¿Buenos principios?



AZAÑA

Cortes Constituyentes. Pléyade de oradores. Uno era admirado por la profundidad de su pensamiento y por la belleza de su pluma y de su palabra. Un grupo era conocido por sus intervenciones en los parlamentos de la monarquía o por sus oraciones políticas en reuniones populares. Algunos juristas y profesores se habían destacado en la cátedra y en el foro. Azaña fue el hombre nuevo y la oratoria nueva. Su discurso en la Plaza de Toros había mostrado lo excepcional de su talento y de su estilo oratorio. En las Cortes se destacó en seguida. 14 de octubre de 1931. Estaba propuesta la disolución de las órdenes religiosas por el voto mayoritario de los partidos radical, socialista y radical-socialista. Azaña era agnóstico. Habían sido disueltas siempre que la izquierda había gobernado España. El anticlericalismo era en ésta tan cerril como el clericalismo. Cuando Azaña se levantó a hablar le temblaban las manos, firmemente apoyadas en el pupitre del «Banco Azul». Inteligente y valiente discurso. Las derechas todavía descargan sus iras contra él y tergiversan su contenido. Sus palabras produjeron gran impacto en el Parlamento. Los socialistas pidieron que se suspendiera el debate porque habían cambiado de opinión. Fueron lamentables las frases de Baeza Medina que, en nombre de los radicales-socialistas, se opuso al aplazamiento gritando: «¿Pero aquí venimos a discutir o a votar?» (pág. 135)


PLÁTICA CON MI MADRE

Después de escuchar el discurso de Azaña de la tarde del 14 de octubre, marché a Ávila a abrazar a mi madre que el 15, día de Santa Teresa, celebraba su santo.
-Lee lo que acabo de escribir -me dijo en seguida.

Misión tan delicada
Pusiste sobre mí
Que sin querer, Dios mío,
No la supe cumplir.
Fui madre cual ninguna
En cariño y amor,
Procuré que mis hijos
Fueran todos a Vos.
Señor, si se extravían,
No me culpes a mí.
Perdónalos, Dios mío,
Que ellos vuelvan a ti.

Al morir en África mi hermano, «todo el dolor del mundo» resonó en su corazón, como ella misma dijo, y, de repente, como resultado de su crisis sentimental, comenzó a brotar de su alma desgarrada por la pena un hilo triste de lamentos poéticos por el que fue vertiendo sus congojas, en forma de oraciones las más veces.
Leí su poesía, la besé y la dije:
-Me has emocionado, pero eres un poco injusta conmigo. Yo no me he apartado de Dios. Él me ha dado tu fe ardiente y la fe de todos los nuestros. Pero esa fe no es incompatible con mis ideas políticas. No te ofendas si te recuerdo que tus antepasados fueron «de la cáscara amarga», como se decía vulgarmente. Supongo que no habrás olvidado a tu bisabuelo Jacinto, progresista y francmasón; a su hermano, el tío Sergio, comandante de milicias y gran Oriente de la masonería, y a tu abuelo Pedro, debelador de los carlistas; tú me has dado esta sortija con el escudo de Lodosa donde les derrotó jugándose la vida. Luego he sabido que fue uno de los coroneles incondicionales de Prim. Tú me has contado la religiosidad de todos y ahí, en ese armario, tienes el pañuelo de seda que encontramos en el ataúd del primero, cuando, al trasladarle de cementerio, le hallamos incorrupto con su frac y su chaleco de terciopelo intactos medio siglo después de enterrado; tú le tienes por santo. Yo no lo soy, pero tampoco soy impío. Y, gracias a Dios y a ti, seguiré siendo creyente mientras viva. Hay que distinguir, madre, entre religiosidad y clericalismo.
La abracé, me besó, lloró y me dijo
-No olvides, sin embargo, mis versos. (pág. 138)

No es una irreverencia, tampoco es procacidad; no es un guiño a lo políticamente correcto, mucho menos una “boutade”.
Es el producto de mi lectura de esta noche, aprovechando que Gumi teme a los petardos como alma que busca el diablo, en que he tenido que recluirme antes de tiempo en mi cobacha y trancar contra el mundo externo puerta y ventanas.
No he podido por menos de atender a las palabras de Don Claudio, y copiarlas, porque estimo que sirven, o pueden servir, al menos en lo que a mí me concierne, como guía para este año 2014 que recién ahora comienza.
No se trata más que de una simple opinión. La suya, y también la mía. Así somos, señora; así soy, señor. No se molesten ustedes si sólo me tomo la libertad de expresarla.

¡Feliz año 2014!

No se pongan así, perdonen mi descuido. Pueden leer esto en Anecdotario Político, Editorial Planeta, Colección Textos. Barcelona 1972.

Lo que no está ahí es el discurso de Manuel Hazaña. Por eso, y para ahorrar la pérdida de tiempo en su busca, lo coloco aquí por el ya previsto procedimiento de copi/pega:
  
DISCURSO DE MANUEL AZAÑA SOBRE EL ARTÍCULO 26 DE LA CONSTITUCIÓN


“( … ) Me refiero a esto que llaman problema religioso. La premisa de este problema, hoy político, la formulo yo de esta manera: España ha dejado de ser católica. El problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva e histórica el pueblo español.
Yo no puedo admitir, Sres. Diputados, que a esto se le llame problema religioso. El auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la conciencia personal, porque es en la conciencia personal donde se formula y se responde la pregunta sobre el misterio de nuestro destino. Este es un problema político, de constitución del Estado (…), porque nuestro Estado, (…) excluye toda preocupación ultraterrena y todo cuidado de la fidelidad, y quita a la Iglesia aquel famoso brazo secular que tantos y tan grandes servicios le prestó. Se trata simplemente de organizar el Estado español con sujeción a las premisas que acabo de establecer.
Durante muchos siglos, la actividad especulativa del pensamiento europeo se hizo dentro del Cristianismo, el cual tomó para sí el pensamiento del mundo antiguo y lo adaptó con más o menos fidelidad y congruencia a la fe cristiana; pero también desde hace siglos el pensamiento y la actividad especulativa de Europa han dejado, por lo menos, de ser católicos; todo el movimiento superior de la civilización se hace en contra suya (…)
España era católica en el siglo XVI, a pesar de que aquí había muchos y muy importantes disidentes, algunos de los cuales son gloria y esplendor de la literatura castellana, y España ha dejado de ser católica, a pesar de que existan ahora muchos millones de españoles católicos, creyentes”.
Manuel Azaña. Ministro de la Guerra. Sesión de Cortes. 13 de octubre de 1931.

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