Y Blanca recibió el Bautismo




El hombre propone y Dios dispone, me soltó hace apenas nada el padre que venía junto con la madre a solicitar el bautismo para Blanca. Les estaba esperando, porque el tiempo apremiaba y las fechas se apelotonaban con urgencia. Pensaba yo, iluso de mí, hacerlo de otra forma, más a ritmo con la catequesis que estaba recibiendo, y dando al grupo –cuarenta y siete rapazuelos/as y sus catequistas– participación y ocasión de celebrar y vivir el Bautismo que todos ellos dentro de muy poco, a la vuelta de las vacaciones, iban a recordar y revivir.
Pero no ha podido ser.
Incluso pretendía yo, cándido de mí, que Blanca experimentara la suerte y la gracia de haber podido elegir, de decidir por sí misma, que la habían dejado esa oportunidad. Pero tampoco.
Se trató, simplemente de un atraso por circunstancias diversas, unas encontradas y otras ya previstas. Enfermedades, trabajo, cambio de domicilio, ausencia de alguna persona imprescindible… En fin, que lo fueron dejando para más adelante, hasta que se dieron con el muro.
La pared no fue obstáculo. Al contrario, fue aprovechada cual trampolín para hacer a Blanca una fiesta, ya que ella se prestaba y lo quería. Y con la iglesia abarrotada por la feligresía, con el cura al borde de los nervios por culpa de quienes a última hora quieren hacer una consulta o colocar un ramo de flores o hacer sugerencias varias, con el reloj remarcando la hora, empezó a ceremonia.
Gestos, cantos, moniciones, lecturas, plegarias e himnos fueron preparando cada signo bautismal, que Blanca fue recibiendo sobre su persona a la vista de todo el personal, aguantándose la vergüenza –eso lo dijo al terminar– que le producía estar tan en el centro de todo. Incluso al recibir el agua ella misma se recogió el cabello e inclinó dócilmente su cabeza para ser ungida y consagrada como miembro de un pueblo que lo es, de profetas, sacerdotes y reyes. Bautizada en el agua y en el Espíritu.
Antes, ofreció su frente para ser signada con la cruz por cuantas personas tuvieron a bien acercarse a darla la acogida, y se descubrió el pecho para ser oleada catecúmena siquiera por unos breves momentos.
Y después, dejó colocarse la vestidura blanca símbolo de la realidad nueva para ella que acababa de descubrir, y agarró con fuerza la vela encendida desde el cirio pascual, decidida a llevar la Luz que ahora iluminaba su existencia y la convertía a ella en luminaria para sí y para los demás.
Ni que decir que recibió un aplauso cerrado y duradero, que acabó aflojando los nervios que tenía atenazados desde el principio.
No importó el exceso horario. Esta vez el acontecimiento lo requería.
Si tuviéramos otro hijo, dijo el padre ya en la calle, no lo dudaba. Que decida él y viva su bautismo como lo ha vivido su hermana.
Ya a solas conmigo mismo, pienso en las catequistas de Blanca. Durante tres años la han conducido y ayudado a prepararse para este momento. Se alegrarán por supuesto. Pero lamentarán no haber estado presentes.
El día trece, lunes, a las seis y media lo arreglaremos. Por tutatis.

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