En realidad mi casa
entera y cuanto alberga –incluido quien escribe– tiene historia; y puede que
nos encontremos en el quinto o sexto reciclado. Pero hoy toca hablar de las
persianas; no en vano es lo último que he adecentado aplicándolas una abundante
y rejuvenecedora mano de pintura.
Me las encontré
cuando llegué. Eran la única defensa de las ventanas de aquella vivienda
abandonada tiempo ha. Por la parte de fuera, quiero decir; que por dentro
tenían contraventanas, y las siguen teniendo porque son las que hay, las
conservo tal cual.
Pero en una calle en
tierra, con mucho cascajo suelto, sin persianas los cristales habrían estado
demasiado expuestos; y también para proteger la madera de la lluvia, rara por
estas tierras, y sobre todo del sol, duro en verano y también recio en invierno
y demás épocas del año.
Así que las asumí tal
cual estaban, verdes como casi todo lo que había pintado por entonces en estos
lugares. Me pareció darlas un toque de seriedad, y cambié al marrón oscuro. Abdón,
el del taller de enfrente, me brindó su compresor y la correspondiente pistola,
y aprendiendo el oficio, las cambié de color como diciendo, a partir de ahora
este lugar pasa a ser “noble”.
Ni que decir tiene
que antes hube de recomponerlas, porque estaban las pobres hechas unos
pingajos. Con diez o doce “fabriqué” las que ahora uso, y así han lucido desde
entonces.
Esta es la triste
historia de unas persianas que primero fueron verdes, luego marrones y ahora
han pasado a ser “tabaco”. Fluir de la vida, que dijéramos.
Sin embargo, las
persianas no interesan, aquí lo verdaderamente importante son las rejas, vedlas
que rotundas aparentan. Y esta sí que es una historia que, además de verídica,
es edificante.
Con una subvención
del ministerio de cultura de los años setenta adquirimos un megáfono, muy útil
para los campamentos, y un proyector de super ocho, mucho más útil para los
inviernos en La Cañada. Si con el primero nos hacíamos oír en medio de la
campa, con el segundo matábamos las tardes de los domingos viendo pelis y
riéndonos con el Gordo y el Flaco, con Charlot y con el Llanero Solitario.
Guardábamos ambas
cosas con todo el mimo del mundo, porque eran valiosísimas. Resultó que nos
pasamos a los locales que ahora son parroquiales, entonces ni se sabe bien qué
eran. Y las trajimos para acá.
Cambió la junta
directiva de la asociación de vecinos y alguien nuevo opinó que qué iba a pasar
con el megáfono y con el proyector de super ocho, únicos tesoros de una
asociación que, por no tener, ni sede. Tras las debidas y correspondientes
deliberaciones, –pues las llevas a tu casa; no, en la mía no, que luego dicen;
quédatelas tú pero asegúrate bien; ya sabes cómo es mi casa, de puertas
abiertas; así no, toma medidas–, decidí poner barrotes a mis ventanas. Y aquí volvió
a terciar Abdón, el del taller de enfrente: Ahí tienes unos hierros que me
sobran, de unas arandelas que me encargaron; si te sirven, úsalos. No sé cómo.
Soldándolos. No sé. Pues aprendes. Y quién me enseña. Jose o Arturo a ratos.
Bueno, pues en cuanto abras estoy aquí. Y así fui aprendiendo el oficio de
soldador. Y las hice yo solito. La primera salió mal; la segunda, algo mejor;
la tercera, bien; la cuarta, vaya; la quinta, de notable alto y la sexta, de
matrícula.
Ponerlas luego fue
otra proeza. Aquí entró Teodoro, albañil todo terreno. En una tarde noche de
sábado colocamos las cuatro primeras. Alguna quedó a nivel; el resto, más o
menos. Las dos últimas las enjareté yo solito, con lo que había aprendido y mi
maña proverbial.
Al domingo siguiente
alguien dijo: “Vaya, el cura se prepara para defender el dinero que recaude”.
Pero otros le taparon la boca, no sé si sólo de palabra o a guantazos. El caso
es que nadie volvió a nombrar a las rejas de las ventanas de la casa rectoral.
Debió ser de las primeras
viviendas de aquel barrio en tener protección. Aún así una sola vez robaron,
rompiendo la puerta, porque debió ser alguien que andaba despistado y no sabía
que estaba sin cerrojo. Bien podía haber tocado el picaporte y entrar sin más
dificultad.
Ahora esas rejas han
recibido su buena mano de pintura. Y, como no podía ser menos, también las
persianas se han actualizado; o, para decirlo con más propiedad, ¿han recibido
su último reciclaje?
¿Qué pasó de las
cosas que debían proteger? La asociación de vecinos tuvo sede propia, cambió la
junta directiva, se llevaron el proyector de super ocho para hacer actividades; robaron, y desapareció. Nadie lo ha echado en falta, ahora estamos en otra época, la era del cd.
El megáfono sigue
estando aquí, no lo pudieron robar porque estaba de servicio. Y aquí sigue,
estando disponible para quien lo quiera utilizar.
Las rejas también están,
y adornan un montón.
Oye, no es por fastidiar porque tus trabajos son estupendos, pero las fotos que has puesto de las contraventanas son de antes o después de pintar, porque da la impresión de que necesitan, a su vez, una buena mano de "marta regina" o sea limpieza y/o pintura en su caso (en el caso de que la limpieza no sea suficiente). Por lo demás te diré que haces unos trabajos magníficos, nunca me hubiera imaginado que fueras tan apañado. Las persianas han quedado preciosas con ese color, ¿estaba de oferta en algún comercio?, supongo que sí o algo parecido, quizá fueran restos de otros trabajos... Lo que digo, eres muy apañado.
ResponderEliminarUna vez vistas con más detenimiento las fotos de las ventanas por dentro ya me contesto yo misma la pregunta: fue antes de... así que doy por supuesto que habrán quedado limpias y relucientes como los "chorros del loro" (broma veraniega de obras y remodelaciones).
ResponderEliminarAsí que sólo tendrás en cuenta los halagos a tus trabajos estupendos.
Besos (antes me olvidé).
Las ventanas por dentro están sacadas antes y después del pintado de paredes y techos. Ellas están "sin", de momento.
ResponderEliminarEn cuanto a la pintura de las persianas fue una oporotunidad con el 50% de rebaja. Ya supondrás que no iba a dilapidar mi hacienda. También la plástica de las paredes estaba de oferta.
Besos sin olvido