos sucesos. Para que se pueda juzgar a algunos hombres. Para que no se ignoren los errores que los republicanos cometimos al creer que estábamos solos en España. Para que se recuerde que cada país en cada instante de su vida, debe contar con su geografía y con su ayer. Para que no se alienten torpes ilusiones ni se vuelvan a cometer las mismas flaquezas. Para que se desconfíe de los hombres providenciales; muy pocos lo han sido en la historia y el egoísmo de muchos ha solido ser catastrófico. Para que los caudillos se abroquelen contra la adulación y pongan en cuarentena promesas y seguridades. Para que se escuchen las voces de los segundones, a veces más anclados en la realidad que los grandes orgullosos. Para que se estime en lo que vale el diálogo, la tolerancia y el contraste en libertad del juego de las ideas. Para que cuando ese diálogo no sea posible no se vacile en actuar con firmeza a tiempo de evitar la guerra intestina. Para que se busque por todos los caminos la paz fraterna, porque las heridas del odio no cicatrizan nunca o cicatrizan muy despacio. Para que no se olvide que hay siempre un mañana en el cual el ayer al parecer más opresor o más revolucionario ha llegado a ser juzgado como un rosado paraíso de delicias por quienes peor le soportaban, porque el presente es aún más duro y cruel que el sombrío pasado. Para que nadie espere detener el inexorable correr de los años y nadie confíe en poder acelerarlo a su capricho. Y ello a un lado y otro de la barricada que aún nos separa.
Perdón. He ido demasiado lejos al valorar las posibles proyecciones de este librito frente al futuro. Estoy seguro de que estos recuerdos no pueden brindar todas las enseñanzas registradas. Quizá no sean, empero, inútiles las reflexiones que ellos me han provocado al reunirlos; reflexiones que aquí hago notorias. ¿Lecciones de un conservador? Tal vez. De un conservador de los altos valores de la cultura occidental, en la que «un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo», como escribe San Juan de la Cruz. De la civilización, que no es incompatible, sino indispensable plataforma para acometer los cambios de estructura cada vez más necesarios si queremos evitar el avasallamiento de los pueblos por dictaduras que implican siempre un avasallamiento espiritual. Para acometer tales cambios manteniendo incólume la plena libertad integral del hombre. ¿Lecciones de un conservador? Tal vez. Pero de un conservador que cree a la historia hazaña de la libertad y a la libertad consustancial con la misma condición humana.
No es fácil desenredar la madeja de los problemas nacionales. Mas, sea cualquiera el futuro histórico de mi patria, vuelvo a invitar a todos a meditar sobre el pensamiento de Ibn Hazm de Córdoba: «La flor de la guerra civil es infecunda.» Y a repetir con él: «Lejos de mí la perla de la China, me basta con el rubí de España.» (pág. 259)

Ya por la mañana va y me dice, con su lección de historia, “cien años que empezó la guerra del catorce”. Intento entenderle, pero no lo consigo. “!La primera guerra mundial¡” Caigo por fin en la cuenta. Es que este hombre cuanto más envejece más atrás se va, pensé sin decir pamplona. Ladis es así, no muy distinto de los demás.
Luego, en la tarde, alguien descargó su stock de congelados en la nave, porque ha de hacer sitio para la matanza. “A alguien le puede venir bien”. Y fiesta o no, hubo que hacer ajustes y colocar las cosas para que tuvieran alguna utilidad.
Y juguetes. Muchos juguetes. Para los niños. Son los reyes que ya vienen.
Menos mal que esta segunda noche ha sido placentera y tranquila. He dormido a pierna suelta. Nada como hacerse una lavativa y luego vigilia completa para sentirse completamente renovado.
Sigue lloviendo.
Con tijeras y pinturas, recorta, colorea y coloca, mientras cae la lluvia

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